TRAS EL CRISTAL

TRAS EL CRISTAL

Martha Wandemberg

16/04/2021



                                                                              TRAS EL CRISTAL

La figura semi encorvada tras el cristal, mirando al mundo correr y correr, poderoso rumor de río abierto que canta en las mañanas sus ternuras, decorando el espacio pequeño de la abuela, que teje sin descanso sus nostalgias y recuerdos; de vez en cuando enjuga una lágrima repetida en el mapa del sentir, aquella que recoge los años en su sien plateada como rúbrica poderosa del vivir.

Solía ser hermosa y arrogante en su andar; tacones de espuma que la elevaban constantemente a la pasión y al porvenir. Vestido de seda fino que engalanaba su figura reflejada en la sombra mágica, de la luz que se proyecta en la pared bajo la semi-penumbra del anochecer. Su peinado altivo y bello, recogido en la premura de no saber todavía lo que el destino dictara más pronto que nunca, si tan solo le provocaba desatar sus cabellos dorados como el sol y echar a volar sus sueños pues no le temía al mañana, mientras lo apretaba entre sus manos susurrando melodías al paso de los años.

Se tornó gigante con su primer amor para luego en el jardín del ensueño cultivar los más bellos sentimientos con los hijos de los hijos, que no han advertido ahora, el verde mar de sus ojos, todavía frescos, marinos, como las olas del mar que entretienen a la roca que recibe sus caricias, bajo luz o soledad…

Ella sabe de versos e historias encantadas, de príncipes, desengaños y de profundos amores que agitan pañuelos al alba, presagio de emociones en los puertos que cobijan, las húmedas miradas de las quietas despedidas. Si acaso la visita de emociones camufladas, por el beso lisonjero que le dan cada mañana. Ella ha visto la guerra fría encarnada en la profecía, de mejores tiempos, nuevos, que prometen las palabras enlazadas con premura, en la nieve del invierno que no acierta primavera, cuando el hombre y su carrera va pisoteando al paso, los valores que ella guarda en el cofre de la espera, como algo tan sagrado, que cuantas veces la desvela, pues ella sin pregonar, siempre sabe mucho más…

Abuela querida amiga he venido a visitarte, a la par que adivino por el lenguaje de tu alma, que quisieras contar parte de tu historia señalando en la mesita que adorna tu tiempo y calma, las fotos del tío Alberto, aquel romántico de antaño, que solía regalar flores perfumadas en primavera y hasta quería que sobrevivan al invierno de diciembre, que calaba helado en las venas; y tu primogénito Antonio, recatado y músico innato, se bebía las tristezas detrás de las notas de piano. Muy pocas veces reía pues su postura de hidalgo caballero, lo distanciaban quizás, de nosotros y el mundo entero.

–Hija mía, los dos fueron y son mis ángeles protectores, cuando se marchó tu abuelo, ellos tomaron el rumbo del cuidado a la querencia; ellos han sido leales guardianes sin prisa y sin ruido, hasta podría decir, que olvidaron los lamentos, debían cuidar de mi y es lo que hicieron a su manera, con seño un tanto fruncido el uno y el otro, con alma cantarina de bohemio-…

-Amo tu compañía y me place observar cómo estás mirando al jardín, aquel a quien lo tocabas con la magia de tus manos cultivando rosas rojas que encandilaban la estancia. El árbol donde un día sonrojada y temerosa grabaste las iníciales del muchacho que tú amabas, casi queriendo ocultarlas entre las ramas valientes que el viento las apartaba, para dejarte saber, que no hay verano sin luz, ni secreto que no tenga alas-.

Hoy también recuerdas a mi madre más aún porque luzco muy parecida a ella, te duele y bien lo sé, su temprana partida; elevas tus dulces ojos al cielo azul que nos mira, detienes a los recuerdos mientras empiezas ferviente, asir mis manos y luego sin más ni más desengaño, tus lágrimas son perlas finas que dejas caer humilde, sobre tu rostro y mi piel.

Abuela de tez nacarada y de nieve perfumada en tu cabeza, cuéntame otra historia que me aleje de la incertidumbre, de esta mi generación que distrajo los sentidos sin brújula que señale el camino presentido del amor, paz y oración. Déjame apoyar mi cabeza en tu bendito regazo, segura que voy a evocar cada uno de mis pasos, mientras tus manos deslicen sus caricias tiernas, puras, alivianando el gesto del cansancio que hoy trae mi locura.

Me miras emocionada, importante es tu sentir, preguntas casi en susurro, ¿si alcancé a ser feliz?… Los minutos son eternos, no me quiero despegar de tu ternura, son valiosos los suspiros que impulsan a continuar el camino, senda frágil que recorro, en mi fresca juventud. Tú me dices casi seria, que a mis veinte primaveras todo es color de rosa, de sueños y de acertijos, que si logro yo sortear, el declinar de lo fácil y me dispongo a luchar, veré un ancho camino donde soñar y amar.

Te sonríes y predices que lo voy a lograr. Luego me aconsejas que no corra en la lluvia tierna porque ella refresca el cuerpo y también da libertad. Sin embargo dices claro, que en la tormenta me debo resguardar. ¡Sé prudente, leal y honesta, nieta mía, ve en busca de la verdad!

