Aquella noche, Casta entró por la puerta trasera de la vieja casa tratando de no hacer  ruido. Era tardísimo y su padre tenía el sueño muy ligero.
Se sacó los zapatos y se sentó a beber un vaso de agua helada.
Automáticamente llevó su mano  hasta los labios tiñendose sus dedos de Rojo manzana, asi se llamaba el lápiz labial que compró esa misma tarde.

–  Hermoso- dijo la consultora mientras Casta la miraba inquisidora buscando aprobación. 

 Tenía 28 años y su padre la dominaba.

Su madre había muerto hacia añares, dejándola  en manos de aquel tirano.

La noche que avisaron de la tragedia, la pequeña  oyó desde su cuarto los gritos del hombre desesperado, tratando de salir corriendo de la casa a ver a su mujer por última vez. No lo dejaron, estaba demasiado borracho, así que el oficial le pegó dos gritos y lo sentó de un  empujón en el sofá. 

Él sabía que su mujer buscaba tipos con dinero , que no era casualidad que siempre tuvieran comida y pagara la renta . Lo sabía de sobra aunque ella jamás lo admitió a pesar de las palizas diarias que le daba cuando regresaba a casa de madrugada.

Tenía la costumbre de empujarla hasta que caía de narices y comenzaba a sangrar , la tomaba del cuello y la atraía hacia si , mirándola  con desprecio y  escupiendole  la cara, mientras ella siempre callada, se limpiaba con un pañuelito bordado.

Después , lloraba y la abrazaba, mientras se besaban con desesperación y culpa. 

Casta oía desde su cama aquel show diario, que se repitió por años, hasta que su madre perdió la vida en un complejo accidente de tránsito en compañía del mejor amigo de su padre.

La niña creció y se hizo fuerte, jurandose que jamás se dejaría besar por nadie, no podía entender como un acto tan cruel podía ser tan apreciado.

Así que cada vez que se escapaba  para ir a una cita, se aseguraba al regresar, de tener intacta la pintura de labios.

Una vez, salió con un hombre del que había estado enamorada siempre. 

Preparó la cena para su padre  viejo , enfermo, cascarrabias, le dio de comer en la boca y lo dejó viendo una vieja película de acción.

Se puso un vestido ligero,  la noche era calurosa ; lo último que necesitaba era sudar . Se puso unos aretes de plata, tacones y se pintó los labios de color Caramelo. A las nueve en punto, se sentó en la mesa de aquel modesto restaurante con emoción y nervios a flor de piel.

-¿ Quieres vino antes de cenar?

– Claro- dijo tímidamente. 

Fue una velada preciosa, hablaron de todo un poco, rieron , bebieron. 
A medianoche, Casta abrió la vieja puerta, se quitó los tacones , bebió un poco de agua helada y se limpió la boca inmediatamente. 

Aquella noche, sus dedos sólo quedaron húmedos, sin rastro  del labial color Caramelo. Enseguida recordó,  al día siguiente debía ir temprano a pagar la renta.

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