Honorio, mi sacrosanto padre, era reconocido en la vereda por ser el líder de la Junta de Acción Comunal. Con los Acuerdos de Paz, se estaban sustituyendo los cultivos ilícitos de coca por otros sostenibles. Mi papi empezó a cultivar fresa, papa y cebolla, que se daban muy bien en un clima tan frío.
Yo sólo tenía 7 años cuando vi a mi papi corriendo conmigo a cuestas. Los narcos llegaron ese día al casco municipal y fueron de casa en casa pidiendo el dinero de la extorsión, sólo para los que no sembraban coca. Mi padre la semana pasada le había dicho a la comunidad que no les dieran dinero y que seguirían con los cultivos lícitos para cumplir con los acuerdos.
Sin embargo, aquel día esos hombres llegaron de casa en casa, armados hasta los dientes, y aquellos campesinos que visitaban les respondían ante aquella solicitud:
– Don Honorio nos dijo que no les diéramos ni un centavo a ustedes-.
Uno de los vecinos, a unas tres cuadras de nuestra finca, llamó a mi papi y le informó lo que estaba pasando. Me tomó cargado y salió corriendo sobre aquellas plantaciones de fresa hasta llegar a la casa del árbol, construida y oculta sobre las ramas de una gran ceiba.
Él sabía su destino, así que me miró a los ojos, me sonrió y me dio un beso en la frente. Exclamó: -Nos veremos muy pronto, te quiero mucho hijo mío-.
Y me dejó en aquella casita, muy bien escondida. Yo solo veía las hojas y los pajaritos rojos y amarillos que llegaban ahí. Después todos salieron volando cuando se escucharon varios disparos.
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