Hace frío acá afuera, ven y vamos a sentarnos, bajo el fuego que conquista tu amada estancia y la cita que hoy nos une, abuela. Si prefieres al silencio mientras la música suena cadenciosa y casi secreta, estoy de acuerdo contigo, sin palabras tu alma y la mía se han de fundir sin remedio. Ya quiero soñar despierta que esta cita se ha dado con ungida bendición, que he venido hacia tu encuentro con ilusión y premura, que he dejado todo y nada, con tal de estar a tu lado.

Si miras mis mejillas sonrojadas, es porque en mi pecho se anida, el primer amor que canta con deleite del rostro amado que traigo, escondidito en mi almohada, él se vuelca a mi cariño como al muro la misma hiedra. Es romántico y hermoso, de ojos color castaño, de porte varonil y sabio; sabe de ti por mi boca que alimenta en su anhelo, el poder venir a verte para conocer de cerca todos tus encantos; le hablé de tu voz pausada y tus ágiles dedos blancos, cuando entonas canciones de antaño, bajo el marfil de las teclas, que adornan tu viejo piano.

Le dije que te amo tanto, no solo porque diste vida a mi madre que añoro siempre mientras me arrimo al recuerdo de sus bellos ojos claros. Casi sin detenerme sigo contándole tus historias, de amor, entrega y sacrificio, de penumbras que volcaron en tus mejillas las lágrimas, que recogían tu pena, sin que dejaras que nadie, te compadeciera.

Querías y lo has logrado, ser una abuela maestra, con enseñanzas que brotan de tus canas y experiencia; ser cariñosa y sincera, agua fresca de manantial donde yo lavo mis cuitas que si grandes o pequeñas, te llegan certeras al alma, de música y poesía, porque son risas y llanto, porque son mis propias vivencias.

Abuela, cuánto me cuesta alejarme de tu amor y de tu abrazo, casi en súplica constante con mi yo controvertido, quisiera aquí quedarme en tu casa y con tu abrigo, pero abuela de mi historia, tengo que empezar andar el camino que anhelante ya me espera. Casi creo concebirlo como alegre en el verano y nostálgico en otoño, hojas que danzan en el viento formando figuras mágicas, placeres que convidan a la mesa de ilusión, casi esquivando discreta a las nubes negras, que adornan también este paisaje andino de belleza inusitada, de volcanes encendidos bajo el manto del sol; de lagunas imponentes pintadas de azul y oro, si en las tardes de montaña, se arriman un poco a Dios. En la espesura del alma, quedan todos mis anhelos y los tuyos que ahí dentro de tu corazón amante, no los pronuncias siquiera, pero yo sé que en letanías va mi nombre enlazado, cuando orando vas por tu nieta.

Ana, mujer menuda y preciosa, mensajera del cariño, guerrera de paso firme, de alegrías y desventuras, de pasiones encendidas en el candil de los sueños, descalza fe que te anima mientras caminas serena, alejada de mentiras y reclamos, si solo juntas las manos en piadosa oración, cuando canta el ave azul que se posa en tu ventana. Princesa de un cuento de hadas, dibujado en la espesura, de tus cejas perfiladas que adornan las esmeraldas, que ostentan tus ojos claros con pretendida modestia, mientras yo abuela amada, te pediré que perdones, los días que sin abrazos, te sentiste abandonada. No mi señora bella, hoy el calendario marca, una nueva conquista del amor y el reencuentro, que se adorna de fantasías, de confidencias sagradas, de miradas y caricias, sobre mi pelo y tu espalda.

Volveré, te lo prometo, no habrá nada que lo impida, ya no extrañaras mis cartas, pues salvaré los senderos que aparentes nos separan. No tendrás que reclamar que está muy sola tu casa, pues en las puertas del alma, me encontrarás nuevamente y evocarás este encuentro y abrirás esas ventanas, mientras juntas y a distancia, tejeremos nuestro amor y sus nostalgias…

Ya la tarde cierra el abanico de colores, simplemente nos regala la visión de la constancia, acude dispuesta y nueva al encuentro del ocaso, no se resiste al brillo que se esconde en el firmamento, mientras se acuna la luna y aparece tan despacio, que sin la tarde seguro, no podría renacer.

Nubes en danza alegórica se aprestan abrazar la naciente estrella, aquella que brilla por igual para pobres y ricos, que deja en las canciones estelas de romance e intenciones que golpean la puerta secreta del valor, añorando que no sea fugaz. Luces y emociones, encuentros y desencuentros, amor y desamor, y ahí en la pequeña estancia, abuela y nieta sin siquiera parpadear abrazan la vivencia de una tarde especial. Se miran silenciosas en religioso ademán, la una bendice a la otra con manos arrugadas por el tiempo, pero pletóricas de energía, como rosas perfumadas en un bouquet de flores presuntuosas en su belleza natural, de sentimientos bravíos que se hicieron a la mar. Y en unión de profundo sentimiento y confidencias sagradas, que han decorado certeras en el pecho amigo y fraterno, sus corazones esparcen perfume de flor. Nada interrumpe el sortilegio de almas que vencieron la distancia y dieron luz a esta cita. No disimulan y ríen como dos chiquillas tiernas que en el espacio supremo de la vida y su deidad, se reconocen serenas en la amada libertad.

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