Tengo prisa, tengo muchas cosas por terminar y no sé si me dará tiempo.

Voy a organizarme de nuevo: si bajo al horno a por el pan de buena mañana evito hacer cola a las 9:00, de ahí puedo salir a caminar una horita hasta que abra la pescadería…así tengo arreglo para la noche y mediodía del día siguiente. He quedado en recoger los pantalones en la modista sobre las 11, y quiero pasarme por la paquetería a pedirle un sostén.

Necesito hacerlo todo por la mañana, sino por la tarde mi nieto llegará a casa y no tendré la merienda preparada. ¡Ay! que divinidad verlo cada tarde…es como volver a los años que me tocó criar y no tuve tiempo para dedicarles a los míos.

Qué suerte poder estar. Qué suerte poder sentir esto que mi marido, en paz descanse, no puede sentir, ni vivir. Lo bonito de esta vida es sin duda, eso, vivir. Vivir cada momento y agradecer cada minuto estar aquí.

Mis piernas, cada vez más pesadas, luchan cada día por llegar. No quiero parar, me niego a descansar. Y es que sino termino el día agotada es como sino hubiera aprovechado el tiempo. Yo quisiera ser de las que se sienta en el parque a observar los pájaros y no me pesara dejar escapar los minutos sin hacer nada. ¿Pero cómo pueden estar ahí quietas sin inmutarse? ¡La cantidad de cosas que puedo dejar hechas en esa mañana que pasan sentadas como estatuas!

¡Ding-dong! -Suena el timbre.

¿Quién será?, son las ocho de la tarde…voy a ver.

-Madre, soy yo, Berta, abra por favor. -Mi hija al otro lado de la puerta.

-Hija, ¿ qué haces aquí? -contesto sorprendida mientras abro la puerta.

-Pasa cariño… -Berta adentrando a la casa a su hijo Marcos con ayuda de unas muletas.

-¡Ay! Marcos querido, ¿ qué te ha ocurrido? -Me alarmo al verlo con la pierna escayolada.

-¡Nada Iaia! Jugando a fútbol un amigo me empujó y caí fuera del campo, y ¡mira! ¡me han escayolado hasta arriba!. ¡Ahora todos mis amigos podrán llenarme la pierna de dibujos y firmas! -me explica muy alegre mi nieto.

-¡Vaya amigo! No si… aún estarás contento, ¿no? -refunfuño…

-Madre he de dejarlo aquí, sino por la mañana no tendré tiempo de llevarlo a la escuela, te dejo su uniforme, pijama, y cosas de aseo en la mochila -me explica mi hija.

-¿Y ya está? -replico molesta.

-¿Cómo que «y ya está»? Se ha roto la pierna, sólo para arreglarle por la mañana necesitaría levantarme media hora antes para poder llegar a tiempo al cole. Aquí estás a 2 minutos del cole, no te dará tanta faena -me explica dándole toda importancia a su argumento.

-No me dará tanta faena, ¿no?, la que te has quitado tú de encima…¡ay! si es que no sé como os he enseñado para que tengáis en cuenta sólo vuestras necesidades. ¿Acaso me has preguntado si tengo algo que hacer mañana? -respondo muy enfadada.

-¡Venga ya, madre! Tampoco tendrás que fichar por recoger el pan a tu hora…-replica en tono burlón.- Bueno, entra a las 9.00, si necesitas algo me llamas -termina la conversación más amable.

Me da un beso y se va. Sin más. ¡Ten hijos para esto!. Vuelvo al comedor a ver a mi nieto.

-Bueno hijo, imagino que no habrás cenado tampoco, ¿verdad?.

-No, mamá tenía prisa por traerme antes que se hiciera de noche -responde cabizbajo.

-Mmm…, pues, para cenar hoy toca hervido, si hubiera sabido que venías podría haber comprado algún filete de carne, pero haciendo las cosas como las hace tu madre, poca previsión puedo hacer…

-No te preocupes Iaia, lo que me hagas me lo comeré a gusto -me interrumpe para quitarle importancia a la cena.

