La cruel y verdadera historia de mi abuela.

La cruel y verdadera historia de mi abuela.

Edu

22/03/2021

Mientras subía las escaleras de la residencia, pensaba que decir. Mi abuela contaba ya 93 años, una vida plena, sin visitar una sola vez el médico, pero su cabeza andaba en un lugar desconocido: la desmemoria.

Llegué a la planta donde el televisor ejercía un efecto sedante en los ancianos. Me senté al lado de mi abuela.

-Hola abuela ¿Sabes quién soy? – Le pregunté-

-Claro, hijo, eres Edu- Me respondió con la mirada perdida y se durmió.

    Mientras dormía decía frases inconexas: “segundo cajón”.

    Salí de allí con una sensación de tristeza y algo agobiado del ambiente que se respira en las residencias.

    Me acerqué a la casa de mi abuela, y mientras rebuscaba en sus libros: Tesis sobre la teoría del conocimiento de Kant, biografías de Spinoza y más libros escritos por ella. Encontré en el segundo cajón un libro que se titulaba, “Mi vida”. Me senté a leerlo.

    El papel estaba ya corrompido y lo abrí con cuidado.

    “Abril de 1937 el ejercito nacional llegó al pueblo. Vi como apresaron a mis padres y se los llevaron en camionetas. No los volví a ver jamás.

    Yo, que tenía diez años salí con mi hermano Pedro al campo. Permanecimos escondidos mientras aquel ejército realizaba sus saqueos y detenciones, por suerte no nos encontraron.

    Anduvimos por los campos de olivos sin nada más que la ropa con la que salimos. Supe que enseguida, el hambre nos encontraría para no dejarnos andar más.

    Siete horas más tarde, la sed bajo el sol de primavera nos secaba la boca. Llegó la noche y comenzó a hacer frio. A lo lejos vi una estación de tren abandonada y hacia allí me dirigí llevando en brazos a mi hermano.

    El sopor que producen  la sed y el hambre nos hizo entrar en un sueño profundo, a veces roto por el sonido de aviones y el rugir de mis tripas. Sabía que probablemente nuestra vida acabaría pronto. Al fin me quedé dormida.

    Pasado un tiempo noté unos brazos que me cogían y otro hombre recogió a mi hermano. Cuando desperté, me encontraba en una habitación, me sobresalté, no sabía dónde me encontraba y me puse a gritar. Al poco tiempo apareció un hombre vestido de sirviente. Me tocó la frente y me dijo.

    -No te preocupes el señor Ortega os ha recogido, estabais exhaustos-. Me dijo aquel hombre que estaba completamente pálido.

    -¿Mi hermano? – Pregunté.

    • No se preocupe señorita está en la habitación de al lado, en breves momentos le verá en el desayuno.

    A los pies de mi cama había un vestido limpio y muy bonito, me lo puse y me acerqué a la puerta de la habitación. Antes de abrir oí un golpeteo de bastón sobre la madera del suelo.

    Abrí la puerta y me encontré con un hombre con cara afable, y unos ojos puros me miraron.

    -Hola señorita, ¿su nombre es? _ Me preguntó ese hombre con una dulce voz y con unos excelentes modales-

    – Josefa, señor, aunque todo el mundo me llama Pepa ¿Usted? – Le devolví la pregunta.

    – Soy José Ortega, os encontré en mal situación y en medio de una guerra, decidí traeros a mi casa, eso sí podéis iros cuando gustéis. Por ahora vayamos a desayunar. María hace unos desayunos deliciosos- Me dijo acariciándome el brazo.

    Bajé totalmente despeinada, ni si quiera me lavé la cara tenía demasiado hambre. Al llegar al comedor mi hermano ya estaba bebiendo un tazón.

    -Anda que esperas, Pedrito- Le dije-

    El señor pálido que me despertó, separó una silla de la mesa y me indicó que me sentará.

