Querido papá, me parece tan difícil escribirte y pensar que algún día te veré de nuevo, si cada día veo aquella cajita diminuta donde me entregaron todo tu cuerpo.  Aveces pienso que te tengo atrapado, otras prometo hacer lo que me pediste, plantar un árbol y abonar con tus cenizas, y quizás me pongo egoísta al pensar que pudiera mi árbol morir y perderte de nuevo. Lanzarte al mar sería la liberación de tu cuerpo, sin embargo ser parte de ese mundo que amaste y tuviste la suerte de conocer en su gran mayoría me hacen no querer compartirte.

Con los años, la tecnología y las diferentes formas de creencias, vivimos sin dejar gran espacio a la esperanza, esa en la que se basan las religiones y nos confortan con el reencuentro, en ese lugar paradisíaco al cual estamos sujetos a llegar dependiendo de la forma en que hayamos vivido, y es entonces cuando más me confundo, quién será el juez de nuestro accionar?, el que tendrá potestad de elegir lo que sera nuestra morada final, o es que el cielo está sobre valuado y el infierno no es más que la continuación de esta vida terrenal que cada día se perfila más injusta. 

Estaba dispuesta a no hacer nada y seguir viviendo solo el presente, el saberte allí en ese rinconcito de la casa, hacía que fueras parte de ella, por lo que prefería pensar que había perdido la facultad de verte como cualquier ciego, el saberte allí era una forma de que siguieras conmigo. 

Con el paso del tiempo buscando en mi memoria los momentos felices vividos contigo al regresar cada tarde de donde quiera que me encontrara, hacían que se me sobrecogiera el corazón, al pensar que llegaría y no estarías esperándome, que mi teléfono después de las 6 de la tarde no sonaría, para saber donde me encontraba, y si, aunque te pienso, el tiempo implacable me hace recurrir a las fotos en el armario para ver así, ese pelo hermoso que enmarcaba tu cara y esa sonrisa que se iluminaba al verme llegar.

Todo había empezado 8 años atrás

Una caída detonó el que fuera inminente llevarte hacer un chequeo general, era navidad, por lo que decidimos esperar que pasara la fiesta de Los Reyes Magos.  El día de la cita, en la sala de espera del hospital, sentados el uno al lado del otro, el tiempo se nos hizo corto con el ir y venir de la gente que a su paso te saludaba, siempre fuiste un hombre de bien, cuyo mayor legado para tus hijos fue una carta en blanco que se escribía de dignidad y amor al prójimo, pero no fuiste tú si no tus hijos los que recogeríamos los frutos de tu obra.  A veces pienso que tu nombre marco tu vida al tu madre nombrarte como el Santo, Juan Bosco.

Fue esa mañana después de las fiestas que empezamos a recibir las noticias de que las cosas no andaban bien, el potasio alto hizo que tuviésemos que internarte y empezar los estudios para dar con el diagnóstico. – Cáncer de Riñones-  fueron las palabras que de manera dura y seca escuchamos del médico. Si preguntáramos cual es la palabra a la que mas tememos creo que la gran mayoría responderían, cáncer . 

Quedé estupefacta, hasta que una voz entre cortada que no reconocía preguntó, 

-¿Qué tiempo me queda? – 

Sabía que en ese momento no podía llorar, tenía que ser fuerte, por lo que rápidamente lo interrumpí y pregunté cuáles eran las opciones.

Luego de explicarnos que había que extirpar los riñones y entrar en un proceso de Diálisis para evaluar las probabilidades de un trasplante dependiendo si el cáncer hubiese hecho o no metástasis, salimos esa mañana del hospital aferrados a nuestros brazos entrelazados tan cercanos que podíamos sentir nuestros corazones que se habían convertido en uno, cuando aligerando el paso me dijo -no quiero morir-, palabras que retumbaron en mis oídos y fueron como una puñalada en mi corazón, mi padre que tanto amaba me pedía no dejarlo morir.  A partir de ese día mi vida tomó un único curso, ayudarlo a recobrar su salud.

Durante los siguientes meses después de un sin número de cirugías que empezaron con la colocación de un puerto en el cuello para poder comenzar rápidamente con las diálisis, a principios de marzo al extraer sus riñones empezó a vivir los días mas tristes de su vida.  Creo que el impacto psicológico más dramático de la ausencia de esos órgano es el no poder orinar cuando aun la mente reacciona al estímulo natural.

Un nuevo estilo de vida empezó para nosotros, tres días a la semana debería asistir al hospital para realizarse una diálisis, procedimiento que consiste en extraer las toxinas y el exceso de agua de la sangre por la pérdida de la función renal. Cuando digo empezamos me incluyo, pues no hubo un día durante el siguiente año que no lo acompañara sentada en una banqueta por casi 4 horas.  Cuando lograba dormirse un rato, conversaba con los demás compañeros en el infortunio de mi padre. Fue en esa época que comencé a sentir la muerte, la vi llevarse a tantos que como mi padre soñaban con la normalidad.  La tristeza se apoderaba de todos cada vez que el lugar de un amigo era ocupado por un desconocido, el inminente paso de la Parca, la hilandera representada en Morta, no les era ajena.  En esas salas de diálisis conocí historias de vidas exitosas de fracasos, de amor pero las que más me afectarían por siempre, las de soledad por el desamor, ese que experimentan los enfermos por la ausencia de caridad de sus familiares.

