El retrato fugaz

El retrato fugaz

Gis Leto

26/03/2021

Continuamente me pregunto, ¿Será que me reconocías?

Los últimos años fueron como canciones melancólicas, vivíamos en el pasado. Volviendo una y otra vez a aquellos recuerdos que nos hacían inmortales. Esas cosas que con el tiempo se vuelven clásicas, como la música que se entona en el piano y acompañan los violines. Así es nuestra relación, serena, clara, cristalina como el agua en los ríos, que tanto disfrutamos explorando y navegando, casi como Colón y sus conquistadores.

Un equipo que planeaba ver luz y recorrer distancias sin limitaciones, pero que se vio fragmentado, frenado en un solo tirón, ¿Quién puede imaginar que estas cosas suceden en la vida real? 

Verte tan frágil fue desolador, tus ojos radiantes como el sol de verano y tu cabello blanco como la nieve me daban fortaleza, porque me enseñaste que las peores catástrofes, se superan con una sonrisa y empatía.

Saber que estabas –  la mitad del día – en una fantasía sin fin, sin tener noción del mundo y los problemas, sosteniendo aquel periódico una y otra vez. Mirarte el domingo hojearlo como casi siempre, con la diferencia que las palabras se confundían en tu cabeza, los párrafos convertidos en pequeñas piezas de un rompecabezas que no lograbas completar. El suelo cediendo y con el, la familia.

Apenas conozco al niño que eras, pero tenías esa esencia siendo mi padre, no fue el Alzheimer el que nos separó, tampoco la muerte, fue la impotencia de verte sufrir conectado a un respirador y mi egoísmo de conservarte, hasta que entendí que todos tenemos un ciclo y que a pesar de no sentir tu presencia física, tu espiritualidad está en el alma, en el corazón, en todos los ¿Por qué? y los ¡Ahora! 

Recuerdo tanto el día gris que tuve cuando me abrazaste, saber que luchabas con tus lagunas. Fue la magia de esas palabras tan profundas y fugaces, las que me aliviaron el ala rota, las viejas heridas de un absurdo amor. 

Hacer tantas cosas diferentes en mis sueños, tanto planes de vivir siendo todo y nada a la vez, ver el mundo desmoronarse, sin idea de que significaba «Ser resiliente».

Los hijos no se proponen que los superhéroes, se conviertan en simples humanos. Porque al perder sus poderes, eres tú quién debe sostenerles la mano, confortarlos, ayudarlos y cuidarlos.

Colocar música en sus oídos – llenarles de mimos y sonreírles – como los payasos. Sacando risas en las desgracias, haciendo el avioncito para animarles a comer la papilla.

Me gusta pensar que estas como los niños , corriendo en ese amplio campo de flores, que no tiene tonos grises, porque nos pediste siempre que no lloremos, para que el camino no sea tan oscuro. Que recordar – a quién se ha ido – es vivir pensando en el ayer con alegría, con la certeza de que nos volveremos a encontrar. En otra vida y en distintas circunstancias, pero con las mismas ansías y amor.

Aunque no me gusten los reencuentros porque vienen acompañados de despedidas, no podría volverte a abrazar y besar la cara nuevamente para dejarte en ese lugar tan lejos, donde reposan en tumbas frías. Pero se que nos quedan las viejas rolas, las incontables pláticas profundas con una enana de cinco años, donde muchos imaginan que no puedes entender, pero fue la mejor etapa de nosotros, puesto que son miles de millones de recuerdos juntos, comiendo helados y jugando al tonto. Siempre con esa despedida fugaz «No vemos más tarde, lagartija».

También pienso en esas anécdotas, cuando me quedé esperando en un extremo de la carretera con mi mamá, hasta que colocaras la rueda. En esa desenfrenada batalla tuya con las llaves y tuercas, un campo minado de fabulosas luces verdes, ¡Que en mi vida, había admirado!. ¿Quiénes son las luciérnagas? ¡Pregunté!

O la vez que confundiste la crema de las espinillas con el mentol, en la mesita de maquillaje y cuando volteamos a mirar, estabas llorando – con tal sentimiento – hasta hoy me causa gracia.

Los cartones de tus embarques, convertidos en casitas improvisadas para mis muñecas. No recuerdo que te hayas enojado nunca, siempre tenías esa templanza de conversarlo todo. 

De acariciarme el cabello, mientras me hablabas de tus posibilidades y las mías, que no se comparan, creo que lo que más admiro de ti, es eso. La forma en la que un niño tan pequeño se marchó lejos de casa a buscarse la vida, con una muda de ropa, una resortera, una navaja y un poco de anhelos.

Como el niño pobre, se convirtió en el hombre de familia, como el despreocupado se volvió consiente, como el relajado se transformó en un león furioso y protestante, por sus hijos.

Me gustaba más que te quedabas, en esas noches donde la enfermedad no nos dejaba conciliar el sueño, cuando nos internaron y lejos de casa, tú no te fuiste. Mi hermano y yo teníamos tantas diferencias entre nosotros, hasta en la forma de pensar y las creencias, pero cuando te fuiste me di cuenta que teníamos, el mismo pensamiento, el mismo criterio, el mismo sueño que tu no pudiste realizar. 

