Esa soleada y cálida mañana cruzaron sus miradas por primera vez mientras caminaban por aquellos verdes prados, ambos vagaban sin rumbo como perdidos en aquel pintoresco paisaje, y tal como si estuviese programado, los dos se sentaron a reposar sobre las inmensas raíces de aquel emblemático ombú, disfrutando de esa cálida brisa de primavera. Había pasado ya un largo tiempo de aquel primer encuentro, pero cada vez con más frecuencia lograban coincidir en ese simbólico lugar. Ellos disfrutaban mucho su mutua compañía, se habían permitido conocerse dejando de lados sus prejuicios, aprendían mucho el uno del otro, se exploraban, se contemplaban expectantes, cautivos cada uno en las aventuras del otro, curiosos, como perdidos en las mutuas historias que narraban despojados de toda premura, así podían pasar largas horas desnudando sus almas, como si el tiempo no corriera para ellos en esos momentos.
Él era pensante, algo más callado, observador, el tono de su voz era firme y seguro, y su manera de hablar era pausada, serena, ella en cambio se oía vivaz, enérgica, impaciente y hasta algo atolondrada quizá. Él reflexionaba un rato antes de lanzar las preguntas o narrar sus respuestas, ella en cambio a modo de metralleta disparaba preguntas, casi sin pensar que tipo de sentimientos podría despertar en el otro su curioso interrogatorio, él había aprendido a conocerla y hasta justificaba ese comportamiento, entendía que era parte de su naturaleza y que lo hacía sin la menor intención de lastimarlo, incluso le sonreía de una manera algo cómplice cuando ella en ese instante en el que emitía sus punzantes preguntas fruncía su ceño como entendiendo que era algo brusca pero sin poder silenciar su boca, su curiosidad era más fuerte que su razón, él sonreía con la paciencia, y la templanza que solo él sabía hacerlo, su sonrisa era hasta algo compinche también ya que esto lo habilitaba a preguntar sin tabú lo que le viniera en mente, esta era la mejor manera de conocerse reflexionaban, hablar así sin miedos ni tapujos de lo que les ocurriera.
Él se veía aún vital, su cuerpo era fuerte y robusto como un viejo roble, su caminar era más lento y sus manos a veces temblaban un poco, pero lejos de verse débil reflejaba una envidiable longevidad, los surcos de su piel eran algunos de los pocos reflejos que denotaban el paso del tiempo, sus cabellos ya plateados eran escasos pero muy prolijos y la sapiencia podía verse reflejada en el brillante azul de sus ojos. Se podía conjeturar al mirar su aspecto que su edad era avanzada, pero su cabeza era aún lúcida, sus respuestas eran precisas, denotaban una sabiduría y una experiencia que generaba envidia.
Ella era bastante más parlanchina, su tono de voz era alegre, vivaz y algo inquisitivo, se la veía una persona inquieta, algo intrépida y atrevida. Sus historias reflejaban la manera en que afrontaba la vida, una manera audaz, decidida y emprendedora. Su figura era delgada, esbelta, su caminar era enérgico, y sus pasos algo inconscientes, parecía como si flotara o saltara al andar. Su piel era radiante, dorada por el sol, su cabello claro y con largas ondas que parecían jugar inquietas con el viento, y sus curiosos ojos color miel, dejaban entrever cierta inocencia, algo de picardía y una imperiosa necesidad de experimentar y aprender. Él se daba cuenta que ella amaba aquellas largas charlas, lo escuchaba absorta, embelesada y ella sabía también que él admiraba mucho sus relatos y hasta se divertía, eran como un refrescante baldazo de inexperiencia.
_ ¿Cómo estas hoy? Preguntó ella aquella mañana, _ ¡muy bien! ¿y vos? Respondió él con ganas de lanzar algún disparador con el que pudieran dar riendas sueltas a sus historias, pero ella, se adelanta respondiendo casi mecánicamente y como sabiendo que él no esperaba respuesta a sus preguntas, y así, algo impetuosa agrega: _ ¿te enamoraste alguna vez?, ¿Qué se siente?, ¿Cómo es el amor a tu edad?, Lanzó tres dardos consecutivos así de golpe y sin previo aviso. Él, mirando el horizonte como buscando allí las respuestas, luego de unos instantes de reflexión contesta: _El amor es maravilloso ya que va tomando diferentes formas a lo largo de la vida. He experimentado ese amor inquieto, impaciente, donde gobierna esa intensa pasión, ese momento en que las hormonas están tan revolucionadas que ese frenesí se antepone a cualquier tipo de juicio, al menos eso es lo que sentí cuando la conocí, le cuenta. Luego la incipiente madurez ayuda a sostener ese sentimiento y a base de empatía, respeto, diálogo, mucha paciencia, y compañerismo, pero sin perder de vistas los sueños y proyectos individuales, manteniendo siempre el sentido del humor, vas aprendiendo a perpetuar ese amor en el tiempo, y es allí cuando comienzan los proyectos y sueños de a dos, en pareja. Hay que ser muy creativo y paciente para saber afrontar las adversidades que la vida te va poniendo en el camino a modo de prueba, y cuando esto pasa la vida te premia con nuevas formas de ese amor, los hijos, es como una manera de trascender y perpetuarte en el tiempo a través de tu descendencia, en ellos dejas grabada a fuego las huellas de todo lo que aprendiste, le trasmitís tus experiencias, tus miedos, quizá también tus frustraciones pero sobre todo tus valores que serán sus herramientas y guías para que mañana cuando