Hace unos días leí que Venus se estaba acomodando en Capricornio y que era tiempo de acurrucarse en el abrazo de un amor duradero para atravesar los tiempos que vienen. Pero contra la imagen del amor apacible, para mí el amor duradero es el que atraviesa tormentas siempre iluminado por el fuego, con la pasión como motor, aun con los gritos, con los llantos, con los abandonos, con las distancias, con los años.
Como el amor duradero de Jesse y Celine, dos que, anclados en sus mundos lejanos, tal vez no estaban destinados a encontrarse, pero que un caprichoso azar los cruzo, abriendo un nuevo camino. Y allí estaba el amor naciendo en los corazones enardecidos de dos jóvenes que se bajaron de un tren solo para darse amor en una noche de verano vienesa hasta un gran amanecer lleno de promesas. Y los besos fueron estrellas que estallaron por todos lados, inundandolos.
Luego pasaron los años y llego el tiempo del reencuentro, con el amor intacto y un nudo en la garganta por las citas desencontradas reviviendo en un dia de París, con las miradas bajas de los que se esperaron tanto y tuvieron otras vidas, pero aquí estan, al fin y al cabo. Con un vals hecho beso de despedida y la voz dulce de una mujer que esta vez no se resigna a perder el amor.
También hay dolor ahi, por el tiempo perdido, por los caminos bifurcados, los accidentes en el camino, las ganas contenidas y el amor siempre esperado.
Pero el amor sobrevive, se reinventa, y a orillas del Egeo da besos en forma de una carta de amor, una carta de un tiempo perdido en el futuro, con el sueño de una vejez juntos, con la cotidianidad de muchos más dieciocho años a cuestas, con los vicios de los años, las botellas de vino, los hijos, los amigos, las ciudades como testigos.
La historia va haciéndose carne en ellos, atravesándolos una y mil veces, haciéndolos parte. Un pedazo de la rueda de la fortuna del mercadillo de aquel verano vienes. O del Sena apacible y cauto, que da calma para que casi ni se toquen ante el temor de volver a desaparecer. O de los olivos de Creta, inundando de plateado todo, testigos de amores ancestrales.
Tres formas de amar con el mismo amor desesperado de los que se saben elegidos, manifestándose en todas las formas de besar; con las manos, con la mirada, con la voz, con las palabras. Y siempre, siempre, con ese instante detenido entre dos mundos, retumbando en los corazones de los que se aman sin tiempo y de repente, se encuentran y por fin, se produce la magia.
(este relato a medio camino entre una reseña y un ensayo pertenece a la categoría Besos de película y nos trae la historia que narra Richard Linklater en su trilogía Antes de amanecer-atardecer-medianoche, en donde dos impecables Ethan Hawke y July Delpy atraviesan 18 años de sus vidas y las de sus personajes, mostrándonos que el amor duradero es pasión, es verdad y es reto)
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