Mi mano, arrugada y temblorosa marca un número del viejo listín telefónico que encontré perdido, amarillento y callado en un cajón del viejo escritorio. Momentos antes y ese mismo cajón, lo he revuelto buscando una y otra vez más, esos lentes para ver de cerca, esos que nunca están a la mano cuando se les necesita. Un lejano eco acompasado y rítmico, se oye a través del auricular; es un sonido uniforme, regular, lento, una llamada larga y dilatada… Los latidos de mi corazón no me dejan sentir con claridad este ordenado compás, espero una eternidad y por fin alguien al otro lado del receptor, me atiende. Titubeo antes de preguntar: ¿Es el cielo? ¿Por favor, se puede poner Dios? Hola Dios, hace tiempo que no hablo contigo, que no sabes de mí, de mi vida, de mi familia, de mis sabores y sinsabores, de mis amigos, de mi gente. Mira Dios, quiero contarte algo, tu tal vez lo sepas porque lo sabes todo, pero… por favor, quiero que me oigas atentamente y me digas qué hacer. Un día me desperté y todo había cambiado, vi que me encontraba cerca del precipicio, pero yo no estaba preparada para esto, no… no lo estaba y la verdad que pensaba que sí, que a mi edad pocas cosas me quedaban por aprender y por ver. ¡Ay Dios que equivocada vivía! En pleno siglo XXI, donde la ciencia, la informática, las redes sociales, la física, la medicina y otras muchas tecnologías, han avanzado de tal manera que la vida ha sido tremendamente fácil para todos, pero… no era suficiente, queríamos más y más y mucho más y sin embargo hoy, el mundo entero solo desea “sobrevivir”. Ese día al despertar, nos encontramos metidos en un universo en el que no deseábamos estar, un mundo con un futuro incierto, un mundo donde esas nuevas tecnologías, poco o nada tenían que hacer; nos sentimos perdidos, desatendidos, aturdidos, o quizás ni siquiera sentimos. A veces yo pienso: ¡Quiero decir tantas cosas…! que no cabrían en mil versos y me olvido de la prosa y solo me sale esto. Ni tampoco cabría en un libro de tres tomos, para decir lo que siento. Aún en tiempo difícil de penurias y tormento, a Dios quisiera dar gracias
por todo lo que yo tengo ¡Ay Dios como te digo! ¡Como te digo yo esto! Mira Dios ¿Es una lección la que nos quieres dar? Si es así… yo ya la he aprendido, te lo aseguro, no hace falta que me sigas poniendo a prueba, porque creo que esa prueba la estoy superando y con nota alta. Que tonta fui, nunca me di cuenta lo que me dabas y ahora sí se apreciar todo lo que nos regalas cada día; un amanecer, un atardecer, una sonrisa, un abrazo… una vida. Ante mi ventana abierta mirando al firmamento, cierro los ojos muy fuertes y pienso: ¿Por qué queremos vivir y dar las gracias al cielo? Hay tantas cosas de las que disfrutar y podemos. Me alegro por el sol y las estrellas, por las nubes y luceros, por el campo, por la arena, por poder sentir el viento, por la luna, por las olas, por contar un lindo cuento, por querer cantar al día, o por poder besar el suelo. Por cierto, Dios ¿Tú crees que regresará la vida de antes? Si es así te aseguro que no voy a exigir tanto. Me conformaré con poder pasear sin barreras ni hora, disfrutaré del sol, me regaré de la lluvia, del mar, del aire… gozaré de una bulla, me empaparé de la gente, del ruido. Abrazaré con fuerza a mis amigos, ellos juegan un papel importante en mi vida, ellos son como una familia, pero elegidos con sumo cuidado para que me acompañen en el andar hasta el final de los finales. Con ellos hoy sueño en volver a cantar esperanzas, ilusiones y un abrir el alma a un futuro de colores y quisiera que naciera, una sonrisa sana de alguna