Desde que te amé

2018, 7 de enero. 

Un viaje de 8 horas a un puerto carnavalesco en una tierra olvidada de la verde Antioquia.

La comarca de fiesta es ambientada por Rodolfo Aicardi, y la noche  se fue sirviendo como el limoncito con ron,

un personaje se roba la pista y todas las madres solteronas en el billar se codean en una disputa por zarandear el mancebo.

Una copa más de ron calienta la garganta de mi ya sobresaltado ánimo, el palpitar de mi corazón acelerado se mueve al compás de sus pasos meticulosos y finamente escogidos.

El acoso planeado de mis ojos afanosos persigue incesantes un cruce de miradas

pero se pierde en los pliegues guayaberos de su camisa en chalis blanco, vuelta tras vuelta.

Se que a todos nos llega el amor, pero nadie dijo nada de sentarse a esperar que llegue

camino por la pista simulando despiste, buscando ansioso un choque premeditado que abra el hilo de un te amo disfrazado de disculpa, pero no se da.

Suelta un par de sus botones y con ello se desinhibe mi moral sumergida en un pensamiento convergente sobre las coincidencias.

me paro, camino hacía él  lo beso apasionadamente, y mientras el estasis del coctel hormonal me hace sentir frágil las piernas,  idealizo mentalmente nuestros días de vejez, pero luego despierto de mi liremecia y veo que en realidad se está yendo del lugar.

Empiezo a caminar por las calles desquebrajadas tratando de nos ser tan evidente en la persecución, pero terminé por caer torpemente por la acera, y lo perdí de vista. 

A la final, lo busque unos meses después, y desde eso no hemos parado de besarnos.