Humphrey Bogart e Ingrid Bergman en la película Casablanca inundaron con su majestuosa interpretación a distintas generaciones del mundo.
Humphrey, a pesar de su figura fría y despegada, representaba a una persona elocuente y leal, quien al final cayó rendido a los pies del romanticismo.
Su pareja en la interpretación, la Bergman, aunque de apariencia triste, resaltaba por sus cualidades tiernas y nostálgicas y nos transmitía hasta el fondo sus atributos de pureza y nobleza.
Cuando se estrenó la película allá por los años 1944, apenas yo había nacido, el mundo estaba sufriendo la terrible guerra mundial, por lo que era impensable que dicha película fuese proyectada en nuestra tierra.
Cuando alcancé la edad de 21 años y era novia de quien un par de años más tarde sería mi marido, Francia, nuestro país vecino estaba en plena moda.Para nosotros los españolitos de entonces, todo lo que ofrecían las ciudades francesas cercanas a Donosti, como Hendaya, San Juan de Luz eran lo mejor del mundo.
Pasábamos la frontera en caravanas, simplemente para comprar las vajillas de duralex ,conjuntos de jerséis acrílicos en todas las tonalidades y que tenían la propiedad que no encogían al lavar,cosa que no ocurría con los fabricados en España de pura lana. Hasta las aspirinas eran mejores las francesas e íbamos a comprarlas a las farmacias de Hendaya.
Además nos regocijábamos como tontos, viendo las parejas besándose por todos los rincones, bulevares, fuentes o discotecas. Eso en Donosti era impensable, para darte un beso con tu novio tenías que buscar el lugar más apartado.
Fue un Domingo del mes de Agosto, cuando se estrenaba en Hendaya la película Casablanca, así que Pedro y yo decidimos pasar este día allí, aprovechando la mañana para darnos un baño en su inmensa y bella playa de arena fina y por la tarde acercarnos para admirar el film. Salimos todos los espectadores extasiados, no por el argumento que pensándolo bien tampoco era muy original, pero no hacía falta nada más, simplemente con la interpretación de los dos protagonistas con sus escenas amorosas, fueron suficientes para ambos sexos para empapar nuestros corazones de amor y pasión.
Cuando tomamos el autobús de vuelta, era ya noche profunda, solamente y a través del cristal podíamos observar la luz resplandeciente de aquella luna plateada, cuyo fulgor inundó nuestros rostros de dulzuras sedantes y cálidas.
Pedro y yo cogidos de la mano y sintiéndonos dentro de las figuras de Humphrey e Ingrid , juntamos nuestros labios imitando el beso de nuestros protagonistas.
¿No estábamos en Francia, la ciudad de la luz y el amor?
Y para nuestros adentros pensamos: SIEMPRE NOS QUEDARÁ PARÍS.
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