Hacía mucho tiempo que no guiaba mis pasos hacia nuestra Ciudad Vieja, primera urbanidad de mi amado Montevideo, rodeada por aguas del Río de la Plata y repleta de vestigios de los invasores de turno, Brasileños, Portugueses, Españoles e Ingleses.
En su favor dejaron construcciones edilicias,sociales, culturales que sentaron ( sin buscarlo) las bases para el crecimiento de un joven país, que de nombre tenía su ubicación geográfica. Somos un pedacito de tierra con forma de corazón, ubicado al Oriente del Río Uruguay
Y sacándome de mis pensamientos casi escolares, se acerca el bus que debo abordar.
El bus era un antiguo mastodonte Inglés Leyland, sobrante de la guerra que pasó de la gris niebla londinense a estos desacostumbrados y escandalosos soles del Hemisferio Sur.
Una fina garúa caía desmayada de hastío sobre la mezcla incongruente de los edificios pero en ello radicaba mucha de la magia montevideana. ,
Ya estaba por llegar a la terminal de buses cuando la garúa se transformó en lluvia copiosa y me sentí dichoso pues la lluvia y su entorno eran parte de mis debilidades espirituales.
De pronto un ruido como de » entrá o te rompo todos los dientes » se inició desacuerdo entre el conductor y la caja de cambios del viejo mastodonte, que se plantó inamovible.
Por algunos agónicos estertores, un poco de tos humeante de gas-oil sin quemar y un soplido de vapor del viejo radiador, los pasajeros nos dimos cuenta del deceso del gigante.
Me faltaban un par de cuadras para la terminal y decidí ir caminando bajo la lluvia.
Observé como mágicamente los charcos de agua de la avenida, remedaban los letreros de neón que eran multiplicados por cada uno de los charquitos del agua que yacía contenida.
Llegando a la terminal me cruza el hermano mellizo del mastodonte fallecido, pero no me anímo a darle la mala nueva, además titila la llamada para aquellos que vamos a Minas.
Por lo que veo somos cuatro personas o mejor dicho, cuatro locos que vamos en un ómnibus para cincuenta pasajeros rumbo a las peligrosas Sierras Minuanas y en Otoño.
Seguro que cada uno de nosotros viajaba con sus petates repletos de diferentes cargas y buscando donde dejar atrás, viejos demonios acusadores, al menos era mi caso.
El moderno ómnibus emprendió su recorrido en medio de una fuerte lluvia frontal.
El frío otoñal y el repiqueteo monótono de la lluvia sobre el techo del bus, hacen del viaje algo así como un premeditado letargo para cuatro desconocidos que en ningún momento del viaje, cruzamos palabras.
Luego de algunas horas, el bus me vomita junto a mis petates en un borde de las empinadas cuestas de ascenso y continúo répidamente antes de que atrape la noche.
El camino de ascenso era sinuoso, tanto como si hubiese trazado por un agrimensor ebrio que a pesar de ello, continuo con su trabajo.
Presiento que me faltaba poco para llegar a la vieja cabaña familiar, cuando escuché nuevamente al viejo viento Pampero soplando igualito a como lo hacía cuando yo era niño, sesenta años atrás.
Aún me producía el mismo temor infantil, ancestral y cuasi mágico, de aquél entonces.
Antiquísimo velocista proveniente de la Pampa Argentina, que buscaba hacer querencia entre
las filosas piedras de las Sierras Minuanas, presisamente en la llamada Sierra de las Ánimas Aquí vengo desde hace años, buscando el sosiego de su estado puro de Santuario.
Lo necesito para borrar de mi mente vestigios de antiguos fantasmas verde oliva de épocas fraticidas de mi país, en tristes tiempos carentes de Democracia.
Pero hoy las guerras cambiaron, son guerras contra enemigos microscópicos y mortales, que nos han desprovisto de las armas más importantes que jamás supo tener ejército alguno.
Nos quitaron los abrazos, los besos, la compañía y las caricias; sembraron el temor y la desconfianza para terminar de matar el animal sociable que éramos, antes de su coronación.
De pronto la vieja cabaña familiar heredad de mis padres, asomaba entre las gigantes rocas del lugar, molesta conmigo por interrumpir sus sueños de ermita.
El viento liado a mis temores, se filtraba por las hendiduras de la dura piedra volcánica provocando extraños lamentos, lastimosos ayees semejando los gritos de las Ánimas en pena que merodeaban el lugar, justificando así su sombrío nombre.
Llegué a la cabaña y bajo su alero, me sabía a salvo como un creyente en tierra consagrada. La dura puerta de quebracho rojo ostentaba desde hace cincuenta años, un enorme aldabón de hierro fundido con la representación de la bestia mitológica llamada Quimera .
Estaba allí para alejar los demonios aullantes de la sierra buscando momentáneo refugio; para luego saltar a devorar tanto un cristiano, como una majada que le saliese al paso.
