Era una mañana fría de invierno, de esas que te desgarran el alma, no solo por el clima invernal, sino también por los hechos que no muy a menudo suceden.
Blanca, una chica inocente, criada en una familia que todo joven desea tener, se estaba aproximando a experimentar el momento más significativo de su vida.
Esa mañana, vistió una sudadera color gris claro con unos jeans negros que combinaban perfectamente con el sacón que la mantenía a salvo del frio.
Salió de su casa apresuradamente, nadie sabía que ella mantenía una relación virtual con un chico que vivía en otro país, un completo desconocido, pero que, a la vez, era la persona que más había logrado entenderla y conocerla con profundidad.
Aquella mañana, este chico tan especial, estaba en Buenos Aires, listo para ver a esa chica que lo dejaba sin sueño durante las noches. Esa chica que había logrado que él, pueda vencer el temor a volar que tanto lo perturbaba. Esa chica que solo con existir, pudo hacer que el recorriera miles de kilómetros solo para verla.
El encuentro sucedió en una cafetería céntrica. Es curioso como dos personas sin haberse visto jamás, puedan conocerse y conectarse de una manera tan poética que sobrepasa los límites naturales, o, mejor dicho, la manera “tradicional” (Los Baby Boomers no lo entenderían, incluso lo rechazarían). Es como si los objetos electrónicos transmitieran a través del internet, algo más que charlas indefinidas. Es como si nos absorbieran los sentimientos para poder transmitirlos tan perfectamente, y tan ardientemente como para poder corresponder a alguien más; a un extraño que se convierte en todo.
Y así sucedió, el encuentro fluyó. El amor en los ojos de los dos jóvenes fue tan correspondido, que la agonía de la espera fue compensada con ese tiempo que lo valió tanto, que lograron detener las agujas del reloj. Si, el hecho de estar juntos hizo que el tiempo deje de existir. Cualquier ser mortal diría que eso es imposible, pero cuando dos almas se encuentran, solo con el hecho de existir, automáticamente el lapso temporal deja de tener sentido.
Las horas pasaron, y llego el momento de la despedida, de decir hasta luego, solo por un tiempo.
Blanca dio una vuelta para saludar al muchacho que tanto había anhelado conocer.
Fue en ese instante, que él la tomo de las manos, sus manos estaban congeladas, su nariz estaba tan helada que se había tornado colorada, pero su corazón, en contraposición con lo que sucedía en el exterior, ardía como el sol en pleno verano.
La abrazó, sus manos continuaban entrelazadas, le susurró al oído la felicidad que tenia de haberla encontrado, y, sin más que decir, acercaron sus mejillas y sus labios se chocaron delicadamente y dibujaron poco a poco el beso más tierno que se pueden dar dos enamorados.
La complicidad de sus labios unidos demostró lo dispuestos que estaban a vivir el invierno más oscuro, pero a la vez, el más significativo de sus vidas.
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