Cuando yo era niño no entendía por qué los adultos se besaban. Para mí era algo repugnante ver cómo juntaban sus labios.
En una ocasión escuché a mi mamá decir que quería comerse a besos a mi hermanito.
A partir de esa noche no pude volver a dormir tranquilo, pensando que mi mamá tenía un apetito tan voraz, que terminaría, tarde o temprano, devorándose a mi pequeño e indefenso hermanito.
Por otra parte mi papá, al llegar a casa del trabajo por las noches, abría la puerta cantando: “La española cuando besa… ¡Olé!…”, amenazando a mi mamá con darle un ósculo. Yo no sabía qué era eso, pero no sonaba nada bien, y por fortuna todo lo que hacía era darle un beso en la boca.
El día que entré a la escuela y vi por primera vez a Lucí, empecé a entender muchas cosas.
Unas mariposas invadieron mi estómago revoloteando sin clemencia alguna.
No entendía qué era ese sentimiento que me embargaba pero, sin duda, era muy agradable, y cada vez que ella abría su dulce boquita, me aterraba el pensar que las maripositas que, de seguro se albergaban también en su estómago, huyeran despavoridas entre sus dulces labios.
Si una virginal sonrisa se dibujaba en ellos, un delgado hilo de saliva escurría por la comisura de los míos.
—Miren cómo se le cae la baba por ella —se burlaban mis amigos, pero eso a mí no me importaba.
Un día, sin poderme ya contener, coloqué mis labios frente a los suyos,
—Pero, ¿qué haces? —me increpó, apartándose de inmediato.
Sentí que mi cabeza iba a estallar en mil pedazos, aumentando su temperatura de tal forma, que resultó imposible que ella no lo notara.
—Shhh, tranquilo —me dijo posando su fino dedo índice sobre mis labios, al notar el estado de desconcierto total en que me encontraba—. Ahora no, quizás más adelante —concluyó.
Apenado, pensé que mi problema se debía a mi falta de experiencia en todo lo relacionado con los besos.
Decidí, entonces, dedicarme a la filematología.
Con el paso del tiempo mi boca recorrió muchas otras en busca del beso perfecto.
Conocí, y experimenté, todos los los diferentes tipos de besos: besos robados y besos ganados. Besos fortuitos y besos desafortunados. Besos de amor y besos de desamor. Besos foráneos y besos locales. Besos fugaces y besos perennes. Besos apasionados y besos fingidos.
Disfruté el beso desinteresado y sucumbí ante el beso francés.
Ahora que soy padre, entiendo aquel sentimiento de mi mamá, y desearía también poderme comer a besos a mis hijos.
Después de mucho tiempo, aprendí que el mejor beso es aquel que proviene de un ser amado siendo, sin duda, la llave que nos transporta a otro mundo, a otra galaxia; que funde dos cuerpos en uno solo y sublima al ser humano.
“Es que besa de verdad,
y a ninguna le interesa… ¡Olé!
besar por frivolidad…”
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