—El dormir es una eterna ilusión—

—El dormir es una eterna ilusión—

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13/01/2021

Mis ojos ya no podían percibir la realidad. Rebotaba por las paredes, observando un punto fijo que se movía en instantes calculados. Ya quería dormir y no era consciente.

     — ¿Ya tienes sueño? —Preguntó Marla —. La cama está lista.

     Me acomodé sobre las espumas de las sábanas, mirando el techo con el candor de quien cree haberlo descubierto. Marla se echó a mi lado, de forma que su mirada caía en la mitad de mi rostro, y no dejaba de verme.

     —Te quiero —dije, como si fuese el producto de toda una noche de ambigüedades.

     Volteé y besé su frente, rocé con la yema de mis dedos sus ondeados cabellos, que se mecían en una solitaria brisa que pasaba por la ventana. Mis dedos se movían autónomos de mi pensamiento, ya habían agarrado cierto camino en su cabeza y Marla parecía gustosa de mi beneficencia. Ahora sus dedos encontraban mi nuca, y nuestros rostros se buscaron. Sus besos eran suaves, delicados y ligeros, tanto que podían romperse en cualquier instante. El despistado arranque de intensidad avanzó, con apacibilidad, sobre mis hombros que terminaban por esclarecerse. Yo había bebido mucho y ella lo sabía; pero no sabía si ella había bebido lo suficiente como para dejarse llevar.

     —Yo también —respondió, ya soltando mis labios.

     Recostada, soltó una breve sonrisa. Al instante nos apagamos y vi que, empezábamos a caer en un sueño más que profundo: vacío. Sueños de borrachos. Sueños sucios y mojados.

     Al despertar Marla me miraba, con esos mismos ojos que me mira cada día cuando me integro en su casa para ver películas o tomar un café (cuando en su habitación estamos, siempre pido café y me mira con una fofa expresión, pero después me lo sirve y reímos hasta el anochecer —tal vez, si me cobrara por cada taza, no sé qué sería de mi educación universitaria—). Solo que ahora no los reconocía; esos graves ojos de aceitunas, grandes y fijos, tiene la expresión inflexible y lucida. Y parecía buscar en mi rostro, una respuesta que no fuese en palabras.

     Ya no estaba echada, eso sí; estaba meciéndose a las orillas de la cama. Su presencia empezaba a agarrar forma y yo comenzaba a endurecerme «La resaca pensé; —quiero dormir, deja de mirarme—dije. Pero seguía mirándome, como si pudiera sostener su pensamiento calando mi risueño aspecto» Al escuchar, sus pestañas cortaron la mitad de sus ojos, y su mano, que andaba inquieta en su regazo, subió a su nuca y parecía advertirme con el rostro. Era lo inminente.

     —Tenemos que hablar —dijo, ya amaneciendo.

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