Imagen extraída de la serie Velvet. 

-Hay besos promiscuos, sin fuerza ni esperanza de sobrevivir-  Pero no contaré la historia de ninguno de ellos. 

Contaré sobre esos besos que no esperas e ignoras que deseabas. Hay fuerza, una latente, entre los labios que te obliga a quedarte ahí (los besos son el preámbulo de un orgasmo, una erección, humedad, amor) y seguir, ese juego intermitente en el que el vaivén de saliva desgasta tus pupilas, es el trueque sucio entre dos personas. Donde el cabello, las manos, la piel, los ojos, tus sentidos por completo se funden y el tiempo es ignorado, la relatividad ni siquiera tiene cabida ahí, porque no percibes nada, en ese beso, el tiempo se detiene (si, ese gigante inmesurable se pierde en el olvido, y descartas entonces cualquier ley universal, te vuelves Dios con un beso).

Y no depende de los labios, sino de la articulación, del sabor, del instinto que llevamos dentro que provoca que un beso sepa mucho más de lo que esperamos, no importa el beso, sino la historia de los participantes, que tampoco los define el sexo, la raza, un beso es indistinto a sus causantes, un beso es respeto, unión, separación, un beso implica tanto y nada, un beso detiene el mundo. 

Un beso puede romper corazones, esquemas, relaciones, conflictos, barreras ideológicas… El beso tiene un poder inimaginable, y aún así, seguimos por ahí malgastándolos por nada, dejando un par en cada recoveco labial que nos topamos. 

 

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