    Ante mi había gran cantidad de bollos y leche. Engullí como un animal que llevaba varios días sin comer.

    Cuando me llené, me quedé sentada sin saber que decir ni hacer.

    -Podéis salir al patio a jugar, si así lo deseáis- Nos dijo Don José

    Mi hermano y yo salimos, era un patio enorme, con enormes higueras y otro tipo de árboles que no conseguía identificar. En el centro había un enorme estanque con peces de vivos colores, y en una esquina juguetes de niña. Era evidente que allí vivía otra chica de más o menos mi misma edad. Me quedé hipnotizada mirando el estanque y los peces moverse en él.

    Miré hacia atrás vi a José con cara apenada y me dijo – En ese estanque, murió mi hija, hace muchos años, nunca conseguimos adivinar como se llegó a ahogar sin que nadie nos enterásemos-.

    Aquello me apenó, José parecía una bella persona.

    Tras los juegos nos llamaron a comer, nos levantamos y José volvió a tocarme el brazo y me agarró de él, algo fuerte pero no me quejé.

    Comimos y me dio un paseo por toda la casa para conocerla, me impresionó la enorme biblioteca de libros, que luego supe que eran de filosofía e históricos. Esa sala se convirtió en mi preferida.

    Así pasamos varios días, éramos felices, aunque cada día echábamos de menos a nuestros padres, pero en aquella casa nos trataban de una manera excelente.

    Al mes de estar allí, una noche, José entró en mi habitación y me dijo que me pusiera el camisón, él se quedó mirando, me pareció algo extraño, supuse que echaba de menos a su hija y que le recordaba a ella.

    -Te voy a contar un cuento hasta que te duermas- Me dijo acariciándome el brazo.

    Al día siguiente desperté y pronto escuché el ruido del bastón sobre la madera del suelo de la casa. ¡Pon!, ¡Pon! El señor Ortega entró en mi habitación, y se quedó mientras me vestía. De nuevo bajamos a desayunar.

    Llamaron a la puerta, me asomé un poco desde la esquina de la cocina y vi que eran del ejército nacional. Hablaron con Don José y se marcharon.

    Llegó la hora de la siesta y me fui a mis aposentos. Don José me volvió a acompañar, y cuando me hube desvestido, me tocó en mis partes. Enseguida sentí una sensación de malestar, un escalofrío me recorrió el cuerpo, y devolví.

    _ Tranquila niña, esto es algo normal que le hace un padre a una hija_ Me dijo Don José con una sonrisa en la boca.

    Fueron pasando los días y sus tocamientos eran más habituales. Siempre que me tocaba sentía un profundo asco, una nausea, que me obligaba a devolver. Mi pequeño hermano no se enteró de nada. Ya me entraban las arcadas y el miedo cuando escuchaba el sonido de su bastón por el suelo de la casa ¡Pon! ¡Pon!

    Un día se me acercó el sirviente de la casa y me dijo:

    -Niña, lo mejor es que intentes escapar o acabarás como la hija de Don José, se ahogó en la fuente del patio-. Me comentó susurrando.

      Eso me alarmó de una manera excepcional. Fui a hablar con mi pequeño hermano y le dije que teníamos que salir una noche de aquella casa, no sabía que sería de mí, pero no podía aguantar eso más.

      Cuatro días más tarde, volví a mi habitación para dormir, y de nuevo aquellos tocamientos. Nos fuimos a dormir y esa noche tenía que intentar salir de allí. Al pasar las horas y pensar que ya estaría dormido Don José, cogí mi bolsa con cuatro ropas y salí en busca de mi hermano.

      Anduve con sigilo, y de pronto escuché el bastón ¡Pon! ¡Pon!. Me metí en una habitación y Don José pasó de largo. Fue a la habitación de mi hermano, y se quedó allí. Pasaron las horas y no salía de aquella habitación. Decidí salir sola, ya volvería a por mi hermano.