manera al aire, a la tierra, al fuego. A cierta edad, siempre nos pintaron de promesas una salida, que desgraciadamente el destino cambiaría simplemente al llegar y nos ha quedado en el recuerdo, esa nostalgia del alma que se lleva el viento de un futuro que no podremos cambiar. También envolveré de grandes caricias a mi familia, besaré con besos fuertes a ese pequeño recién nacido que hoy, aún ni conozco. Quiero volver a sentir las emociones, disfrutar y apreciar cada pequeño momento del día a día, deseo que mi puerta se abra y que entren esos chiquillos míos alocados que todo lo arrasan y todo lo desmantelan; quiero oír sus gritos, sus llantos, sus risas, que me atosiguen con sus preguntas, que desordenen, que me mareen con sus ocurrencias y terminar el día agotada. Quiero sentir sus abrazos y que sus caricias me llenen, que sus besos me colmen de amor, de ternura, de felicidad. Dios, ellos son mi realidad, mi hechizo, mi sueño de ahora y el de ayer, tal vez también el de mañana. Ellos son gotas de magia que me salpican y dan fuerzas. La magia de este incierto futuro que todos tenemos y que tú Dios, permites que tengamos. Y cuando duerma a mi pequeño, a ese que no conozco, lo estrecharé entre mis brazos mientras le canto una nana. “Duérmete mi niño, duérmete y sonríe, que crearé un mundo para que seas libre, este mundo que nuevo está naciendo, para que en mis brazos puedas estar durmiendo, mientras te estoy meciendo, yo te estoy queriendo” Hace poco supimos que venías y ahora, mira… ya estás aquí y no te tengo, no te veo, no te he visto nunca, no te siento. Quiero inventar para todos un cuento
donde no exista un lobo, crear un amigo imaginario que me describa lo que quiero oír, narrar una historia con final feliz y que ellos, todos esos pequeños alocados me miren fascinados porque aún “abu” es capaz de sentir, de inventar, de jugar, de crear, de vivir. En mi cuerpo aún deseo una aventura y sonreír a una espera y atesoro mil anhelos que podremos compartir y quizás al compás de la guitarra, vibraremos con la fuerza de seis cuerdas, a una vida que el azar nos ha hecho vivir de manera diferente. ¡Ay Dios mío! yo quiero seguir estando cerca de ti y creer que me vas a dar esa esperanza necesaria para soportar la tempestad y esperar, pero… me lo pones muy difícil, tremendamente difícil, necesito refuerzo, ayúdame en la tempestad. Alguien me dijo un día “Dejemos pasar la tormenta, pero mientras, aprendamos a vivir bajo ella” A veces tengo miedo, mis fuerzas se desvanecen y no quiero, no puedo porque el miedo no lleva a ningún lado, ni siquiera el dolor de esta horrible pesadilla me puede frenar. Oye Dios, habrás oído muchas veces esa oración que dice: “la muerte no es nada, sólo he pasado a la habitación de al lado… os espero, no estoy lejos, sólo al otro lado del camino” Muchos han emprendido ese camino y se han marchado a esa habitación de al lado; tan cerca pero tan lejos, tan presente y tan en el pasado, con futuro incierto o futuro inseguro, en ese túnel sin salida de ese laberinto del último viaje. Un día abriré los ojos y ya no sentiré nostalgia de una calle vacía, de un templo cerrado, de una plazuela sin niños. Dios, aunque te digo que nunca olvidaremos la soledad del dolor, el horror a esa distancia impuesta, el miedo a partir y el no poder sostener la mano del que se ha ido. Aunque será inevitable de lamentar todo lo que hemos perdido, pero te daré gracias cuando todo acabe. Y te doy gracias hoy porque, aunque estamos solos, no me siento sola. Son muchos los años al lado de él, toda una vida vivida juntos y envejeciendo juntos; él me