Pedro
Alicante 2003
Nacha sonrió cuando aquella señora tan agradable a la que acababa de conocer, le explicó que el motivo de su encuentro era comprender porqué cuando su marido la llamaba Nacha, cosa bastante habitual, siempre acababa diciéndole que la quería. Nacha no era un nombre muy común precisamente, y por eso no le había sido difícil dar con ella gracias a la ayuda de su nieto Germán.
-Pues a mí nunca me dijo que me quería, y eso que yo a él sí que se lo dije mil veces- le contestó Nacha, dejándola atónita ante tanta sinceridad- No debería preocuparse. Él me quiso apartar de su memoria, seguramente porque la quería a usted. Y ahora que ha perdido todo lo que había en ella, sólo debo quedar yo en algún rincón de su alma donde me guardó. Como el recuerdo de algo bonito que nunca quiso usar.
Y tras mantener aquella breve, pero aclaratoria conversación, se despidieron. Y Nacha dejó a la mujer de Pedro, el amor de su vida, en el olvido de un marido con Alzheimer, que ahora la recordaba a ella, por no haberse atrevido a quererla.
Alicante 2003
Susana estaba embarazada de pocas semanas cuando conoció a Nacha, e inmediatamente la sintió muy familiar, no supo si por haber coincidido con ella en otra vida, por alguna historia en común, o por imaginarse a ella misma, con sesenta años más, en su esqueleto pequeño y el contorno oscuro de sus ojos, pero lo cierto es que algo muy profundo las unió desde el principio.
Aquellas navidades Susana trabajó casi todos los días y como la mayoría de los pacientes habían sido dados de alta y la sala estaba muy tranquila, pasó muchos ratos en la habitación de Nacha. Fue entonces cuando además de llorar juntas con “Marcelino, pan y vino”, Nacha le contó a Susana la historia del amor de su vida:
Nacha nació en el año 1915, en una familia acomodada. Creció entre doncellas y cubiertos de plata. Fue la tercera de cuatro hermanas, y ya desde niña destacó por la visión fantástica que tenía de la vida, y por poseer una gran imaginación y creatividad. Al crecer, se convirtió en una mujer un tanto excéntrica y muy liberal. Para su padre siempre fue la niña de sus ojos, y que decidiera ser enfermera le pareció una más de sus extravagancias, preferible a otras más peligrosas teniendo en cuenta la convulsión política de entonces. Cursó sus estudios en la Cruz Roja, y en esa época conoció a Miguel, un funcionario del Ministerio de Gobernación con el que inició un noviazgo. Miguel y Nacha estuvieron algún tiempo separados, primero porque él se marchó al frente y después porque cuando acabó la guerra, Miguel fue destinado al norte de Teruel. En el 37 Nacha empezó a trabajar en el hospital San Juan de Dios de Valencia, y allí conocería tres años más tarde a Pedro, un cirujano especializado en heridas de guerra del que Nacha quedó prendada inmediatamente por la calidez de su voz y la cercanía de su trato con los pacientes. No tardaron en hacerse muy amigos y luego, algo más. Un fin de semana en que Miguel quiso darle una sorpresa a Nacha, la encontró con Pedro paseando de la mano por la playa de la Malvarrosa, pero no la dejó hasta el día siguiente cuando la esperó a la salida del hospital. De camino a casa fue la última vez que se vieron. Unos días más tarde despidieron a Nacha porque se habían enterado de que al final del 39 había sido detenida e interrogada, y, aunque fue puesta inmediatamente en libertad, gracias a las influencias de un conocido de su padre, no podían permitir la presencia de alguien con esos antecedentes allí. Del episodio de su detención, no le quiso hablar a Susana. Ese mismo día recogió sus cosas y al despedirse de sus compañeros aprovechó para contarle a Pedro que Miguel les había visto juntos y habían terminado. Le contó también el motivo de su despido y las terribles horas pasadas en aquel lugar. Fue entonces cuando él le dijo que estaba casado.
Nacha pasó demasiados días vomitando, así que tuvo que descartar que los nervios fueran la causa. La guerra le había hecho perder la pista de la mayoría de sus amigos, pero una antigua compañera le facilitó el contacto que necesitaba.
-¿Sabías quien de los dos era el padre?- le preguntó Susana
-Claro, chiquilla- le contestó Nacha .
En ese momento entraron en la habitación, su hija y su nieta, y Susana se marchó discretamente. Al día siguiente, cuando Susana llegó al hospital, Nacha ya no estaba, murió esa noche mientras dormía. Su familia le dejó de recuerdo un pañuelo de seda y una foto, en la que se veían sentados en una terraza de la plaza de La Reina a una joven, de cuerpo pequeño, rostro delgado y mirada despistada, con un chico fuerte a su lado que la miraba de reojo. Le contaron que años más tarde se marchó a vivir a Formentera donde continuó trabajando de enfermera y montó una tienda de pañuelos, y chales, allí la vida le permitió volver a enamorarse. Tuvo una hija y dos nietos, Guillermo y Patricia.
Avísame cuando llegues
Formentera 1989
Carmen y su hijo David eran nuevos ese año en el instituto, ella, como profesora interina de Inglés, y él como alumno de segundo de BUP.
Durante el curso 88- 89, David y Patricia se conocieron, y aunque tardaron un par de días en hablarse, en cuanto Patricia lo vio, tan callado y tan tranquilo, ya no quiso sentarse al lado de nadie que no fuera él. En las evaluaciones, el profesor de matemáticas se quejaba de que en sus clases, Patricia se perdía siempre, pero lo que él no sabía, era que ella, para no molestar a David con tantas preguntas, se ponía a escribir, entre ecuaciones y problemas, historias de personas que sólo existían en su mente, o cartas a otras que sí que existían, pero que nunca enviaría. Luego, sin embargo, estudiaba sin parar toda la tarde, para olvidar lo que había escrito… para no pensar en que él se marcharía.