-Qué diferente eres a tu madre, Marcos. Ella siempre me reprochaba lo que le preparaba… -reflexiono en voz alta.

-Iaia, mamá no es tan mala, pero trabaja mucho y casi no tiene tiempo para nada. Siempre está estresada. ¡»Prisa»!, siempre tiene prisa. Pero, vamos y te ayudo a preparar la cena. -Justifica a su madre mientras me resuena en la cabeza «la prisa» que yo también tengo siempre…

-Déjalo hijo, quédate en el sofá no sea que caigas de nuevo y tengamos que escayolar las dos piernas. -Le invito a quedarse en el comedor.

La luz del sol se deja ver a través de la persiana, no me hace falta despertador a estas alturas. Desde bien niña que empecé a trabajar ya nos poníamos todos en pie antes del alba. Mi hermana Carmen, la mayor, era la primera en vestirse y meterse en la cocina a preparar los desayunos. Ana y yo éramos más pequeñas y algo más remolonas, nos dedicábamos a preparar la mesa, fregar tras las comidas y recoger los huevos de las gallinas de nuestro corral después de arreglar el resto de animales.

Madre, que en paz descanse, y Carmen se encargaban de preparar las comidas, hacer la colada y bajar al pueblo a comprar. Mientras, mi hermano Juan y mi difunto padre pastaban con el ganado. Durante la trashumancia no estaban en casa, así que del corral teníamos que encargarnos nosotras. Pasábamos muchos meses solas sin ellos, pero cuando llegaban, madre arreglaba la casa y preparaba los mejores guisos y cocidos para ellos. «Deben alimentarse bien» decía siempre con una sonrisa tan humilde como era ella.

-¡Iaia!, ¿estás despierta? Necesito ir al aseo -mi nieto me reclama antes de ponerme en pie.

-Voy hijo, voy…

Entro en su habitación y le ayudo a incorporarse, el pobre con 8 añitos es todo un hombrecito que pone de su parte para no molestar, pero ¿a quién no le impide valerse por sí mismo una pierna escayolada?.

-Vamos, te ayudo. -Le acompaño al cuarto de baño y voy a por su neceser. 

-Marcos, querido, aquí tienes tu neceser. Mientras te lavas la cara y te peinas voy al horno a por pan para tu almuerzo y algo para desayunar. -Le doy un beso antes de irme.

Vaya, hay algo de cola en el horno, esperaré. La suerte de vivir en esta casa es que tengo cerca todo lo que necesito, el horno, la pescadería, la farmacia y el colegio de mi nieto (que ya lo fue de mis hijos) a la vuelta de la manzana. Mi marido y yo hemos pasado la vida buscando lo mejor para nuestros hijos y cuando conseguimos esta casa nos pareció lo mejor para ellos. Pero cuando crecieron y se fueron independizando, cada uno se fue en busca de otras cosas que nunca hubiéramos imaginado serían de su agrado. Mi hijo Carlos decidió compartir piso con dos compañeros de la universidad en la ciudad, y una vez se licenció prefirió quedarse en la ciudad. Consiguió trabajo en un despacho de abogados y conoció a Emma. Una vez conocen la ciudad, ya no vuelven…me quedaba la esperanza de tener a Berta cerca. Y bueno no es que esté lejos pero se buscó una casa a las afueras del pueblo y sin coche no puedes llegar. Vaya que sino vienen a verme no tengo a nadie más.

-¿La última para entrar? -pregunta una vecina.

-Yo misma señora -le contesto rápidamente.

A ver si no me hacen esperar mucho más y le preparo el bocadillo mientras el chico desayuna.

-¡Siguiente! -reclama la chica del horno.

-¡Yo! Buenos días, póngame una barra de pan casera y una bolsita con 6 croissants y 2 magdalenas, por favor. No me pongas bolsa que llevo mi saco -le pido algo apresurada.

