El beso de las sombras

Después del inesperado reencuentro y guiados por la Luna, los dos caminaron hasta la playa. Se sentaron a la orilla del mar para que el agua les llegara justo a los pies. El Sol preparaba su huida, las olas y la arena se aplomaban como testigos. Ella bajaba la mirada, esquivaba esos ojos que la hacían enloquecer, él lo sabía y la forzaba al contacto visual

Sin decir nada, él tomó su mano. -Disfrutemos de esta noche- le dijo acariciándole el rostro con sus dedos.

Ella lo miró y no respondió con palabras, se acercó a él pasando su nariz frente a la suya, apenas la rozó; los labios de ambos parecían imanes con la misma carga, se tensaban cuanto más cerca estaban.

La noche ya era madura, todo ese tiempo habían estado en silencio, pero tomados de la mano; veían el romper de las olas en el horizonte, escuchaban la fuerza del mar y sentían en sus rostros el aire único de Puerto Marqués.

-No me importa que mañana volvamos a ser dos desconocidos – le dijo recargando su frente en la de ella- sólo estamos tú y yo, en cuanto el Sol vuelva a brillar todo volverá a la normalidad-

-La noche es perfecta- admitió ella -este encuentro no es una casualidad, desearía que no volviese a amanecer y que esta magia sea eterna.

Volvieron a quedar en silencio.

Más tarde, ella tomó la iniciativa, con un movimiento casi imperceptible le quitó lentamente la playera, alcanzó a ver su cuerpo reflejado en el de él. Ahora parecía que sus labios tenían carga contraria y con fuerza iban una hacia la otra, en las sombras de ambos se consumó la unión, pero fue solo una ilusión óptica, ella se giró y le pidió que la abrazara por la espalda. Él no tuvo más remedio que resignarse. 

Ambos cayeron bajo los polvos de Morfeo y la noche se fue haciendo vieja.

El Sol, el mismo que se fue para dejarlos solos, regresó para despertarlos y acabar con toda posibilidad de un beso.

Nunca más se volvieron a ver…