El perro se rasca las pulgas. Hago un click en el celular y una aplicación me recomienda que le compre un pulguicida de última generación que en realidad no mata a las pulgas sino que impide que se reproduzcan. También me habla de usar vinagre, si me gusta una salida más ecológica, e intentan venderme un seguro, por si me roban la mascota. Opto por la segunda opción.
Pongo a cocinar arroz yamaní y me pregunto cuánto tiempo exacto debo estar delante de la cocina. En la aplicación: “cocina fácil para la mujer moderna”; me hablan de que tendría que haberlo dejado en remojo y luego cocinarlo por cuarenta minutos. Nada de eso me seduce y me hago un sándwich de jamón y queso.
Hablando con mi abuela, me comenta que comenzó a tomar aceite de cannabis y me pregunta por los efectos adversos. El dios google me tira trecientos setenta mil resultados. Los estudios daban: somnolencia, disminución del apetito, vómitos y diarrea. Ella me contesta que seguramente eso lo escribieron los representantes de la industria farmacéutica y cierra la discusión.
Cuando conocí a Marisa me aparecieron todos los miedos. Descubrí, gracias a ella, que vestía de forma clásica, que no sabía lo que era el café stretto y que mis besos no eran lo que ella esperaba.
Lo primero que se me ocurrió es hablar con un analista pero entendía que el psicoanálisis me podía llevar años y necesitaba resolver algunas cosas de forma inmediata. Luego, hablé con mis amigos pero ellos estaban en esa edad en que pasaban del amor. Pensé en una tarotista pero no. Y me decidí por bajar una aplicación para aprender a besar. Había muchísimos sitios que no solo hablaban del instante mismo del beso sino que hacían hincapié en el acercamiento entre los cuerpos. Aseguraban que ese era el problema mayor. La palabra «problema» hizo que mis sentidos se agudizaran y el mundo se transformara en un sitio inverosímil.
Me había convertido en un ser que había perdido toda clase de certezas y suponía que podía encontrarlas dentro de un celular. Sabía que nada bueno podía suceder si apostaba a esa estupidez pero allá iba.
El gurú del beso-beso, decía que había que tener húmedo los labios y para eso me ofrecía cacao en barra. También un refrescante de aliento y un perfume, tipo pachuli, para contrarrestar los olores corporales. Compré todo eso y más. Comencé a practicar adelante del espejo las muecas recomendadas por el supuesto gurú del beso-beso. No había progreso sino sonsera.
Para el día del encuentro con Marisa solo tomé agua con limón por la mañana y llevé un millón de recomendaciones para cumplir con mi cometido.
Con el secreto de la fe en mi celular comencé a charlar. Le dije palabras falsas, le inventé historias que no eran y le prometí amor eterno. Todo fue inútil hasta el momento en que ella comenzó a besarme. Fue allí que apagué el celular y me resigné a vivir en el medioevo.
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