Esa mañana como todos los días, Susana esperaba ver a don Darío. Era una mañana invernal, había amenaza de lluvia y una fuerte oscuridad caía sobre La ciudad.
Susana madrugaba más de lo normal, debía prepararse para ir a la escuela. Se ponía su uniforme a cuadros con su camisa blanca de puño y salía para hablar con don Darío, que a diario la esperaba saboreándose el primer café del día. El aroma en la mañana se esparcía e invadía cada rincón de su casa, y la visita de Susana, era la evidencia de que seguía vivo y Dios lo seguía amando.
En esa soledad que lo acompañaba la niña era la única que le alegraba sus días, esperaba a mañana y tarde su visita. Don Darío era un señor de unos 80 años, encorvado por el paso de los años, delgado, pelo blanco; su cara llena de arrugas. Había edificado su vida en torno a las circunstancias que el destino le había impuesto. Su familia lo había abandonado hacía ya varios años, por eso vivía en una acera donde sus vecinos que le querían mucho, le habían improvisado una casa hechiza con cartón y latas. Carecía de los principales servicios básicos. Aquí, la fuerza del viento le ocasionaba cada rato daños en su vivienda y los vecinos de nuevo se la reparaban con madera, bolsas de plástico y lonas de campañas políticas. No había luz, tampoco la necesitaba, su visión era muy poca, veía puras sombras, y para hacer las necesidades salía afuera a una letrina que se encontraba a unos pasos de la casa. Cuando llegaba la noche, no se veían ni siquiera las ranuras de la ventana, todo olía a humedad. Esa oscuridad, eran las mismas penumbras en las que vivía. Él había hecho de la calle su espacio vital y allí se sentía cómodo. Sin embargo, pese a los problemas diarios, no perdía el ánimo. Su mayor anhelo era volver a ver, dado que un desarrollo paulatino de una catarata lo había dejado prácticamente ciego. Valoraba mucho la compañía y el cariño que recibía de Susana, y las ayudas que le daban sus vecinos.
—Hola, bella Susana, te estabas demorando hoy para llegar, ya sabes que este viejo te extraña pues le haces mucha falta.
—Tú también me haces falta. Pero sabes, no puedo demorarme hoy. Te guardé este pan y este refresco y también te traigo una bolsita con unas empanadas que mi mamá hizo ayer.
—Gracias, mi niña bella. Dios premiará algún día tanta bondad.
La niña le daba mucha tristeza irse, quería seguir escuchando las historias que el viejo le contaba. Sus anécdotas eran muy divertidas, estaba dotado con un gran don de la palabra y le gustaba hablar de su vida con la misma naturalidad con la que el sol expande sus rayos luminosos cada mañana. Así mismo, para don Darío la inocencia y la vitalidad de Susana, tenían la capacidad de curarlo de sus dolencias y rejuvenecerlo.
Susana es una niña inquieta bastante extrovertida. Le encanta trabajar con plastilina y hacer pulseras, y manualidades, disfruta ir al huerto, coger flores y frutos y tiene mucha empatía por los más vulnerables, le había tomado gran cariño a su abuelo, que aunque no lo era en realidad, a él le gustaba que le diera ese apelativo.
En la tarde regresó a su casa, pero su alegría no era la de todos los días, su madre la veía ausente y triste.
—¿Susi que te pasa? Te veo con la carita acongojada.
—Ay mamá, es que el abuelo que vive en esa casita frente a mi escuela me da mucha tristeza. Está tan solito.
—Susi y ¿quién cuida del Sr.?— le preguntó su madre con curiosidad—
—Nadie mamá, los vecinos le pasan cositas y yo cuando puedo le dejo algo de comida, pero es muy querido y me cuenta muchas historias, me hace reír mucho.
—Mañana te acompaño y conocemos a… ¿Cómo se llama?
—Se llama don Darío mamá, pero yo le digo abuelo. ¿Seguro me acompañarás?
—¡Claro que si!, le llevaremos comida y veremos que más necesita que le podamos brindar.
Susana se acostó feliz porque iban a ayudar a su amigo.
Al día siguiente, tan pronto Susi salió de la escuela, visitaron al señor que según ella, era su abuelo. Su madre estaba preocupada y quería ver de quien se había encariñado su hija de tal manera.
—Hola, abuelo.
—Hola, mi niña, hoy has llegado pronto.
—Le traigo una visita, —le dijo la niña— la mamá miró con asombro a Susana, ella ignoraba que el Sr. no veía.
—Hola, don Darío ¿cómo se encuentra usted hoy? Yo soy la mamá de Susana.
—Que hermosa niña tiene usted señora, ella es como un angelito que Dios me ha mandado.
—Don Darío ¿vive usted aquí solo?
—Si señora, mis hijos todos se casaron, yo enviudé hace muchos años, ellos no podían hacerse cargo de mí, así que con la ayuda de esta buena gente del vecindario que me acondicionaron este sitio puedo vivir aquí. Lo malo es que ya casi no veo. Eso es lo único que yo le pido a Dios, señora. Volver a ver, pero nada más.
—Pero sus hijos vienen a visitarlo, ¿le traen comida?
—No señora. La única visita que recibo a diario es la de su niña y la de algunos vecinos que me traen el café y comida con la que voy pasando el día. No sabe lo importante que es para mí la visita de Susi, la espero a diario, su ternura y su alegría, me dan una inmensa felicidad.
Conversaron largo rato. La mamá de Susana se interesaba mucho por el adulto mayor, y le dedicó todo el tiempo que tenía.
—Oye mamá, ¿cómo te pareció el abuelo?
—Es un señor muy cariñoso y especial, tenemos que buscar ayuda para conseguir quien lo opere y devolverle su visión.
