El mejor beso de mi vida fue el beso, el único beso, que nunca quise dar. Tal era la blancura virginal y la descompostura del abismo que se abría a nuestra existencia, tal era la suprema y supuesta inmoralidad que las diferencias personales nos exigían, que evité darlo en largo, para mis deseos larguísimo, e insoportable tiempo. Al final, como era de esperar, el amor no pudo soportar la ausencia de ese beso, ese contacto tan deseado, y se produjo ese milagro tan inesperado y lúcido que hoy aún perdura en nuestro afán tras tantos años de unión maravillosa. Ese fue mi mejor beso, el que jamás esperé dar ni recibir, y el que perduró como un aura infinita.
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