«La lampe s’éteint». «The lamp is going out». No sé lo que me pasa, no lo entiendo, pienso en español y escucho a otros que me hablan en idiomas que no comprendo.
Puede que estuviera soñando, desde mi cama, con otro paciente como yo, que me ha saltado a la mente, y no era el que estaba a mi lado, pues hablaba en inglés a su enfermera, «la Binoche». Todo se retuerce, todo se va apagando, había una luz blanca que se está oscureciendo hasta algo muy negro.
¡Si!. Ahora, sin ver, todo lo veo más claro, estoy flotando en una fría cueva y, como todos estos días, nadie se me acerca, cual apestada, pues solo en raras ocasiones me preguntan «¿como estás?» desde la puerta.
Y tú, ¿Qué tal, amor mío?, nunca creí que te echaría tanto de menos después de todos estos años en los que la rutina nos había ido oscureciendo. Y sé que no puedes venir a rescatarme. ¡Cuídate! ¿Estás bien? Si los ves, dale recuerdos a mis niños, es insoportable no poder volver a contemplarlos. Tenuemente sus caras, en mi cabeza, las voy dibujando y, no solamente sus caras sonrientes sino también sus besos y esas boquitas cuando me decían: ¡abuela, dame un abrazo!.
Se me hace un «tubo» muy gordo en la garganta y la soledad me revienta. Todo lo que me dolía, ya ni lo siento; estas pastillas, al dolor lo ahuyentan, lo dejan descolorido, igual que a mi cara de ahogada que a cualquier espejo espantaría.
Quizás se me haya apagado la luz porque ayer, a las siete de la tarde o de la madrugada, me dieron la vuelta; vino un regimiento de extraterrestres y en coordinados empellones me dejaron boca abajo; decían que era para que respirara. Es angustioso pensar que, situada en esta postura, no podría ni verte si lograras venir y a mi cuerpo te acercaras; me voltearon y me convertí en este saco de patatas. Pero ya lo sé, tú no vas a venir y mejor que no lo intentes, por si acaso.
¡Cómo nos sacaron de la casa! ¡Con que precipitación!, y se quedó todo tal cual, los cacharros en el fregadero, los platos en la mesa, yo con mi bata y tú enrollado en tu bufanda, pero no nos llevaron juntos, nos divorciaron: yo a mi casa y tu a la tuya, sin decirnos ni un adiós ni cruzarnos una mirada, aunque esa pudiera haber sido la «penúltima» vez que nuestras pupilas se encontraran.
Pienso en aquel paciente y «siento» nuestro primer beso. ¡Si!, aquel tan furtivo, aquel tan intenso, por prohibido, por travieso, a escondidas de nuestros padres, y tan inseguro, de tanta inexperiencia, que fue el comienzo de nuestra vida juntos, el punto por donde todo empieza, todo lo que ya se está esfumando o que se acabó cuando nos sacaron por nuestra puerta, con los cacharros sin recoger y los platos en la mesa.
Las luces que se apagaron se van encendiendo, esplendorosas, intensas y ya ante mí se abre un infinito pasillo de estrellas…
OPINIONES Y COMENTARIOS