Un camion de juguete

Un camion de juguete

Jazòn

05/04/2021

Un camión de juguete

Mi sobrino nieto hace unos días me preguntó por qué el papá Jaime dormía tanto, de afán y sin pesar mucho le respondí que estaba muy cansado de tanto trabajar, insistente replicó que él no lo había visto trabajar desde que lo conocía, cabe decir que tiene siete años, lo único que se me ocurrió responder fue que el abuelo tenía muchísimos abriles y salí apresurado. Le temo sobremanera a los interrogatorios de los gemelos, dado que el hermano tampoco suelta prenda cuando se trata de preguntar por las cosas del bisabuelo, quizás porque esas preguntas me someten a pensar en esa vejez que se le vino encima sin avisarnos a todos y en tan corto tiempo. No hace mucho aún se le veía levantando muros, reparando tejados, cambiando tuberías rotas, enchapando escaleras en granito.

La noche de ese día, el otro gemelo a penas regrese a la casa y desde las piernas de mi padre, me preguntó que si yo también me le sentaba en las piernas cuando niño, me quedé frío, no sabía qué responderle. Confiado en la sordera de mi viejo le mentí, le dije que sí. No recuerdo haberlo hecho, intervino don Jaime. El crío, con la cara más sarcástica de la que fue capaz, se burló a destajo rodeando el cuello del papá Jaime. Imaginar a mi viejo con destellos de ternura no fue algo que se me ocurriera, ni de niño, ni de joven y mucho menos ahora que también soy abuelo.

Ayer no más, en coro, los gemelos y como si se los hubiera estado devorando la pregunta, me dijeron: Tío, el papá Jaime es eterno, ¿cierto? La boca me supo a guarapo de semanas, la lengua se me quedo en el fondo, atascada en la garganta, por supuesto, les dije, en ustedes y en mi nieta está garantizada esa eternidad, sé que no entendieron muy bien, o tal vez sí, pero no se me ocurrió otra cosa que decirles. Solo puedo señalar que en los ojos de esos niños vi toda la vida de mi padre, cuando se lo comieron a besos, sacando a don Jaime de uno más de sus mil sueños diarios.

Durante los últimos meses haber estado todo el día de muchos días sin poder asomar las narices a la puerta, producto de un encierro obligatorio, nos reveló a muchos como espectadores conscientes y testigos orales de una realidad que siempre estuvo ahí, solo que no la veíamos o no queríamos. Resulta ser que la vida de mi padre y mi relación con él ha entrado en una fase de diagnóstico exhaustivo y los recuerdos se convierten entonces en las radiografías que dictaminan la gravedad de una enfermedad llamada incomprensión. Su relación con los gemelos, con mi sobrino y con mi nieta se transforma en un crisol en donde se prepara a expensas del paciente, el tratamiento más adecuado para este mal. La razón y sentido de mi vida se han puesto de cabeza pensando en el viejo, mientras observo que los gemelos no lo dejan en paz, y él, disfruta de los impertinentes chicuelos; de la constante preguntadera de mi nieta; abuelo, (así le dice a mi padre, a mi apenas me da ese título de vez en cuando), ¿por qué esto? o ¿por qué aquello?; con las muestras de sabiduría de mi sobrino cada vez que le propone charlas sobre marcas, modelos, tipos y colores de los carros en miniatura con los que juega. Con la misma claridad de lo que comí esta mañana, regresan a mi memoria una serie de recuerdos que no hacen otra cosa que completar unas escenas del pasado más lejano en mi relación con don Jaime, si es que así podemos llamar a cada momento de la vida. Una palabra, seguida de una acción, envuelta en un sentimiento resalta por todos lados con nombre propio, «Ternura» y resulta ser la protagonista de primer orden en esta historia.

Las escenas en donde mi viejo está en el centro de la tarima y los niños a su alrededor me han permitido redescubrir el significado de esta palabra y concluir de igual manera que siempre fue parte de su ser, algo que me toma por sorpresa, debo confesar. Cómo fue que no lo vi, no lo sentí o no lo comprendí, es la gran pregunta que viene de ese pasado, y ahora, cuando me veo reflejado en la generación más reciente de su sangre y con las canas que en mi cabello me indican que mis años se hacen más cercanos a los suyos y más lejanos de lo que hasta hace poco parecía, a la edad los niños; veo que pronto mis hijos, a lo mejor me verán como yo a él en este instante.