      Al llegar a la puerta de la casa, apareció el sirviente, me dio algo de dinero, comida y un beso en la frente.

      Salí de aquella casa, al fin, respiré el olor de la madrugada y supe que estaba sola en medio de una guerra.

      Eché a andar y pronto empezó a amanecer, vi un ejército que no sabía de que bando era, y me escondí detrás de unas cajas. Pasaron de largo con su marcial paso.

      De pronto se empezaron a escuchar disparos, salí a correr, y llegué a la falda de una montaña. Los disparos no dejaban de sonar, aviones, me iba a volver loca.

      Conseguí encontrar una cueva y me metí allí con la esperanza de que se acabará la guerra.

      Pasaron algunos días, me puse a comer mi último trozo de pan, y escuché pasos y voces que se acercaban a la cueva.

      -Esta guerra entre hermanos nunca va a acabar- Se oía.

      -Sí, escondámonos- respondió otra voz.

        Asustada me inserté más en la cueva, afortunadamente ellos eligieron otro lugar para esconderse.

        Me encontraba exhausta y aunque el frio me atenazaba y el hambre hacía rugir mi estómago, me quedé dormida.

        Desperté en una cama, estaba sorprendida y me pellizqué para ver si era un sueño, no sentí daño al retorcerme la piel. Suspiré y me dejé arrastrar por la comodidad de la cama.

        Al rato comencé a escuchar un ruido que me era muy familiar, el ¡Ton,ton! De un bastón sobre la madera de algún suelo. Se abrió la puerta.

        -Has sido muy mala escapándote- Me dijo Don José, – Yo te cuidaba bien-

        – ¿Dónde está mi hermano? – Pregunté.

        -Desgraciadamente, ha fallecido- Me respondió Don José.

          Comencé a llorar, algo me aprisionaba el pecho sin dejarme respirar. De pronto Don José se acercó a mi y comenzó a tocarme. Primero, mis pechos y seguidamente comenzó a bajar.

          Otra vez escuchaba disparos, y gritos fuera en la calle. Me quedé sola y miré por la ventana.

          En un lado de la calle el ejército nacional y en el otro el bando republicano. A lo lejos escuchaba en la radio con un discurso de Franco diciendo que estaban avanzando rápidamente por el territorio español.

          Por la ventana miraba como aquellos hombres se disparaban desde sus trincheras. El ejército republicano ganó quedando cuatro en pie. De repente tocaron la puerta de abajo y más disparos. Dispararon a bocajarro al sirviente de la casa y penetraron en esta. Bajé rápidamente las escaleras, y Don José estaba sentado en su sofá. Se le acercaron los hombres de aquel ejército uno le puso una pistola en la cabeza y disparó.

          Me miraron y me cogieron, llevándome con ellos. Me llevaron con otro hombre, y enseguida emprendimos un viaje a Francia. Se veía que lo tenía todo planeado, habló con el ejército francés y nos metimos en una casa. Se llamaba Federico y mi vida con él era plena, todo lo plena que puede ser una vida cuando una guerra entre hermanos te quita a toda tu familia, y has sido manchada por un hombre enfermo.

          Al tiempo, estábamos escuchando la radio, cuando oímos que Franco había ganado la guerra. Federico se puso las manos en la cara, y me dijo:

          -Jamás podremos volver a España-

            Ingresé en Bachillerato y conocí la filosofía, lo que me sirvió de refugio. Estudié en la Universidad hice un Doctorado sobre Spinoza y conseguí una catedra en la Universidad…»

            Dejé de leer el diario de mi abuela porque estaba aturdido de lo que estaba leyendo. Mi abuela nunca nos contó eso. De repente me sonó el móvil. Ponía “Mamá”, lo cogí

            -Hola madre, ¿Cómo estás? – Dije nada más coger la llamada.

            -Hijo, la abuela ha muerto-…..

              FIN

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