Historia de un beso, increíble como cuatro palabras pueden encerrar tanto.
No hablare del beso en si, ni siquiera diré si nos llegamos a besar. Pero os contare algo que vale mucho más, que va más allá de lo físico.
Cuando era joven, vivía en un pueblo casi deshabitado. Solía pasar los días jugando con los pocos muchachos que había, pero todo cambió una tarde. La recuerdo como si fuera ayer. Estábamos jugando con la pelota en mitad de la calle, cuando nos tuvimos que apartar por lo que parecía una procesión de coches. Y en el último de ellos, ahí estaba, una cara curiosa mirándonos por la ventanilla. Esa fue la primera vez que la vi.
Las siguientes semanas fueron raras, ya no me interesaba salir a jugar con los demás chicos. Solo me apetecía acercarme a la vieja casa de la esquina, esa tan grande e intimidante por el aspecto descuidado de la misma, y que ahora me atraía como una polilla hacia la luz.
Nos llevo meses hasta que pudimos conversar por primera vez, sus padres la vigilaban recelosos de cualquier extraño. Nos encontramos, por casualidad, cerca de una acequia, la verdad es que me ruborice, lo reconozco. Pero ¿Cómo no hacerlo? estaba ahí, delante de mi, tan cerca, tan guapa…
– Hola – me saludó con una sonrisa. Y que sonrisa, dios, habría guiado a un barco sano y salvo hacia puerto en plena tempestad.
Apenas hablamos, pero esa pequeña conversación me lleno el pecho de una manera que no había experimentado nunca en mi corta vida.
Pasaron las semanas y cada vez nos veíamos más. Dábamos largos paseos por el campo y de vez en cuando jugábamos en el río. Le encantaba dejar que la corriente la arrastrará unos pocos metros y que yo fuera nadando hasta ella. Le gruñía diciéndole que algún día no iría, que dejaría que se la llevará la corriente, pero mi sonrisa destapaba el engaño.
Según pasaba el tiempo más se afianzaba nuestra relación. Prácticamente nos veíamos todos los días, parecíamos uña y carne. Nos hablábamos de todo, de nuestros sueños, miedos, e incluso de nuestros secretos más ocultos. Llego un punto en el que no nos hacía falta hablar, la mirada del uno hacia comprender al otro.
Éramos felices, dos jóvenes despreocupados que daban por supuesto que siempre contarían el uno con el otro. Sin dudarlo un solo instante. Y es que eso es el amor, la unión física si, la primera mirada, el primer roce, el primer beso, el recordar después en la soledad el sabor de sus labios y no poder evitar sonreír. Pero aún más importante, la unión espiritual, el sentir que los dos sois uno, que todo esta bien, saber que pase lo que pase, la otra persona te va a comprender y apoyar hasta el último de sus días. Eso es el amor, y tu y yo lo tuvimos mucho antes de besarnos.
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