Atrapado en el tiempo

Atrapado en el tiempo

Sonidilla

19/04/2021

                                                                       Atrapado en el tiempo

El abuelo tenía tres cualidades buenas: su amor propio, su habilidad para aprender a pesar de estar cerca de cumplir un siglo de edad, y su resiliencia ante las adversidades de la vida. Un año atrás se declaró una pandemia que continúa azotando el mundo entero. En el estado donde reside, el gobierno ha impuesto medidas de salubridad estrictas para impedir la propagación del virus, conocido como Covid 19.  La preocupación de la pandemia ocupa la mente de los seres humanos en el globo terráqueo. Nunca se ha quejado de estar aislado en su hogar para prevenir el contagio, al contrario, siempre se mantiene ocupado. La primavera florecía pausadamente. La estación del año preferida por él. Junto con ella una temperatura agradable, que le permite trabajar en su jardín sin cansarse mucho.

Hoy era uno de esos días que tenía un plan de trabajo intenso. Se fue vistiendo con la lentitud típica de un hombre de noventa y tres años. Se miró en el espejo del baño satisfecho con la imagen que veía. Su cara afeitada reflejaba unos ojos pequeños. Con picardía guiñó un ojo y le tiró un beso a la imagen del espejo. Extendió sus brazos, inhaló una bocanada de aire, lo exhaló. Con vanidad modeló su camisa de cuadro de manga larga. —«ideal para cubrirme del sol», dijo en voz alta. Un pantalón viejo desgastado por el uso y en su cintura una gruesa correa negra, se sentía alto y esbelto, y con una sonrisa emprendió su día.

Salió de la habitación lleno de energía. Llegó a la cocina. Miró el reloj de la pared, eran las seis y treinta de la mañana. Preparó unas tostadas con mermelada, bebió un poco de jugo de naranja y tomo sus medicamentos. Mentalmente repasó todo lo que tenía en agenda para el día. Satisfecho consigo mismo se fue al patio de su hogar. Su inflado ego lo ayudaba a confiar en unas habilidades que creía poseer engañándose a sí mismo. Se enorgullecía demostrando todo de lo que era capaz, hablando de sus muchos logros en la vida y fingiendo una fuerza física disminuida ya con el tiempo.

Su incontinencia urinaria no lo dejaba terminar las tareas en el tiempo que se había propuesto. Siempre daba una excusa para que no se dieran cuenta cada vez que entraba a la casa para usar el baño alegando buscar una herramienta, que necesitaba para el patio o que deseaba ver un poco de televisión antes de regresar al jardín.

Aún manejaba un Mercedes del año. Ostentaba haberlo pagado en efectivo y cómo cambiaba de carro cada tres años. Repetía lo sabio que era y como se hizo abogado. Todos conocíamos su historia.

A los tres años de edad, fue abandonado por su hermano mayor en la casa de un matrimonio pobre y sin hijos. Les pidió que lo cuidarán hasta que él regresará. Nunca se presentó a buscarlo ni tampoco sus padres biológicos lo reclamaron. El abuelo contaba como estos desconocidos se convirtieron en sus padres adoptivos. En las noches su memoria se activaba tratando de recordar donde había vivido, quiénes eran sus padres y su procedencia. Se convirtió en un niño callado con un mutismo selectivo que solo habría su boca para comer.

A luz de la luna o bajo una vela leía todo lo que llegaba a sus manos. A los siete años era un estudiante precoz y autodidacta. Caminaba por una hora para llegar a la escuelita, descalzo y con hambre. Poco a poco fue creciendo en sabiduría, astucia y liderazgo. Se dio a querer de sus maestros, amigos y vecinos. Su seriedad, madurez y orgullo propio, no reflejaba su pobreza y origen. Escribía poemas para la clase de español, preparaba discursos que memorizaba y lideraba el equipo de baloncesto, además de ser el Presidente de su clase graduanda de cuarto año. Cultivó la lectura y la escritura como entretenimiento principal en su vida. ¡Era un romántico empedernido! En las noches se deleitaba leyendo acompañado con luz de un quinqué. La poesía era el género literario que más le llamaba la atención. Memorizaba los poemas de José Ángel Buesa, poeta cubano y los recitaba en ocasiones cuando la familia se reunía.

Soñaba con asistir a la Universidad. Sus escasos recursos económicos y la distancia no le permitían alcanzar sus sueños.

—«Solo los ricos podían asistir a la universidad», comentaba en voz alta. Sin darse por vencido, se inscribió en el ejército de los Estados Unidos. Su carácter fuerte, su orgullo de hombrecito y su perseverancia, lo hacían lograr todo lo que se proponía. Ingresó al ejército, siendo asignado al Regimiento 33 de Infantería en Panamá. Estaba compuesto por soldados puertorriqueños cualificados y con vasta experiencia en la Segunda Guerra Mundial.

Después de haber servido por tres años en la guerra de Corea del Sur su voluntad férrea le permitió regresar con vida y ser reconocido como un héroe nacional. Sin avisar a su familia llego al aeropuerto alquiló un carro público que lo llevo a su pueblo natal en Puerto Rico. Al ver la humilde vivienda donde creció lloró y corrió a buscar a sus padres adoptivos. Abrazándolos al verlos, ambos ancianos lloraron de la alegría. Ese día marcó en la existencia del abuelo su sueño hacia el triunfo. Su deseo de superación y su dignidad lo llevaría a lograr sus metas.

