Rememorando mí primer beso.

Rememorando mí primer beso.

Tenía trece años recién cumplidos, las niñas todavía me parecían aburridas, pero en la escuela había una chiquilla en específico que empezaba a gustarme. No sabía que me pasaba, pero si ella corría en el recreo, salía  como un bólido y terminaba junto a ella. A veces merendábamos juntos, y sentía  placer en brindarle de mi merienda.

Era rubita, —recuerdo—. Su pelo era largo y por lo general se peinaba con dos trenzas hermosas que golpeaban sus hombros al moverse. La seguía con la vista a todas partes, y resistía las clases de educación laboral, gracias a su presencia.

Fue en esa época que empezamos sentarnos juntos, su silla al lado de la mía, sus manos chocando con las mías, su nombre en mis labios a todas horas. Y su sonrisa, su reír tenia el efecto de una cascada de aguas cristalinas invitándome al baño.

Lo comenté con mi hermano, el no era de esa escuela, me llevaba tres años, y pensé que sería buen consejero.

Pídele que sea tu novia, —me dijo—, pero aquello me parecía una hazaña extraordinaria. Seis días con seis noches estuve rumiando las palabras precisas. Batallando con el nudo en la garganta que se me formaba cuado la tenía delante. Era el año de 1963, las vitrolas de los bares repetían sin cesar canciones Elvis Presley; y yo, como un tocadiscos con el disco rayado, repitiéndome en la mente una y otra vez las diferentes maneras de decirle que la quería.

Fue un domingo sin misa. Lejos de la iglesia, en una plazoleta de la ciudad donde vendían libros, nos tomamos de las manos durante dos cuadras en perfecto silencio, los padres de ella la observaban, y le dije: “Adela, te quiero como un hombre quiere a una mujer, ¿quieres ser mi novia?”

La Habana es la capital de las columnas; así que corrimos detrás de un grueso y viejo contrafuerte de un oportuno muro, y nuestros labios se unieron en un beso. Fue estremecedor, sublime, nos quedamos atónitos y felices. Paralizados por la bestial fuerza de las hormonas… Pensamos que la vida bien valía mil besos. Ella toda ternura me dijo:  “Un beso es la comunión de dos almas”

Pero hace muchos años de ese acontecimiento, la cara de Adela no logro reconstruirla por completo, y solo veo dos trenzas rubias revoloteando entre sus hermosos hombros, pero el beso, el primero, no lo he olvidado. Muchos llegarían después y serían tremendos; pero aquel encuentro entre dos labios detrás de un muro centenario marcó un antes y un después en mi vida. Descubrí la maravillosa sensación del amor y la ternura. Aquellos labios fueron vivificantes para el adolescente que se abría a la vida. Aquel beso me volvió poeta. 

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