—¿Verdad mamá? ¿Eso se puede?
—¡Claro queque se puede! Querer es poder. No lo olvides Susi. Solo hay que intentarlo y creer con mucha fe que podemos lograrlo.
Elisa, la mamá de Susana comenzó la tarea de buscar ayuda en diferentes fundaciones de adultos mayores.
—¿Sabes Susi?, cuando se es joven, la vejez es algo remoto, y llega tan rápido que no sabemos donde quedó esa añorada juventud. —la mama de Susana se mostraba un poco melancólica—
—¡Mamá, pero tú eres muy joven!
—Presenciar la situación tan precaria en que vive don Darío y ver que a pesar de todo es feliz, me cuestiona mucho. Cuando se está en la plenitud de vida como tú, creemos que esos males son para otros y que a uno jamás le llegarán. Admiro mucho hija de que te preocupes por ese señor.
Elisa movió cielo y tierra y logró que la fundación Los yeyitos (Fundación para el adulto mayor en estado de indefensión) se encargara del caso de don Darío. Pronto llegaron hasta allí y lo visitaron en su casa hechiza. Allí lo encontraron con su caminar lento, su cabeza baja, mirando torpemente al suelo y pidiendo permiso a una pierna para mover la otra; pero con su sonrisa amplia, optimista, dueño de un brillo contagioso y de una tierna mirada. Un abuelo lúcido y autónomo. No veía, pero eso no lo limitaba. El ritmo y la música de la vida tenían para don Darío otra velocidad. No tenía nada, pero era feliz.
—Don Darío buenas tardes somos de la fundación los yeyitos. Nos contactó la Sra. Elisa, mamá de Susana. Ella nos dice que usted quiere volver a ver.
—Claro señorita que quiero, la gente dirá que para qué, que ya estoy viejo. ¿Pero sabe usted una cosa? Uno mismo es el que decide si está viejo. “La vejez tiene cara fea” señorita. Yo tengo lo que necesito para vivir, me desenvuelvo yo solo y volver a ver es lo que más anhelo.
La fundación hizo todos los exámenes pertinentes a don Darío y le explicaron de manera detallada como sería la cirugía de cataratas que le iban a practicar. Esta operación es un procedimiento para extraer el cristalino del ojo y, en la mayoría de los casos, reemplazarlo con una lente artificial. Normalmente, el cristalino del ojo es transparente. Una catarata causa que el cristalino se nuble, lo que con el tiempo afecta la visión, y es por esto que usted está prácticamente ciego como consecuencia, del estado tan avanzado en que se encuentra la enfermedad.
Se llegó el día de la cirugía. Susana y su mamá estuvieron con él todo el tiempo hasta que le dieron salida y lo llevaron con ellas para su casa a esperar su recuperación.
Al otro día lo llevaron a revisión. Todos estaban ansiosos, asustados de ver cuál sería el resultado. El Dr. Retiró las vendas, y el protector ocular. Don Darío miraba al infinito, estaba sin palabras, se queda mirando a Susi y de sus ojos comienzan a brotar lágrimas, estaba feliz; pero no podía desatar palabra, sus ojos no paraban de llorar de emoción. Lo que tanto había deseado se le había cumplido. Ahora veía mejor. Se sentía agradecido. Susi que niña tan hermosa eres y usted señora es otro ángel que me ha mandado Dios.
Don Darío enseñado a su mundo, no dudó en regresar a su acera, la que para él era su casa.
Habían pasado dos meses de la cirugía y esa noche Susana no pudo conciliar el sueño, cada rato se despertaba sobresaltada, bañada en sudor. A las 5 de la mañana, sintió una opresión muy fuerte en el pecho, se paró llorando, saltó a la ventana, pero todavía todo estaba oscuro, se sentían truenos, sin duda iba a llover.
Sentía el corazón desbocado como si se le fuera a salir del pecho, estaba presa de angustia y de pánico.
—¡Mami! ¡Mami! ¡Mami! —Gritó la niña desde su cama—
Lloraba desconsolada, las lágrimas caían por sus mejillas, y ella se las secaba con la palma de la mano.
—¿Qué te pasa hija? ¿Qué tienes?
—Es el abuelo mamá.
—¡Cálmate hija!, ¡cálmate! Que le pasó a don Darío.
—¡Se ha ido mamá! ¡Se ha ido!
—Cómo así ¿para dónde se ha ido? ¿Por qué dices eso? Él está bien, cada día recupera más su vista.
—Si mamá, pero se marchó. Vi como flotaba en medio de un torbellino que cada vez se hacía más grande, y de repente entro en un túnel inmenso y se fue alejando persiguiendo una gran luz que había al final. Yo no pude detenerlo. Me dijo que estaba feliz y que ese viaje lo tenía que hacer solo, pero que siempre estaría a mi lado cuidándome.
—Fue solo un sueño hija, ahora que amanezca vamos a visitarlo.
—No mamá, él ya no está.
La niña no paraba de llorar y su madre se quedó acompañándola y abrasándola en su regazo hasta que aclaró el día.
En ese momento sonó el timbre.
—Señora que pena despertarlas tan temprano
—Cuénteme ¿qué pasa? ¿Es don Darío?
—Sí Sra. Esta mañana cuando le llevamos el café, no abrió la puerta. Lo llamamos varias veces y nada.
Elisa sintió como si le hubiera caído una descarga eléctrica, se tapó la cara con las manos.
—Empujamos la puerta y ahí estaba recostado en su cama con una sonrisa en sus labios y una serenidad sobrenatural. A don Darío lo cobijaban las brumas de la bienaventuranza. Ahora ve sin ningún esfuerzo.
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