La abuela se levantaba tarde en las mañanas. Una frágil mujer que se había convertido en la compañera inseparable del abuelo. Medio siglo juntos en matrimonio habían procreado cuatro hijos.  La familia creció con la llegada de los nietos. Cada hijo vivía en diferentes partes del país.  Los visitaban dos veces al año. La viejecita enfermaba con frecuencia. El abuelo en silencio lloraba preocupado por ella. Su salud sexual geriátrica disminuía con los años. Sin embargo, invitaba a la abuela de vez en cuando a juntarse para recordar viejos tiempos. Ella se excusaba enumerando sus múltiples dolores y malestares. El abuelo con tristeza se desairaba volteándose en la cama dándole la espalda. Nunca le confesó su intenso amor por ella, nunca le dijo lo mucho que la admiraba y nunca le dejó saber la necesidad física de estar con ella. Solo sentía su contacto cuando bailaban y en el abrazo que se daban en un bolero. A pesar de su inteligencia y sus múltiples triunfos en su caminar por la vida, no había logrado ser un buen amante.

Comenzó a trabajar en el patio. El reloj marcaba las ocho de la mañana. Buscó una pala, con ella rompió la bolsa de la tierra preparada para sembrar. La alarma de su cuerpo le envió la señal de ir al baño. Colocó la pala contra la pared y se apresuró a entrar a la casa. Iba roseando el piso con las gotas que salían de su vejiga sin poderlas controlar.  Al llegar al baño su pantalón estaba húmedo y al bajar la cremallera para dejar salir al responsable de su desdicha, mojó el piso y el chorro de la orina apuntaba hacia todos los lados menos al sanitario.  Con manos temblorosas y papel higiénico en mano, limpiaba los alrededores del inodoro.  Miraba para todos lados preocupado de que la abuela pudiera entrar al baño. Se lavó sus manos y oneroso regresó a su quehacer del día. —«¡qué mucho molestas, déjame trabajar!», regañó a su vejiga. Dirigió su mirada al reloj de la pared, eran los ocho y treinta de la mañana.  El tiempo volaba y todavía no comenzaba el trabajo que con tanto afán había planificado para hoy.

Se sentó en el banco de la terraza. Sin darse cuenta se durmió. En su somnolencia durmió profundamente. Soñaba con los días de su juventud.  Cada recuerdo oculto en lo profundo de su memoria lo hacía sentirse importante y satisfecho consigo mismo. Un grito lo devolvió a la realidad.

—«¡Amor, te quedaste dormido!, así nunca vas a terminar» dijo la abuela ofreciéndole un vaso de agua.

Con pesadumbre se levantó bebiéndola con prisa.

—«Gracias, sabes que el agua me envía al baño», le dijo con dulzura. Alejándose lo miró con una sonrisa en sus labios entrando a la casa.

Le tomo tres horas hacer la mitad del trabajo que tenía en su agenda.  Entró a la casa sudado, cansado con su mente ocupada en su pasado. Se sentó en su sillón favorito.  La vida para él era el cúmulo de lo vivido. Su corazón, era el archivo fiel que, guardaba las cuartillas de esos momentos que fueron formando su carácter. Ahora, en su senectud, su mirada se perdía en un pasado borroso sin poder abrir ese fichero escondido en las paredes de su corazón.

Hoy era un día que su boca dibujaba su linda sonrisa.  Un ánimo poco común en él,
lo hacía caminar erguido, moviéndose de una habitación a otra.  Se sentía ávido al tratar de que renaciese el único sentimiento que le prestaba superioridad sobre su vejez: hacer planes para el tiempo futuro. Recreaba los planes inconclusos, que una vez, en un tiempo pasado hizo. Su mente se activó de nuevo. Se sentía joven de espíritu.  La educación, el sentido del deber y la familia fueron los valores que capitanearon su vida. 

El reloj marcaba la una de la tarde. La abuela lo llamo a almorzar.  Mientras comían hablaban de trivialidades.  La esposa había perdido la poca paciencia que le tenía.  El abuelo siempre estaba pendiente a los gastos, que se debía comprar, no creía en tener el refrigerador lleno de carnes.  Vivían en una casa completamente moderna.  No permitió que la abuela comprara muebles.  Los que tenían eran de la época en que se casaron un poco más de medio siglo.  Llegaba el momento de la siesta.  En ese momento el abuelo se sentaba  frente al televisor.  Con calma buscaba su programa favorito y le subía el volumen para poder escuchar mejor.  Hacía mucho tiempo su audición había disminuido.   Alegaba que escuchaba bien, siempre callado, no le gustaba opinar y por su seriedad era respetado por todos.

Unos recuerdos dulces llegaban a él.  La imagen de su mamá adoptiva  lo abrazaba.  Le decía palabras a su oído,  que lo hicieron reír a carcajadas.  Lentamente fue cerrando sus ojos.  Su cabeza la ladeo para el lado derecho.  Las palmas de las manos abiertas descansaban en su regazo.  En el televisor pasaban anuncios que él no escuchaba.  Sus parpados cerrados reflejaban el movimiento de sus ojos de un lado para otro.  Su respiración irregular y lenta se escapó de sus pulmones.  Una sonrisa se dibujó en sus labios.

Su mente oscura se llenó de luz.  Con curiosidad y lentitud caminó hacia ella.  Fue abriendo las páginas que antes estuvieron cerradas en el archivo de su corazón.  Con ansias leía el libro de su vida.  Revivía su existencia con las alegrías, las incertidumbres de recuerdos amargos y felices. Transitó en el tiempo pasado con afecto.  Con una mirada libre, sin miedo, se levantó y junto a su madre cruzaron la puerta de salida.  

Autora: Sonidilla

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