Sé feliz. Esto es lo que siempre se nos dijo, lo que se dijo de generación en generación en nuestras respectivas familias. Una huella, pero de qué?

De nuestro paso por la tierra? 

Él, se le había ocurrido de repente, ya no la soportaba: su aspecto demasiado clásico, la raya en medio de su cabello, el gato meón que ella adoraba….. el puto mal aliento de sus besos. Trataba de permanecer en el taller para no verla……..

Y luego ella estaba ganando peso. Él también, pero no era el mismo. Los hombres podían permitirse ganar peso. 

Ella era tan hermosa al principio, tan flaquita. Él había estado locamente enamorado de ella. Nunca se había desanimado y, sin embargo, ella no se lo había puesto fácil. La había conocido en el tren línea Sarmiento, cuando ambos aún eran estudiantes. Ella estaba leyendo una revista de algo, y él se había inclinado para leer por encima de su hombro. 

Ella se había reído de eso, jaja.

Habían concertado una cita en una plaza la semana siguiente en Palermo. Tomaron mates y la pasaron lindo. Y luego los acontecimientos se aceleraron. Los primeros besos, cuando aún las caries no estaban. Los paseos vespertinos después de clase, las risas en la habitación de la hermanastra bajo el techo de la habitación oscura, con el foco quemado.

La amaba más que ella. Pero. Siempre distante, muy distante, a pesar de que estaba tan hambriento de ella. Y celoso. Los celos lo carcomían como un cáncer. Recordó haber sacado su llave francesa después de verla sentada en el regazo de otra persona. Sabía que estaba saliendo de una aventura dolorosa, pero la paciencia no era su fuerte. Era ella, la mujer de su vida, estaba seguro. Y por lo tanto, él era el hombre de ella.

Su tenacidad finalmente dio sus frutos. Se había rendido, más por cansancio que por pasión. La había conmovido su insistencia, la forma en que nunca se rindió, el delgado ramo de flores baratas que compró para ella soportando las burlas de sus compañeros de la universidad.

Un matrimonio, quince años juntos, la loca felicidad de haberla conquistado.

Y poco a poco el desencanto. Aburrimiento. Ella se volvió tan predecible. Se había caído abruptamente del pedestal donde él la había izado. Además, amaba los dulces, y sus dientes se llenaban de caries. 

¿La habría querido ambiciosa, brillante por las noches entre personas del mismo mundo? A ella realmente no le importaba. Además, ella estaba sola y él era mundano.

Su relación se había derrumbado hasta el punto de volverse casi inexistente.

Y hoy estaba allí en esa puerta, con su llave francesa del taller en el bolsillo, ansioso por terminar de una vez por todas. Encontró la espera larga, interminable. Pero valió la pena: la libertad no tiene precio.

Más tarde, lo esperaba Milena, que era hermosa, esbelta y, sobre todo, sobre todo, no tenía una raya en el medio ni las caries olorosas.

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