-Buenos días señora Gracia, de acuerdo. ¿Qué tal, como se encuentra? -me pregunta agradable la chica.

-Bien gracias, dígame ¿ cuánto es?, es que hoy tengo un poco de prisa. -No llevo intención de darle conversación hoy.

-Muy bien, serán 2,80€.

-Ahí tiene hija, tenga buen día -me despido sin más.

-Gracias, igualmente a usted -me responde un poco molesta, pero hoy no es el día.

Abro la puerta y Marcos ya está en el comedor vestido, esperándome. Le dejo los croissants en la mesa y le caliento un vaso de leche. Mientras desayuna voy preparándole un bocadillo de atún con olivas, este niño es una maravilla comiendo, todo le parece bien. Y ya me siento a su lado con mi café con leche, sin azúcar, a mi edad debo prescindir de ella.

-Iaia, ¿estás molesta? -irrumpe muy decidido mi nieto.

-¿Cómo? ¿Yo molesta? ¿Por qué dices eso? -No sé responder…

-Por que os escuché anoche a ti y a mamá. ¿No te parece bien que esté aquí verdad? -Su semblante parecía más triste a cada palabra que pronunciaba.

-No, querido. No es eso. No me parece mal, al contrario, mejor que aquí no vas a estar en ningún sitio. Me encanta tenerte en casa, si fuera por mi, vendrías cada tarde a merendar conmigo después de la escuela -le hablo con cariño.

-¡Pero sólo puedo venir martes y jueves que no tengo futbol, abuela! -me reprocha.

-Ya, ya lo sé. Tú ven cuando quieras. El problema es que parece que tu madre no quiera venir más a verme. Desde que os fuisteis a la casa no puedo veros fuera de lo que son vuestros horarios. Parece que me racione las visitas esta hija mía, y si me avisa bien, pero lo normal es que me entere que venís por el timbre, como anoche. Por eso me enfadé, tiene la costumbre de pensar que estoy disponible para cualquier cosa sin preguntarme. ¿Sabes una cosa hijo? Soy mayor y ya no trabajo, pero a mi edad nos buscamos distracciones, cosas que hacer y mantener el tiempo ocupado sólo para no dejarlo escapar.

-¿Qué quieres decir con dejarlo escapar? -me pregunta curioso el muchacho.

-Mira cariño…Cuando llegas a una edad, el tiempo parece ser un demonio que te persigue. No lo ves, ni lo escuchas. Pero cada minuto que pasa es un minuto menos que puedo aprovechar. Tu abuelo decía «El dinero se va y viene, pero el tiempo ido no vuelve». El tiempo que pasé con él fue duro por la época que tuvimos que vivir, pero superamos muchos problemas juntos. Tuvimos dos hijos y por suerte te tengo a ti. Siempre quisimos vivir de manera honrada y humildemente. Trabajamos desde niños para daros un porvenir a las generaciones posteriores. y llegados hasta aquí parece que sólo queda esperar lo que nadie quiere mencionar. Tu abuelo ya se fue, y cuando quedé viuda aún me obsesioné más por ocupar mi tiempo, estando él podía estar pendiente de él, preparar comida para dos, renegarle a cada cosa que hacía mal…y nos reíamos. Nos reíamos muchísimo juntos.

-Iaia, quedan 10 minutos para las 9.00, ¿vamos al cole? -De nuevo el tiempo, en voz de mi nieto, apremiaba.

-Claro hijo, vamos. -Me seco una lágrima que quiere asomar al recordarlo y salimos.

En la puerta del colegio le doy un beso a mi nieto que me hizo revivir cuando dejaba a Carlos y a Berta. Cada instante que guardas en la memoria con cariño retorna cuando menos te lo esperas. Le sonrío, y él me devuelve esa sonrisa tan dulce que casi me hipnotiza de felicidad. Una vez entran todos los niños, me doy media vuelta y quiero dirigirme a algún lugar para hacer algo, pero no se me ocurre mejor lugar que ese banco que hay en el parque.

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