María llegó temprano al aeropuerto. Alfonso había partido un mes atrás, la primera y única vez que salió del país. Viajó con otros dirigentes sindicales a un congreso al otro lado del mundo. Una sola ocasión se comunicaron por teléfono, para confirmar día, hora y número del vuelo de regreso.
Ya todos los demás pasajeros salieron de los controles de migración y aduana. Esperó con tensa calma otra hora, pero un mal presentimiento se había clavado en su estómago.
Entrada la noche, en la oficina de la empresa aérea le informaron que su marido había llegado, pero fue abordado por un grupo de agentes policiales vestidos de civil, que retiraron también el equipaje.
María volvió desesperada a casa, al fin pudo desatar su llanto con las hijas mayores. Los más pequeños, aterrados.
Al día siguiente los hijos no fueron al colegio. Con la mayor, Tamara, fueron a recorrer hospitales, cárceles, incluso la morgue de la policía. Ninguna respuesta obtuvieron.
Varios días repitieron diligencias, sin resultado. En ese periplo, conoció María a otras valientes mujeres, con las mismas angustias. Juntas recorrieron lugares impensados. En los cuarteles recibieron portazos en la cara y groserías de los envalentonados militares. Sus superiores habían tomado el poder, por asalto, pocos días antes.
Usaron pañuelos en sus cabezas, como más tarde lo harían las Madres de Plaza de Mayo. Se hicieron expertas en visitar radioemisoras, en elaborar carteles, en organizar mítines frente al palacio de gobierno y en multiplicar los panes para los hijos. Ellas casi no comían.
A los siete días comenzó a conocerse el destino de algunos desaparecidos. De otros, nunca se supo. Alfonso fue llevado al pabellón de presos políticos junto a dirigentes estudiantiles y sindicales. Pero continuaron incomunicados. Recién al mes, barbados, pudieron recibir visitas.
María tuvo que repartir sus críos al cuidado de familiares, únicamente quedaron las dos mayores y la tierna de un año de edad. Aprendieron a hacer artesanías y a venderlas, superando la vergüenza. El sueldo de obrero estatal de Alfonso, el único sustento seguro, fue suspendido, por el delito de ser sindicalista; ello sólo fue revertido cuando los abogados de una universidad demostraron lo arbitrario de las detenciones.
Varias veces se iluminaron los ojos de María cuando algún rumor llegaba, dejaba todo y corría hasta la puerta del penal. Pero siempre fueron falsas alarmas.
Cuando se aprestaba la familia mutilada a pasar una triste navidad, llegó la noticia del indulto de la junta militar. Corrieron con Tamara, una vez más.
Cuál fue su sorpresa al descubrir un verdadero tumulto de abrazos y júbilo, que no impidió uno que otro ¡abajo la dictadura!
El encuentro entre María y Alfonso ocurrió como en cámara lenta. Un acogedor calor dio vueltas en el estómago de ella y subió lentamente al pecho, garganta y mejillas. Un aura multicolor los enredó e incluyó la sonrisa con hoyuelo de Alfonso. Creyó desmayar María cuando se fusionaron en aquel beso, largamente esperado. Tamara apretó sus cinturas.
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