Se reencontraron años después, Patricia era profesora de Lengua Castellana y Literatura, y su universo continuaba tan romántico y desordenado como siempre, lleno de historias que él decidió no leer. David entonces era Informático y trabajaba en la Universidad Politécnica de Valencia. Vivía en un mundo organizado y tranquilo al que conseguía entrar a través de la ventana de su ordenador, y en que tal vez, si no se hubiesen cruzado de nuevo, la habría conseguido olvidar.
Germán
Alicante 2003
Días antes de que Nacha acudiera a aquel café, Germán, el nieto de Pedro, había llamado a Nacha con la excusa de invitarla a la celebración del 90 cumpleaños de su abuelo. Querían darle una sorpresa y que se presentaran los antiguos compañeros de trabajo que todavía vivían. Al principio Nacha dudó, sobre todo porque era muy coqueta, y no le apetecía que Pedro la viera convertida en una anciana. Pero al final aceptó, ya que pensó que con su precioso pelo blanco, recogido en uno de sus moños tan románticos, y los pendientes y el pañuelo adecuado, mantendría la esencia de la mujer que nunca había dejado de ser.
Patricia tras recoger a su abuela en el puerto de Denia, la llevó a Alicante, donde Pedro y su familia vivían, y la acompañó al lugar en el que había quedado con Germán y con su abuelo, aunque allí sólo apareció Germán. Él le explicó que su abuelo tenía un Alzheimer muy avanzado y que en realidad era su abuela la que quería hablar con ella. Eso por una parte, le quitó un peso de encima a Nacha, aunque por otra la dejó bastante desilusionada, ya que había esperado poder volver a hablar con Pedro antes de morir. Finalmente aceptó verla.
Patricia y Germán apenas hablaron en este primer encuentro y tardarían en volver a verse. Años más tarde coincidieron. Fue un encuentro casual pero los dos se reconocieron de inmediato. Compartían el mismo signo de zodíaco y la misma alegría, aunque él era mucho más tímido de lo que aparentaba.
Germán era informático pero no era callado, aunque sí que era muy tranquilo. También vivía en un mundo ordenado al que entraba a través de la ventana de su ordenador. Pero él sí que quiso leer todas las historias que llenaban el universo romántico de Patricia.
Al día siguiente de reunirse con la esposa de Pedro, Nacha tuvo que ser ingresada en el hospital de Alicante por un dolor torácico. No salió. Murió a los dos días, con la certeza de que su nieta Patricia, y Germán, el nieto de Pedro, volverían a verse.
Agua
Oliva 2016
Agua
Estaba parado en un semáforo cuando la vio salir, y aunque iba muy abrigada la reconoció, hizo sonar el claxon y tras bajar la ventanilla la llamó. Patricia tardó unos segundos en darse por aludida y en principio no supo si reconocer en aquella figura a David o a Germán, ya que de lejos se parecían. Habían pasado algunos años desde la última vez que los había visto.
-Debes ser la única persona del mundo que hasta con un día así no deja de ir a la peluquería ¿subes?- le dijo cuando se acercó.
-¡Si eres tú! ¡Qué sorpresa!¡Qué contenta estoy de verte y que guapo estás ¿Ves como los milagros sí que existen? Encontrarnos aquí y en un día como éste no puede ser otra cosa. ¿Qué haces por aquí? – le dijo Patricia después de darle un beso a través de la ventanilla.
-Lo que será un milagro es que no llegues a tu casa nadando. Hemos quedado los compañeros de mi promoción de Informática que hace 25 años que acabamos, para comer mañana- le explicó- anda sube que te acerco- le dijo.
– Prefiero ir andando bajo la lluvia que llevo paraguas y es muy romántico, además si me subo a tu coche seguro que pasará por mi mente algún deseo horrible, como que te quedes de repente ciego a algo así- contestó Patricia suspirando.
-Que ocurrencias tienes. ¿Y eso por qué?- preguntó él con una sonrisa.
-Porque hacía tanto tiempo que no nos veíamos que preferiría que me miraras con las manos y así yo las podría poner sólo donde quisiera que miraras- le explicó ella.
-Bueno siempre me puedes vendar los ojos- y esta vez él se rió.
-Nooooo. Ni hablar, con lo que me gusta mirarlos – le dijo Patricia- y le volvió a besar en la mejilla- Me he alegrado mucho de verte, cariño, pero tengo que irme, que hoy mi hijo duerme en casa y se preocupará si llega y no hay nadie.
-Pues sube que te llevo- le insistió él.
Aquella noche el hijo de Patricia cenó sólo.
Patricis acabó en la playa con su antiguo amor. Y allí le susurró al oído que la llevara al cielo. Y él al besarla y acariciarla por debajo de la falda, hizo estallar en ella todas las constelaciones del universo que había entre sus piernas. Fue en ese momento cuando entendió que Patricia era de agua. Y lo supo, porque todo el mar que ahora mojaba sus pies, recorrió su mano cuando la tocó.
Cuando al día siguiente Patricia llegó a casa, su hijo la encontró diferente. Le habían salido las alas en la playa de Oliva, cuando la miraron con las manos y la tocaron con el alma. Y Patricia al fin aprendió, que para volar, sólo necesitaba abrirlas.
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