¿ Truco o trato? ¿ Cuanta verdad hay en esos besos, nunca mejor dicho, de película?
¿ Acaso saben mejor?. Porque cuando yo beso, ¿no suena Puccini en mi cabeza?
Los besos en las pantallas transmiten magia, la magia que rodea el propio acto de besar. Ya sea prohibido, furtivo o basado en una mentira.
Ante nosotros, la escena perfecta. ( Y crecerás con ella).
Barco, velas, música, comida, champán y los protagonistas rompiendo moldes.
Ella quiere creerse a pies juntillas la suerte que tiene. Se ha encontrado al hombre de sus sueños. Es él. No hay dudas. Siempre ha estado esperando.
Le tiene de frente, a su merced. El ambiente está cargado. A él le cuesta respirar. Va disfrazado, es un impostor. Se ha ensuciado las manos para conquistarla.
Sin embargo, ni su engaño , la música o el arte, están a la altura del beso. Ese beso. El beso.
Él tiembla, tan seguro siempre de sí mismo, pero ante su figura, se siente como un niño que está aprendiendo a andar.
Y ella, en cambio, ha nacido para besar.
Lo hace una vez, dos, tres, cuatro veces. Encajan como dos piezas de puzzle. No pueden despegarse. Los buenos besos hacen que los labios se conviertan en imanes.
A través de la pantalla, sin necesidad de palabras, se ve como él flota hasta el séptimo cielo y sabe que ahora sí está perdido. Se ha quedado sin disfraz y sin su corazón.
Y ella nunca más volverá a ser la misma después de ese “ caricia” tan deliciosa. Tímida y apasionada a partes iguales.
El mar está en calma, mientras ellos se encuentran agitados.
La locura se ha adueñado de sus almas y no hay marcha atrás. Se han fusionado en uno.
Cuando la escena está bien preparada, los besos te llevan a eso. A la locura, pasión y finalmente, al amor. Las películas nos enseñan los ingredientes, pero ¿ hasta qué punto queremos hacernos con ellos para el beso perfecto?
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