UN BESO SIN FINAL…

UN BESO SIN FINAL…

Sí había que prepararse para entreveros diversos, ahí, mandaba Orlando Oliverio Olivos, conocido como “el Amansador de Bayauca”, adiestrando a propios y extraños, desde su escuela para play boys, que funcionaba en la calle Chacabuco, de Lincoln, Buenos Aires.

Recuerda el escriba, tiempos de Covid 19 y Pandemia. Antes que el virus lo atropelle, para sacarlo del camino definitivamente. Recordar, es homenajear. Vaya con el cuento. Bese libre…

Enseñaban desde zapatear un malambo, a besar a una Yarará embarazada. Cosas de campo, actividades peligrosas. Había que ser porfiado, para sostener el plan a rajatabla. Sin temores. Con contundencia demostrativa, para no decaer, en la iniciativa del levante constante. Juegos.

Eran un curso acelerado, para darle brillo protagónico, a muchachos veloces, del noroeste bonaerense. Pocos pero selectos. Que debían besar a la más linda, además, de conquistarla, sin prisa, pausadamente. Sin arrebatos. El arte de besar es lograr suavidad, seguridad para seducir, y conducir el deseo, o la carga afectiva, con soltura helénica. Como una prosa, que no destroza, la efervescencia poética. Señalaba el mandamás adinerado. Experto en besos brujos. Modales, recetas, vestuarios, gestos y vocabularios, eran temas diarios. Pero los cursos especiales, había que protagonizarlos. Con acción y emoción en forma directa. Eran exámenes para aprobar…

El escriba había logrado una beca, gratuita en período de carnavales. Becario, bancado por el tío Orlando, no ahorraba energía para meterse en cuanto despelote, se cruzara en el camino. Era un buscapié del deseo. Salía para cualquier lado. Joven, inquieto, el nieto de Joaquín. (Primer Play boy acreditado)

Entonces, para aprobar el curso de verano, había que representar en vivo, una muestra. Ser convincente, en el accionar pautado. Había que besar a una robusta joven. Descendiente de cacique indio de la zona. Habitantes antiguos del Chanear. La señalada, era una mujer entrada en carnes. Un peso pesado de más de doscientos kilos. Quien acreditaba membrecía, como Bibi, la bruja del beso negro. Grandota como una puerta. Había que plantarse para besarla. Era un continente diferente. Metía miedo. Abultada, con curvas peligrosas. Cabellos negros, ensortijados. Ojos grandotes, como el dos de oro. Fuerte la mirada. Provocativa.

Esperó la orden, y se mandó Guidrobros. De entrada, chocó contra dos montañas de carne. Se perdió su cráneo entre esas dos enormes lolas, del tamaño de dos sandias. Perdía aire. Sofocado, pudo asomarse. Ya en punta de pies, intentó besar a la mole.

Quién lejos de negarse, abrió la bocaza como para devorarlo. No llegó a contactar, ni a concretar el beso. Ni bien abrió la boca, cayó al suelo, como fulminado por un rayo. Lo tumbó el mal aliento…

Ni mosqueó la señorona. Socorrido, vuelto en sí. Lloró al aceptar su derrota. Rieron los presentes. Reprobado. Regresó sin tener el certificado de “Play Boy del verano”, tocado pero recitando. “Su boca, de muelas picadas llenas. Con olor a riachuelo, como fue, que no pudiste. Que hedor, te tumbó en el suelo. Sin carnavales, no olvido. Por ti, no logro consuelo…

ISIDORO GUIDROBROS.

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