Uno de esos recuerdos y tal vez el más nítido se remonta a una madrugada de domingo en una represa hidroeléctrica a no más de dos horas de la ciudad, en un viaje de pesca con sus amigos: lo veo, preocupado por el frío que yo sentía; el viejo, en medio del ir y venir frecuente a las cuerdas de nailon, se ocupaba de hacerme tomar consomé de pollo, lo primero que hizo una vez instalaron el campamento y prendió la fogata, el sabor de ese consomé regresa a mi boca sin tener nada en ella su insistencia por mantenerme cómodo con una ruana ovejera sobre mis hombros no se me olvidará jamás, a pesar de que mi deseo era correr por la orilla del espejo de agua. Una vez la niebla desapareció, se olvidó por un rato de mí. Otro recuerdo persistente y que cobra un valor impensado en este instante tiene que ver con aquel día, sábado a mediodía por cierto, la semana de trabajo había terminado y antes de tomar camino a casa, me invito a que fuéramos al Doce de Octubre, barrio en ese entonces al que se le consideraría hoy el palacio de las bicicletas, y sin anestesia, sin preguntar nada, me compro una bicicleta con cambios, color azul celeste para más señas. En ese entonces empezaban a salir los domingos a Patios, al alto del Vino, al kilómetro nueve vía a La Mesa y a otros lugares por el estilo a las afueras de la ciudad, en compañía del tío Carlos y de otros amigos en común, así, de esta forma, a su manera, mi padre me invitaba oficialmente a unirme al grupo. Posdata, mi nieta me acaba de pedir, mientras escribo estas líneas, que así como a su madre, a su tía, a sus dos tíos, a la prima…, les enseñé a montar en bicicleta, el domingo la lleve al parque para que también a ella le enseñe a viajar en dos ruedas. Hay muchos recuerdos que luchan por dejar su huella en estas letras, pero considero necesario dejarlos para otra ocasión, el protagonista de lo que aquí se cuenta es mi viejo y su Ternura, esa expresión tan humana, tan sincera, tan venida de lo más profundo de nosotros y que a su vez se hace de difícil expresión cuando se es joven.

Regresando a la relación que tiene con la descendencia, no deja de sorprenderme cómo la vida, sin predeterminación alguna, parece haber dejado; y en este caso, ya que soy testigo de que para otros, ella, la vida, no ha sido tan benigna, mientras que para él sí, un rincón para recibir lo que bien ganado se lo tiene. El amor entre ellos, reflejado en la calidez con la que se tratan, la forma en la que se miran, por ejemplo la forma que se dejan llevar de la mano cuando al colegio los lleva, pues no permiten que nadie a parte de él les tome la mano. El abandono al que nos someten cuando están juntos, ni mi hermana, (la abuela de los gemelos), ni mi hermano, ni Leo, (la esposa de mi padre), ni yo mismo con mi nieta, podemos interferir entre ellos, y eso que tengo cierta ascendencia de respeto para con ellos, queda claro que no nos queda otro remedio que ser testigos y nada más mientras están juntos.

Cabe preguntarse y me da miedo preguntárselo, si se siente solo, dado que de su mundo de hombre de la calle no queda casi nada; lo único que le queda es el pasar sus días ocupado un par de horas en las tardes en el billar con un amigo de fatigas y pare de contar. Los amigos del pasado, y bastantes por cierto, muchos ya no están, otros postrados por enfermedades se pierden de su presencia y a lo mejor de su memoria, su hermana: amiga, confidente, socia y cómplice, víctima del momento se ha marchado sin las honras apropiadas, sus dos hermanos se marcharon hace tiempo, de trabajar no quiere saber, aunque su salud se lo permita. Digo me da miedo, no por él, sino por mí. De mi parte pienso que si meto las narices en ese asunto, despertaré demonios que no sé, eso es seguro, controlar. Viene a mi memoria con esto, y no sé por qué, el respeto que infundía en todos ellos, la confianza que les inspiraba, la seguridad que les infundía. El haber trabajado juntos durante mis primeros años de vida laboral, me permitió tener un trato cercano con ese mundo de la construcción y con sus colegas de oficio por supuesto. Al unísono, los sábados y después de haber recibido la paga por la semana de trabajo y mientras nos bebíamos unas cuantas cervezas, me enteraba del talante de mi viejo: honesto, respetuoso, solidario, son apenas algunas de las referencias recibidas por sus compadres de palustre. Durante años no comprendí la magnitud y el alcance de todas esas palabras, solo me hacían un ser orgulloso del padre que tenía, pero hoy, todas esas razones convertidas en resultados, le dan sentido a una vida que hasta hace poco parecía no tener, y me refiero a la mía, en ningún modo para la de él, pues si lo veo a la luz de lo aquí expresado, mi viejo siempre lo ha tenido muy claro.

Que si tiene defectos, o pecados cometidos me preguntaran ustedes, por supuesto que sí, o de lo contrario estaría describiendo a un santo, y de eso no se trata, pero de lo que sí estoy seguro, es que de esos defectos o de esos pecados se encargará el mismo de responder, desde muy adentro de su memoria y ante su propia conciencia, no me corresponde y no tengo derecho a inmiscuirme en ellos. De lo que se trata es y así lo creo, es el de ver en sus acciones el ejemplo a seguir, aprender, en fin de cuentas es de lo que se trata al presenciar su vida, y transmitir a través del ejemplo las enseñanzas recibidas por él y en este caso lo hago extensivo a todas esas ellas y ellos que con un nieto en las piernas nos recuerdan que han dejado una huella indeleble, para bien o para mal, en sus hijos.

La Ternura, es la definición que aquí me ocupa y la mejor manera que se me ocurre para hacerlo es señalar que en sus manos siempre se hizo presente en la calidad de su trabajo, en sus ojos con la visión optimista de la vida, en sus palabras con el respeto hacia los demás, en sus oídos, prestos a escuchar un pedido de auxilio, en su corazón, fuente inagotable de poder… Mi sobrino acaba de interrumpir estas letras con un juguete en la mano, y como si supiera sobre quién escribo me acaba de venir a decir: tío, el papá Jaime se parece a Shen Long, y dime, por qué lo dices, le respondo presintiendo la réplica y con una Ternura infinita me ha declarado, pues no ves que el todo lo sabe y es capaz de cumplirte cualquier deseo, mira, me arregló mi camión.

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