arropa en su silencio, me envuelve en su amor callado, me siento protegida, cuidada y me da las fuerzas suficientes para seguir. Es fácil amarle, he sido afortunada al conocerlo y deseo renacer a ese tiempo que he perdido, olvidando en mi alma sin querer mirar atrás, borrando de mis recuerdos esos malos momentos que he llevado muy dentro y poder por fin sentir lo que es ganar. Vivo sus sueños y él vive los míos, solo me quedó él desde que los hijos volaron. Sí mi amor, esos hijos a los que no puedo abrazar, no puedo tocar, pero sí sentirlos vivos y eso es mucho, eso es todo… no quiero llorar, aunque disfrutaría de tu consuelo. Caminaremos muy pronto por estrechas callejuelas de charol, a la luz de luna blanca iluminando nuestro destino en una noche clara con estrellas, en una noche limpia segura de calma y serena, en una noche tibia que me llenará de valor. ¿Sabes Dios? A veces creo que vivo anclada en el pasado, cuando aún mis niños eran niños y de mí no se despegaban, caminábamos juntos, muy cerca, de la mano, me necesitaban, pero yo a ellos aún más. Pasó el tiempo, de mi se despegaron, caminaron solos, lejos, muy lejos… ya no me necesitan o… tal vez si. Cerrad los ojos hijos y podréis sentir que sigo aquí, a vuestro lado, tened fuerza, todo pasará, hoy ha vuelto a amanecer y la luz ha pintado el paraíso en color azul una vez más; un día más, el sol sigue cruzando los mares y surcando los mundos ¡Qué bonito es el despertar cuando la mañana nace! y lo hace cada día, disfrutad, saboread el todo, palpar la vida. Y como un poema de amor, pronto sentiremos los abrazos y llegarán al corazón, y los besos serán dulces como nubes de algodón, estaremos todos juntos recorriendo de nuevo el mismo camino, y alzaremos fuerte al cielo nuestra voz. Dios, gritaremos para que a ti te llegue, como esas voces que a lo lejos cantan, espero que nos oigas. Dios, ¿Sabes una cosa? Alguien me dijo una vez: si no quieres sufrir, no ames, pero… si no amas… ¿Para qué quieres vivir? Y es cierto, el amor es el que mueve el mundo, “Este mundo que se ha parado y lo sigo echando de menos, el tiempo queremos saltar, alguna razón tendremos, todos pensamos lo mismo y todos desconocemos… ¿Por qué estas cosas pasan que ninguno comprendemos?” Me encierro con la pluma, necesito expresar mi sentir, quiero volver a vivir lo vivido antes de olvidarme de todo, de no recordar mis recuerdos, de pasar de mi pasado. Deseo inmortalizar lo que he sido, en un papel, dejar entre renglones una parte de mí, porque cuando se escribe, se hace más grande aquello que tocas, se acrecienta, se incrementa su valor, se enriquece la historia, se fantasea. La imaginación encuentra sus alas y vuela como una bruja loca con escoba nueva; por eso escribo, para sentir el placer de crear, de volar, es una experiencia increíble, es única, solitaria. Que el futuro no me nuble, tan solo Dios te pido eso. Que el horizonte sea mi feliz destino y que yo pueda marchar con mis versos, así podré llegar al final del camino y el poema ceñirá mi cuerpo. Pasará el peligro y procuraré no olvidar y de nuevo nos uniremos, nos despertaremos de este mal sueño y aprenderemos a vivir de manera diferente, soñaremos cosas nuevas. Volveremos a vivir la primavera, dejando las penas atrás y cantaremos todos juntos y a compás y yo seguro te daré las gracias, mi querido Dios
y quizás me digas: “Anda, cierra los ojos y ponte a soñar, yo velaré tus sueños, no te preocupes que, al despertar… guardaré silencio y todo será igual… no te entretengas… duérmete ya”.
¡Señor, espérame en el cielo!
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