Aun colgado en la pared, el viejo y enorme candado con un brazo abierto y carente del otro, me miraba cuál Cíclope de deforme ojo; preguntándome si de verdad era yo, el actual varón primogénito de los Cesár.
¡Y sí que era yo!…digno hijo de mis padres y orgulloso nieto de mis abuelos Vascos, agradecido de mi abuela que me protegió de las » Meigas» que en 1850 viajaron con ella desde la Madre Patria.
Abro la pesada puerta y esta emitió un lúgubre sonido vaticinando como moderna Pitonisa, el advenimiento de horas siniestras y de mí pertenecia
Al entrar viejos aromas conocidos invadieron mis narinas y el petate con recuerdos de niño.
El viento confabulado con la memoria me hacen llegar desde la cocina a leña, exquisitos aromas a galletitas de miel, hechas por la mano de mi Madre.
La cama «grande» luce le vieja manta tejida con la magia de abuela y sus agujas de crochet.
Mientras que yo desvelado, oía a mi padre con su violín cuando llamaba al sueño de su primogénito que gustaba viajar en alas de la música Barroca, que tanto me agradaba.
Asomo a las sierras cuanto el Pampero despertó a las plañideras Ánimas que se lanzaron sobre mí, dando a mi espalda el toque de un desfile de miltares con heladas botas negras.
Estos pasos recorrían mi columna vertebral, rememorando viejos castigos medievales que pretendían al igual que hoy…..soguzgar pensamiento
Aún es madrugada y nuevamente entro en la cabaña buscando la protección de sus paredes hechas de adoquines rectangulares tallados por presos de la época; para empedrar las calles de mi Montevideo antiguo
Enciendo una gorda vela tipo cirio y me refugio entre tibios recuerdos de mi niñez, entonces y al abrigo de invisibles y amados lazos sanguíneos, vuelvo a ser inocente.
De pronto cae un rayo disputando con el ruidoso trueno hegemonías de luz y de sonido advirtiéndome de la presencia de indeseables demonios y como augurio, se apaga el cirio¡-Que extraños somos los seres humanos !…luego de haber sufrido apremios físicos y mentales con abnegada hombría, permanezco sobre mi cama en posición fetal y de ojos cerrados; temiendo al monstruo que habita bajo mi cama.
Con esfuerzo he vencido un poco de esos miedos; tanto como para abrir mis ojos.
Al hecerlo descubro que por una hendija de entre dos adoquines, surge un haz de luz lunar que remeda una brillante espada como Excalibur, la Espada Cantarina
Tal vez ella y en manos del Rey Salomón, pueda cortar al medio al hijo de mis temores como hizo con las dos madres de su reconocida parábola.
Pienso que aunque no sepa de que manera lo pueda lograr, debo de irme de este lar, libre de los Demonios que me han atosigado por años.
Amenece y agradezco al Creador por poder despertar y al lavarme la cara, el viejo espejo que una vez reflejaba un niño feliz, hoy me devueve una figura grotesca, de fruncido entrecejo y marchito corazón.
Era temprano y me encontraba sentado en el viejo sofá de aún fragantes troncos de eucaliptus, mientras algún rezagado relámpago hacía rebotar sus destellos contra la negra piedra de la sierra.
Algunas largas piedras, simulaban ser antiguos guerreros ascetas descansando a cielo abierto, luego de encarnizada y feroz batalla.
Entoces recorde´ algo que leí en mi involuntario exilio, que dijo Mahatma Gandhi: Los únicos demonios en esta mundo, son los que corren por nuestros corazones.
Allí es donde se tiene que librar batalla.
Sabiendo que Gandhi tenía razón, decidí librar batalla en mi corazón y no en mi mente.
Lucharé para desalojar esos demonios que yo mismo alimenté durante tanto tempo, unos que eran míos, otros imaginarios, más los que me endilgaron y tomé como míos, sin haber sido nunca su progenitor.
A media mañana en vísperas de volver a casa ; llevé a un lugar secreto a los demonios que socabaron mis días.
Y en una parte de la sierra donde las brumas matutinas disfrazan al lugar de Limbo; a la sombra de una vieja Anacahuita enterré sin piedad a mis lamentables demonios.
Si aciertas a pasar por allí, no escuches sus contradictorios argumentos, son mentiras y si no te cuidas, te envolverán para regalo, con moñita y todo.
Te suplicarán y te rogarán, pero no los escuches.
Yo dejaré flores en su tumba, pero no por compasión o lástima, sino para saber donde están enterrados y no volver a pisar jamás nunca ese lugar.
Amanece y al borde de la sierras, aguardo el bus que me llevará hasta la ciudad de Minas.
Y…¡Ho sorpresa ! rebotando en el sendero y navegando entre nubes de tierra roja serrana
otro mastodonte inglés se me acerca por la carretera…¡- Al final eran trillizos !
Y para despedirme del lugar, doy gracias al Creador por este nuevo comienzo de vida.
FIN.
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