¡Ay Lola, Lolita, Lola!

¡Ay Lola, Lolita, Lola!

Lourdes

13/01/2021

«Aún recuerdo la primera vez que la vi», solía contarme el abuelo, refiriéndose a la abuela, cada vez que me acercaba al pueblo a visitarlos. «Me vine con la cuadrilla de mozos a apañar el puente viejo y así estuvimos durante unos meses, dale que te pego, porque ese endemoniado puente tenía más agujeros que un queso gruyere y más manchas que el cabrales. Habíamos terminado la jornada y el sol aún se te enganchaba al cuerpo como una tea ardiendo, cuando ella nos salió al paso. Aquella moza era de las que quitan el hipo, ¡vaya que sí! Abrí la boca para soltarle la primera obscenidad brotada de mi entrepierna, directa a mi cerebro calenturiento, cuando sus ojos se clavaron en mí como dos saetas azabaches, enmarcados por unas cejas espesas y negras, sedosas como su melena oscura, contenida a duras penas en un moño que dejaba escapar varios mechones sobre su tez morena. Y sus labios… ¡Ay, sus labios…!».

Horas enteras podía pasarse mi abuelo ensalzando las virtudes de esa extraordinaria criatura, brava como un toro, terca como una mula y bella como las delicadas y coloridas plumas de un pavo real. «Pues ándate con ojo con la Lola, porque tiene de malas pulgas lo mismo que de guapura», lo habían prevenido. Pero mi abuelo no es de los que se dejan amedrentar fácilmente, así que cual aguerrido domador de fieras, se enfrentó a aquella brava mujer con torería y valor.

«Así estuvimos con el tira y afloja, con el que si sí que si no, durante varios meses. Yo piropeándola con todo mi salero y ella riéndose de mi torpeza. Yo atreviéndome a manosearle las posaderas y ella abofeteándome la cara. Hasta aquel día en el que, loco de calentura y pasión la agarré por la cintura y le planté un beso de esos de toma pan y moja, en esa boca suya, inabarcable y mullida como las tierras de una era virgen y limpita, con sabor a mieles y fragancia de trigo recién segado. Cerré los ojos y me dejé llevar por aquel estado de embriaguez que se había apoderado de mí. Y allí estaba ella, amarrada como una hiedra a mi pecho, suspirando por mis huesos. Que aunque no lo parezca, yo siempre he tenido tirón entre las mozas, muchacho. Así que, sin pensarlo le dije: “¡Ay, Lola, Lolita, Lola, por esa boquita tuya se me trastoca la chola!”. A lo que ella me contestó con descaro, mientras me arreaba otro pescozón: “¡Me llamo Dolores! ¿Lo oyes? ¡Dolores! ¡Ahora resulta que me has salido poeta!”. Y entre beso y beso y pescozón arriba, pescozón abajo nos tiramos varios meses, dale que te pego. Nos casamos en primavera, que ya le dije yo a tu abuela que este pueblo es demasiado caluroso en verano como para andar organizando un bodorrio como Dios manda».

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