POR EL OJO DE UNA FALDA

POR EL OJO DE UNA FALDA

Netty Del Valle

06/03/2021

A pesar de las tempestades y las noches oscuras, ella siguió caminando sirviendo de guía a los que revoloteaban a su alrededor.

Marcada por la costumbre de su época, sus padres la comprometieron en matrimonio a los quince años con un primo hermano, utilizándola como parte de un objetivo social para garantizar la perpetuidad del apellido y la familia, en la procreación sin control, hasta que se le agotaran los óvulos y la abandonara la fertilidad.

Su vientre bendito y prolífero parió nueve hijos.

¡Quedó viuda muy joven!

En señal de luto, nunca volvió a usar ropa de color.

Se forró de negro de pies cabeza.

Era de contextura pequeña pero fuerte y resistente como las piedras del pueblo que la parió. De su madre aprendió la sastrería, oficio al que se dedicaba cuando comenzaba la noche. Se sentaba enfrente de su máquina de coser a pedal, en un taburete tapizado en cuero, el más humilde de los asientos. En un mesón de madera esparcía los hilos, los botones y los cortes de lino blanco y de dril color caqui o gris, para hacer las chaquetas, los chalecos y los liquiliques de los patriarcas del pueblo. Encima de la máquina de coser, la lámpara a petróleo parpadeaba distorsionando los cachivaches de su habitación semejando fantasmas nocturnos.

En un rincón de su habitación, un baúl con un pequeño cofre donde almacenaba objetos de su veneración como los nueve resecos cordones umbilicales de sus hijos,  envueltos en paja  , con la creencia de que si los conservaba , jamás se olvidarían del hogar, no tendrían miedo y  se harían  valientes. Envueltos con mimo en pequeñas bolsas de muselina, ciento treinta y siete dientes de leche que ella recogía y escondía, después que el enigmático, tímido y aficionado Ratoncito Pérez, se los llevaba y a cambio dejaba monedas o un pequeño detalle que escondía debajo de la almohada de los niños. En otro mudo rincón, en un cajón en donde venían las velas de sebo, posaba la reina de la noche: una descascarada bacinilla de peltre para recoger los orines de sus madrugadas.

Este olor, el de la creosota y las bolitas de naftalina, jamás me han abandonado.

No confiaba en la seguridad del cofre para guardar la carta de suicidio de su hijo de apenas diecisiete años: celosamente la mantenía aprisionada entre sus grandes senos.

Espejismos de dolor se pintaron en su rostro por siempre , a pesar de su risa franca y buena.

…« Sufro mucho desde chiquita

Y ahora que soy grande

Los sufrimientos se me duplican.

Hace años un hijo murió

Un día inesperado.

¡Dios se lo llevó!

Siempre lo lloro.

En vano lo busco

Pero no lo encuentro

Está en el cielo con Dios y su papá.

No encuentro alivio

No encuentro paz

No puedo vivir como los demás.

Yo me conformo, no puedo hacer más

Quiero estar con él allá en la eternidad».

Estrofas de uno de sus Versus Brutus -los conservo todos – como ella bautizó sus escritos para dar rienda suelta no solo a los ramalazos de la vida, sino a la variedad de historias divertidas de la prole que conformó.

Quedó sumida en un estupor de tardes desiertas, el alma se le congeló y por muchos días, estuvo sepultada en abismos de silencio.

Solo cose, que cose, que cose.

Sin cansarse

Sin detenerse

Hasta que el hilo se reventaba

Y el pedal se detenía.

Y así continuó viviendo: haciendo de tripas corazón.

Ella era sabia, inteligente y mágica!

Sabía comunicarse profundamente con todos.

Por eso puedo mostrar la mujer que ella fue.

La conocí desde la gruta tibia y húmeda de mi madre, cuando la observaba sentada en una mecedora que se balanceaba al ritmo de una nana que escribió para mí y canturreaba entre dientes:

«Patea nena patea

Dentro del tibio capullo

Que pronto vas a salir

Y abuelita estará contenta

Y no cabe del oggullo

Mira cómo estoy

Esponjá como una papa…»

Creaba el ajuar para recibirme como su primera nieta. El movimiento delicado de sus rudas manos de sastre, bordaba diminutas flores color pastel e intrincados nidos de avispa sobre batitas de fino lino blanco. Así lo pidió mi padre: que su niña siempre vistiera de este color, por su alegoría con la pureza y la castidad de las mujeres de esos tiempos.

¡Ahora uso los colorinches del trópico!

Caminó por adversidades e infortunios que con esfuerzo y perseverancia, supo vencer para evitar a sus hijos el dolor y la tristeza.

Enderezó las miradas de ellos hacia cielos azules, verdes montañas, trinares de pájaros, rumores de ríos y ululares de vientos. Ella era como el agua de un riachuelo que recorre con seguridad el caudaloso cauce, porque sabía que en cualquier momento hallaría la desembocadura para descansar de los tumbos de las corrientes.

