Distante, tímido, raro.

Distante, tímido, raro.

Distante, tímido, raro. Lo repetían todos, menos Marbe. No ella, ni mi hermano. Son tantos ruidos distrayendo mi mente, haciendo difícil concentrarme en una sola cosa. Más difícil ahora cuando Marbe me habla moviendo sus labios carnosos, rosa, mostrando dientes y lengua. Tan limpios,  frescos,  cerca. Húmedos y noveles en significado

Se esfuerza Marbe en explicar la culpa que le infundo, dar una justificación, colándose a mi casa, mi habitación con la naturalidad de la costumbre, nadie  desconfía de seres tan mansos e inocentes como nosotros. Ella tiembla, habla y son una confusión de sensaciones sus palabras, Aun así la entiendo, creo en cada una de ellas, más cuando la visión se integra con la intensidad de sus ojos claros, cálidos, capaces de doblegar. Dos miradas enfrentadas  forman parte de un beso,  un beso de luz, pienso.

Y no debo pensar, no desde mi deuda, solo actuar, cumplir.
Nunca se me había ocurrido. No con ella. Es demasiado cercana, demasiado mía. Mucho tiempos juntos, desde el jardín de infancia, los columpios, las galletas de chocolate. La culpa es de ella. Con sus retos, sus adivinanzas, sus juegos, su misterio. Y ese olor tan particular, extraño, sugestivo, agresivo. Tan nuevo en ella.

—Así huelen las hembras —forzó mi hermano, que desde hace tiempo, la miraba como yo la miró ahora. La olía como yo la huelo ahora. Mi hermano mayor, tan culpable como ella.

—Si no lo haces tú, lo hago yo y luego no te enojes —amenazó anoche.

Y aquí estoy frente de ella, empapado de sudor. El mismo que me produjo hace dos días, cuando en mi torpeza reboté en el pavimento desde la bici. Marbe ayudó a levantarme. Sin burlarse, me consoló con una mano en mi cabello sudado, más del tiempo normal para una caricia de amiga . Suficiente para sentirla.

—Te mereces un beso —lo dije sin pensarlo. Sonrió. Sus mejillas ardieron, igual sentí las mías. Abrió la boca, cerró los ojos. Me contuve, extasiado en su breve sueño de deseo. Besé su frente. Nos fuimos en silencio, yo arrastrando la bici, ella seria, confundida, mirándome de reojo. 

—Distante, tímido, raro —me azoté inclemente. Me tomó el  pánico al reconocer mi impericia y no pude responderle. Hablé con mi hermano, el único en quien confiaba para casos como este.

Aconsejó repasar imágenes y lecturas, estudiar con detalle la técnica del beso. Practiqué ante el espejo, juntando índice y pulgar a manera de labios. Imaginándola. Después fui a buscarla. Mi hermano estaba con ella. Me miró nerviosa. El volteó sonriendo con malicia. Pensé lo peor, regresé a casa y me encerré a llorar. Marbe llegó diez minutos después.

Ahora es ojos, labios y olor. Seguía hablando y yo tenía que callarla. —Fue tu hermano, dijo que… —eso lo entendí. Nos golpeamos tontamente la nariz. Tragué su aliento cálido, limpio, antes de tocarla. Grabándome su mirada al cerrar  los ojos. Luego fui tanteando las formas con mis labios, degustando la dimensión de su humedad, el sabor a piel ajena, a boca, a lengua, a hembra.

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