La dama y el chofer

La dama y el chofer

Drea Soto

02/02/2021

Las doncellas acababan de salir de los dormitorios y los lacayos preparaban el gran salón para el día de mañana. La menor de las hijas de la familia Crawley se acercaba con nerviosismo a la puerta del granero, donde solían guardar los automóviles. Tom leía el periódico como de costumbre. Al subir la mirada de su lectura pudo vislumbrar la silueta de una dama, quien se acercaba hacia el.

Nervioso se ajustó la corbata y dejo su lectura a un lado, pensando en nada más que en ella y en la respuesta que le daría a su proposición de huir juntos a Irlanda. 

La dulce Sybil se le acercó con el respeto de una dama, dejó sus guantes sobre el auto, tomó un respiro y le sonrió como si lo conociese de toda la vida. El joven chofer le pregunto por su respuesta, a lo que ella respondió diciendo que quizá la guerra estaría pronta a terminar y que debía continuar. 

El incrédulo muchacho aún no lo comprendía, y se cuestionó si por fin tendría una respuesta para su agobiada alma, a lo que ella respondió que necesitaba viajar, y que él era su boleto. Para alejarse de esa gran casa y de aquella ostentosa vida.

Ambos se acercaron tomándose de las manos. Tom hizo una pausa al tenerla frente a su rostro, a lo que ella contestó que lo besaría, pero que eso sería todo hasta que se casaran. Dios sabía que eso era suficiente para Tom, besarla era suficiente para su ser. 

Sybil se acercó hasta su rostro, lo acarició y sujetándose de sus brazos, lo besó. Tom la tomó de la cintura y la envolvió entre sus brazos deseando jamás volver a soltarla. En aquella cochera, en aquellos días al final de la gran guerra, se producía un prodigio; la hija del séptimo conde de Grantham había besado al chofer de su padre, y no había pareja sobre la faz de la tierra más de dichosa que ese par de muchachos. 

La vida les daría lecciones y pruebas muy duras en el futuro, pero en aquel preciso momento nada podía ser más relevante que el hecho de que por fin podían amarse. Todos los días de espera y trabajo en los hospitales de campaña habían traído a sus vidas una esperanza después del caos que había dejado guerra.

Sybil abrió los ojos y no pudo encontrarse más segura al mirar a Tom sonriéndole con la sensación de que ni siquiera la muerte los separaría, aunque se salió con la suya años después de aquel beso. Nunca pudo matar su amor, ni en vida, ni em muerte.

Tom se despidió de su amada besando su mano, ella se marchó del granero, con el corazón más completo y seguro, de que sin importar lo que pasaría en el futuro, ese beso la acompañaría hasta el final de sus días, tal como ocurrió años más tarde. 

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