En busca de un riñón

Dicho de esta forma cualquiera pensaría que se trata de comprar un pedazo de jamón, la búsqueda de un órgano para un familiar puede convertirse en una gran pesadilla por vivir en un mundo donde todavía no se tiene la cultura de donar los órganos de aquellos enfermos terminales o los que han sufrido un accidente y pudieran siendo donantes ser dadores de vida.  La solución era la donación de un familiar, sus cuatro hijos dispuestos a donarle uno de sus riñones,  resultamos incompatibles para salvar nuestro padre, nuestra tipo de sangre era el de nuestra madre. 

Haz el bien y no mires a quien

De muy joven trabajaba mi padre como catedrático en la Universidad Estatal, un día uno de los empleados del servicio con el que había hecho amistad y que muy seguido llevaba a su pequeño de seis años a sus labores le comento que por no poder acceder a un mejor trabajo tendría que marchar a su pequeño pueblo, condenando con ello a su hijo a una vida de pocas posibilidades. Esa noche al visitar mi padre su novia con quien pronto casaría, mi madre, le contó la triste historia y le propuso la idea de criar el pequeño una vez se casaran.  Cuarenta y ocho años más tarde ese pequeño al que mis padres le dieran las mismas oportunidades que a sus hijos, sus hermanos no sanguíneos, fue el compatible para devolver la salud a nuestro padre.

Justo una año después de aquel diagnóstico mi padre fue trasplantado por aquel que se auto denominó el elegido para salvar a quien tanto le dio sin esperar nada a cambio.  El trasplante fue un éxito, ambos se recuperaron perfectamente.  Unos meses mas tarde mi padre retomo el ritmo habitual de su vida e iniciar junto a mi madre sus viajes.

Unos dos años más tarde empezó a crecer del lado de su riñón una bola que en un principio diagnosticaron como un absceso producto de la misma cirugía, por el crecimiento rápido del mismo se decidió drenar ya que por alguna razón, permanentemente sufría de fiebres altas e infecciones.

El drenar no fue posible,  luego de  dos horas de cirugía en la que casi pierde la vida nos informaron que el absceso de casi 20 libras de puz se debía a que durante la cirugía del trasplante se había quedado una gaza dentro de la cavidad lo que le provocaba las infecciones, esas que en un momento lo llevaron a una sepsis generalizada que lo mantuvieron en intensivo mas de un mes, dejándolo tan débil que hubo que enseñarle a caminar.

Todos los días lo recuerdo, pero no en todos los sueños lo veo feliz, a veces lo veo llorar, un recuerdo de algún momento de esos dos últimos años que se convirtieron en un entrar y salir de los hospitales por múltiples dolencias producto de una gaza, a lo que le siguió por su debilidad  una caída que rompiera su cadera, una mala manipulación que rompió su brazo y que culminara con un derrame cerebral que lo postró en la cama. 

Fueron días difíciles donde sabías que se te iba la vida y te resistías, te negabas a morir, pero un día empezaste a resignarte, te vencía el cansancio de ese cuerpo adolorido de tanto sufrir.  Esa mañana entré en tu habitación y vi una pequeña sonrisa en tu cara mientras dormías y no quise despertarte, ya habías empezado a irte, horas más tarde justo al amanecer me avisaron que habías descansado, y una vez más no entendí, solo recuerdo sacar tu ropa para que te cambiaran y justo cuando te llevaban al crematorio como tantas veces que te vi entrar a las salas de cirugía te dije, nos vemos pronto.

Querías que tus cenizas abonaran la tierra donde sembráramos un árbol que echara flores o frutos, por lo que dejé atrás mis pensamientos de que permanecieras atrapado en esa pequeña cajita donde quedó resumido tu cuerpo, y fue así que empezó la búsqueda de ese árbol que te llevaría a la eternidad en la tierra, un lugar de sombra que en su transición de una estación a otra nos mostrara la belleza de la vida y cobijar en él tus nietos, en ese lugar que tanto te gustaba en las montañas de una isla ubicada en el mismo trayecto del sol.

Tiempo después viajando al norte por esa ruta que anduvimos muchas veces todos juntos durante la Semana Mayor, hacia ese pueblecito enterrado en las montañas del Canadá rodeado de grandes picos vestidos de blanco donde en desescalada al ritmo del swing del cuerpo sentíamos el aire puro y frío, ese lugar encantado llamado Mont Tremblant, fue que mientras te pensaba lo vi, estaba floreciendo, en ese fenómeno natural que en Inglés le llaman Cherry Blossom, “el florecer de los cerezos”, y de inmediato supe que ese era el árbol que te haría perdurar por generaciones, en tu familia.

A pocos kilómetros hice que Gabriel detuviera el auto y compramos cerezas, todos comimos y guardamos las semillas, el resto del camino gracias a la tecnología empezamos a leer como germinar las semillas del cerezo.

A nuestro regreso a casa, unas 100 semillas lavadas y preparadas en su primera etapa, debían permanecer por tres meses envueltas en papel de aluminio en nuestro refrigerador para luego confirmar cuántas habían logrado la germinación.

Han pasado más de quince años, hoy tu bisnieto que lleva tu nombre a encontrado bajo la sombra con la que nos abrazas y cobijas un fruto rojo como la sangre que ya madurado al probarlos, impactan nuestro paladar con el sabor más dulce que hubiésemos probado, hoy te he sentido vivo,  como siempre dando lo mejor de ti, y es que el árbol de los cerezos ha florecido y junto a tu rostro tallado en su tronco en el que el artista logró plasmar tu esencia, han hecho que todo se impregnara de ti y hayamos sentido tu presencia, “ Bienvenido a casa papá”.

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