Si algo aprendí de los cuentos de princesas que me contaba con tanta devoción mi abuela Carmen, es que «no había un final feliz» sin un beso apasionado de amor. Ella me enseñó a amar los cuentos de princesas y fueron felices para siempre. Mi tierna mente de niña soñaba con ese momento. Y me llamaba la atención que «no se besaban» sino que el príncipe era quien besaba a su princesa. La princesa era una simple receptora del beso.
Pero un día me contó una historia distinta: sin beso de amor verdadero ni un felices para siempre.
Era la historia de «Las tres princesas encerradas o las tres princesas moras». Cuando me contó que las princesas Zaida, Zoraida y la más joven, Zorahaida, iban a escapar con los tres caballeros cristianos mi corazón se aceleró. Imaginaba ya ese momento en que al fin serían libres, besadas y felices, pero la menor se arrepiente al final y le tira un beso con la mano a su enamorado, que parte muy triste y ella decide quedarse con su padre. Yo pensaba que el padre la abrazaría y la querría más por ser la única fiel, pero no, la encerró en una torre de la Alhambra a donde murió a los pocos años de pena, soñando con el beso de su amor verdadero.
Esta historia me impactó tanto, por lo triste debe ser, que se la hacía contar una y otra vez, para llorar en silencio por la desdichada joven. Cuando fui creciendo y pensando en el beso de amor, pensaba que yo también quería participar del mismo, no ser sólo la receptora. Disfrutar de ese momento como tal vez hubiera querido Zorahaida.
Y cuando conocí al príncipe de mis sueños, estaba preparada para ese momento mágico. Paseamos de la mano muy románticamente, y en un castillito nos dimos nuestro primer beso de amor. Y digo «nos» porque fue mutuo, ansiado y maravilloso sentir de ambos. ¡Cómo no sentirme una princesa! Recuerdo mi pulso acelerado, mariposas en la panza (así le dicen) y por qué no un comienzo de historia de amor. Me faltó subir el pie, pero estaba lluvioso y tenía zapatillas en vez de un elegante vestido y un fino zapatito de cristal.
Y después siguieron más y mejores besos, besos de amor, de pasión, de alegría, de tristeza, de esperanza, besos que llenaron y llenan nuestros días. También descubrí que son adictivos, una adicción saludable y feliz. Había un programa en donde el conductor decía «hay que besarse más», y es cierto. El beso es la caricia más perfecta. Según Pablo Neruda , «en un beso sabrás todo lo que he callado».
OPINIONES Y COMENTARIOS