Los actores Stanley Morton y Betty Furness en una película de 1937,  muestran un beso con mascarilla. En esa época había una epidemia de gripe en Hollywood.

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      Sabes lo que te digo, que no me seduce la foto de la revista de moda que has dejado en el salón. Preservativo doble y sin garantías. Además, noto distancia en la cercanía, barreras blancas que se me hacen un mundo a pesar de la delgadez. Pose. Teatro.

      Prefiero tocarte y besarte como siempre. Recuerdo la chispa de aquel primer beso que electrificó todo mi cuerpo y estuvo a punto de desatar un incendio. Con la cercanía física, descubrí que había química, y, cuanta más cercanía, más química. Tuve mis miedos en el momento de la fusión, por la energía que se pudiera desprender.

      María: me dolería si algo dañino, sin quererlo y sin saberlo, me pudieras o te pudiera transmitir. A pesar de eso, prefiero correr ese riesgo antes de que haya alguien o algo que nos separe. Yo pienso que el bichejo ese, con nosotros dos sería benigno. Es más, con la magia de la biología, nos puede arreglar alguna de nuestras carencias.

      Y le podemos adiestrar y hacer encargos. Ya sabes que ando sobrado de glucosa y de colesterol y tú tienes margen. A mí me faltan plaquetas y tú estás desbordada. Este virus necesita sentirse útil y lavar su imagen. De momento, tiene que hacer amigos con las células y otros virus o con las bacterias y los microorganismos con los que convive. Hay que restablecer la paz. Todo el mundo está en lucha contra él: los sabios de la ciencia se pelean por ser los primeros en destruirlo, los políticos le han declarado la guerra, los sanitarios lo atacan con fármacos, están ya interviniendo los militares. Cuanto antes, debe dar señales, tener un gesto, no sé, algo. La física, la química o la biología pueden ser nuestros aliados.

      ––María, mi amor, un beso fluido. El virus pide paso.

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