deban salir a la vida con sus propios sueños y proyectos sepan lo que tienen que hacer. Cuando crees que ya conociste todo lo que había que saber sobre el amor, esos hijos te regalan nietos, y ese amor hasta ahora conocido torna un giro inesperado en tu vida, ellos son como un atisbo del pasado, como una especie de déjà vu de aquellos años en donde la alocada carrera contra el futuro y contra las responsabilidades no te daban lugar a disfrutarlos, a jugar, a malcríalos como vulgarmente decimos, ellos vienen a nuestra vida en una etapa donde podemos relajarnos y colmados de gozo, plenos de felicidad nos tiramos en el piso a reír con ellos, a jugar con ellos y a revivir el pasado en ese maravilloso estado de sosiego interior. El amor de pareja también se transforma con el paso del tiempo, si logras trascender con tu par a las dificultades y obstáculos que la vida te pone en el camino, cuando llegas a esta etapa con el amor de toda tu vida, esa misma persona que elegiste por allá en tu inmadurez, esa que creció a tu lado, esa persona con la que supieron llorar juntos sus tristezas y alegrarse cada uno con los triunfos del otro, esa misma persona, a diferencia de lo que muchos en su inexperiencia creen, sigue despertando en vos esos mismos irrefrenables deseos que despertaban sus labios y su cuerpo en aquellos años mozos, seguimos amando con pasión e intensidad, no solo disfrutamos de nuestra mutua compañía, no solo somos compañeros y amigos, seguimos siendo ese hombre y esa mujer que fuimos, a los que solamente el espejo les indica que el tiempo ha pasado, porque el resto, esa llamita, esa chispa, siguen estando ahí cuando nos miramos a los ojo o cuando tocamos nuestras manos. Ella estaba atónita, escuchaba embelesada su relato, y solo logró salir de ese mágico trance cuando él con un brusco cambio en el tono de su voz le dice: _ ¿Y vos?, _ ¿Cómo es el amor a tu edad? Ella sonríe y con ese característico brillo de sus ojos y la ansiedad tan latente al momento de comunicarse, responde: _Creo que me enamoré varias veces, recuerdo que la primera era aún una niña, con toda la inocencia que implica ese amor infantil y algo melodramática también, decía entre risas al rememorar que peleaba con ese novio de pre escolar porque ella se tiraba del tobogán con otros compañeros y este le hacía escenas de celos, la segunda vez era ya una adolescente, éramos amigos recordaba y de golpe esas cosquillas en el estómago, ese deseo incontenible de vernos en todo momento, un amor tan juvenil, tan fresco, una manera tan pasional de abordar la relación, esa mezcla de diversión, deseo y entusiasmo con la que cobran vida todos los sentidos. Algo tan intenso de experimentar, tan mágico, tan lindo, pero a la vez tan efímero, debo reconocer con cierta envidia, que aún no he logrado vivenciar el amor de la manera en que vos lo describiste. _ ¡Tranquila, todo llega a su debido tiempo! agrega él con esa particular serenidad que lo caracterizaba. Y esta vez es él quien redobla la apuesta con una punzante pregunta, _ ¿Le temes a algo? Ella tan singularmente irreflexiva como era, responde espontanea y velozmente, casi sin pensarlo: _Si, le temo a envejecer, le tengo miedo a la muerte, al deterioro físico y mental, decía casi sin considerar a quien tenía enfrente, sin reparar quien era el destinatario de aquellas respuestas. _ ¿Y por qué? Pregunta él como si sus palabras no pudieran penetrar en aquel curtido y endurecido cuero._ ¿Cómo por qué? Responde ella, _ ¿Vos no tenés miedo a morir?, ¿No te da bronca?, ¿No te gustaría ser eterno? Agrega algo impetuosa, y una vez lanzada así sin filtros la batería de preguntas, lo miró algo dubitativa a los ojos, como temerosa de haber herido sus sentimientos, pero su curiosidad siempre pudo más que la razón. Él, meditó un momento en silencio la respuesta y con una pequeña mueca de sonrisa en sus labios y una profunda sapiencia respondió: _ Todo está perfectamente ideado, tu valoras quien eres porque existo yo, yo valoro quien soy porque sé que existes tú, si la vida fuese eterna, si supiéramos que pase lo que pase nada podría terminar, entonces todo perdería el sentido, la vida entonces no tendría el valor que hoy le damos, creo que el ser conscientes de la finitud es lo que le da el verdadero significado a todo, creo que es en ese equilibrio perfecto en donde todo toma sentido y aprendemos a disfrutar y valorar cada momento vivido, y es ahí cuando nos hacemos conscientes, cuando entendemos que de un momento otro todo se puede terminar, es en ese instante cuando empezamos a valorar la vida. Ella lo observaba en sigilo, maravillada y hasta algo conmovida también con su respuesta, realmente la había dejado pensado.
Ambos quedaron un momento en silencio, como reflexionando sobre ese instante que los antecedía, y luego, estrepitosamente como en mutuo despertar, ambos se incorporaron, y así, como la alegoría de la vida, como dos caras de una misma moneda, estrecharon sus manos _¡Fue lindo conocerte!, dijo la “juventud” a modo de despedida a lo que la “vejez “le responde, _¡el placer fue todo mío!, _ ¡Nos volveremos a ver seguramente!, agregó y cada uno siguió su camino, con una cálida sonrisa en los labios y ese extraordinario sentimiento de plenitud.
Autora: Natalia Bentevoglio
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