Hoy en día son ya dos años desde tu partida, el primer día después de tu entierro, pensaba en los planes del día, mi fiesta de cumpleaños contigo – pero no estabas. Me quedé mirando tus cosas, tus recuerdos, la silla de ruedas con tal angustia, con tal fragilidad. Que me volví loca pensando en tu rostro, quería mirar tu retrato una y otra vez, para no olvidarme de tu cara. 

Quería escucharte balbucear porque últimamente ya no hablabas, la misma enfermedad te arrancó la memoria y la fuerza lentamente. ¡Hasta hoy puedo ver la radiografía del pulmón!

Pienso en ¿que estaban pensando los médicos? ¿Porqué no nos dijeron que eras como un cristal?, ahora sé porque te faltaba el aliento.

Pero el adiós fue un despertar para nosotros, luego regresé varias veces a las páginas de los cuidadores de Alzheimer, para leer otras historias, para mirar esos rostros cansados de tantos años, con tantas arrugas y ganas de vivir. Para encontrarte en esos besos que circulaban en los videos, donde los parientes aún pueden decirles ¡Te amo¡ ¡Mi vida!, palabras que habitualmente yo te decía, cuando despertaba.

A menudo quería poder abrazarte y te encontré después en cada anciano, en cada piel quemada por el sol, repleta de manchas que salen por la edad y que tú decías que la tenían las personas con experiencias, al igual que las canas, solo aquellas con una larga vida y logros, llegan a tener una corona tan especial. Entonces pensé ¡Fueron 74 años! … Fueron suficientes para amarnos.

Ahora tu cumpleaños es el mio, cada 25 de Diciembre como en este año si Dios lo permite, habrá una torta en la mesa y villancicos para celebrarte, por que no te has ido vives en nuestro interior. En mi cumpleaños en cambio hay una torta pero antes una misa por tu descanso, por el de muchos. Puesto que ahora que he podido mirar más allá de mi nariz, entiendo que hay asilos con muchos ancianos que se han ido, sin tener a nadie a su lado. 

Hay una pandemia vigente, que ha hecho mucho daño a mucha gente, familias que no pudieron despedir a los patriarcas, matriarcas y demás familiares, que no los pudieron velar o realizar una misa, que no saben incluso en donde están enterrados. 

Muchos cuerpos estaban en las vías, y se los guardaba en cajas de cartón… ¡Lo crees! ¡En cajas de cartón!. 

Los primeros meses hubo una agonía entre el dolor de perderlos y el no saber donde estaban, porque se extraviaron los cuerpos y muchos fueron a parar a fosas comunes. 

Yo creo que somos como decías, unos suertudos. Al menos pudimos decirte ¡Hasta pronto! como se debe.

Y ya para concluir quisiera decir que me encanto cada día a tu lado, con nuestras ocurrencias, las salidas de viaje, los bingos y las veladas artísticas. Las idas a hacer deporte que nunca se concretaron pero fueron buenos planes, ya que con la única vez que lo intentamos cumplimos el reto y llegamos a la meta, que es lo importante.

Tu paciencia conmigo para los deportes y el que siempre me dejarás ganar en las canastas, ya que fuiste el único que creyó que era buena en el básquet. Ni se diga de la natación, de verdad flotaba, tu espalda era muy cómoda. Y tus ruedas de soporte en la bicicleta ¡Fueron una pasada!

Gracias por los patacones con queso que era tu especialidad, por tus historias y cuentos que parecían sacados de fragmentos de tu vida y por eso eran más significativos para mi.

Por enseñarme que el sentimentalismo es una virtud de pocos y animarme a hacer cosas para las que los zurdos estamos condicionados, por tomarte la medicina y compartir conmigo la papera. Por ser el primero en aplaudir mis logros e ideas, por nunca decir que eran descabelladas, por enseñarme a ver las estrellas, aunque nunca encontré la forma de las constelaciones. Por ayudarme a caminar largas distancias y cargar las cosas, por nunca rendirte ni ofuscarte, por no educarme con golpes y usar las palabras, por las ¡Buenas noches! y los ¡Buenos días!, aunque durmieras en el mismo cuarto, por creer en los monstruos que venían en la noche cuando se apagaba la luz. 

Por conseguir elástico y dejarme usar tus sogas de trabajo para jugar con mis primos y amigos, por encontrar tiza para la rayuela, por inflar los balones y protegerme de los golpes, por ayudarme a trepar en el árbol y no decir que hicimos trampa. Por decirme que escribir en el juego del «Plántame el carro», por el pichirilo que trajiste para mi. 

Por nuestra aventura en el aeropuerto, era la única niña que podía presumir de conocer los aviones en el primer grado, por llevarme más allá de las fronteras, por los fuertes soles y las noches de lunas llenas, por el buen rock y aceptar mis gustos excéntricos que como decías, se van con la edad.

Por empujar el columpio para que no tuviera miedo del jardín, por todas esas horas sentado en la puerta de la escuela, hasta que me acostumbre a ir a clases y pudiste regresar a tus labores.

¡No quiero otro amor! ¡no quiero salir de otra costilla! Quiero que seas siempre mi complemento y de aquí al mil años luz, volverte a llamar «Mi muñeco» «Mi viejito» «Mi padre».

Por supuesto fui muy favorecida contigo y no te preocupes que mientras tenga vida, llevaré tu legado. 

¡Te amo papá!

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