Trató de moldearme a semejanza de sus antepasados y de ella misma. Me inyectó espíritu tesonero para que no me amedrentara ante las dificultades. Me enseñó que debía correr como una veleta , diciendo con esto que debía apurarme para que me sobraran horas del día y tener tiempo para entregarme al placer de las horas muertas que sumergen en las divagaciones, y pensara en cómo quería llevar la vida.

El tiempo ha pasado y aun arrastro sobre mi joroba, todas las cosas que de ella aprendí y quedaron tatuadas en mi memoria.

No escribo mis recuerdos: escribo los que ella generó hasta su quinta generación.

Mis primeros fantasmas los conocí por boca de ella. Generalmente se abrigaba en las noches y sus sonidos sobrenaturales, para contarnos mitos y leyendas del folclore colombiano, como el caballo sin cabeza que galopaba sin jinete por los callejones; el alma en pena de La Patasola
con una sola pierna que termina en forma de pezuña; el Moján que emergía de los arroyos y explayaba sus fauces para tragarse de un sopetón a todos los enamorados que se escondían en las orillas para acariciarse.

Creo que con estas truculentas y alucinadoras historias, lo que pretendía era enseñarnos los secretos de la fantasía y la realidad.

No evadí sus enseñanzas y por eso puedo escribir esto entre verdades y ficciones.

Parecía que el dolor se hubiese perdido en la oscuridad de la noche y danzara como los papeles que flotan en las calles.

El sufrimiento se reventó contra las paredes de bahareque de la casa de palma.

Los desconsolados recuerdos vagaron hasta la plaza del pueblo y se enterraron en la cúpula de la iglesia.

Fue como si hubiese llegado el otoño y con su brisa alborotada se llevara las hojas amarillas del dolor interminable.

Las hojas ocres del sufrimiento lacerante volaron…

La soledad del púrpura se alejó hacia las protuberancias de las sombras.

¡Todo se detuvo cuando sus nietos llegaron!

«Después de la tormenta, la alegría»

Pero…, antes de seguir adelante ¿Cómo era la casa donde ella vivía?

Era de corredores silenciosos por donde vagaban las pisadas de los tiempos idos.

Era de paredes de boñiga en donde titilaban las horas disecadas.

Era de cocina con binde de leña y gatos grises agonizando entre cenizas.

Era de algarabías de arroz con manteca, tajadas amarillas y ausencia de carnes…

Era de horcones de madera donde colgaban espejos rotos.

Era refugio de las primas que visitaban todas las tardes con las manos repletas de panochas, panes de cachito y zapatos de cuero bien lustrados.

Era de piso de tierra que se cuarteó cuando faltó el rastrear de las babuchas de las tías.

Era de un lamento largo acompasado por el tic, tac de un destartalado reloj de pared.

¡Era una casa seducida por la pobreza pero de familia distinguida!

Debo apurarme en terminar esta historia, antes de que mi mente empiece a perderse en los laberintos de la senectud que ya comenzó su carrera desenfrenada, y viene pisándome los talones.

¡Claro que detecto sus señales!

¿Cómo no identificar los sonidos que la acompañan cuando me quejo, resoplo, toso y hablo sola?

Pero le ganaré la partida porque lo escrito, escrito queda para patrimonio de mis descendientes. 

Durante 40 años se rompieron mis bolsillos de tanto comprar libros.

¿La culpable?

¡Ella! que desde los siete años me inculcó la costumbre suya, de sumergirme en el significativo mundo de la lectura; creo que a partir de ahí, a pesar de ser dos seres distintos, se cruzaron nuestras historias.

Su mundo estaba marcado por su oficio de sastre, los pedales de su máquina y la lámpara a gas. De ahí que con los retazos de tela, rellenaba unas fundas para hacer cojines que se tiraban en el piso y así,  iniciar los fines de semana y en las vacaciones escolares, el ritual de la lectura de un libro escogido por ella.

En cada capítulo cerraba el libro y nos atiborraba a preguntas con el fin de enseñarnos a prestar atención, a escudriñar, analizar, a debatir junto con mis dos hermanitos y otros primitos.

Así fue mi iniciación en el universo de los libros.

Comenzó mi ensoñación y fascinación por aprender a través de ellos. Me imbuía de tal manera en las historias, que muchas veces sentía que el autor me invitaba a que hiciera parte de la narración, escogiendo al personaje que me diera la gana.

Sé que muchos se preguntarán por qué escribo así como dando tumbos.

No ha sido a propósito ni soy yo. Es la narradora la que me ha tomado de la mano para conducir la historia.

Hasta los 97 años, abue Nana continuó siendo la figura matriarcal de la familia, a pesar de que se le notaba la tristeza y sus ganas sin bríos.

Cuando se despidió, tenía las ojeras acentuadas por las noches de insomnio de tanto darle al pedal de su máquina de coser; con bolsas en los párpados por la mirada fija en los driles; la cabellera rala, canas sin brillo que le ganaron el partido a su otrora pelo negro. La frente repleta de arrugas semejando una partitura polvorienta y abandonada…

La noche devora el día cuando ya son 11.36 p.m. y al fin, cojeando y muerta de sueño, completo la historia con esta nana compuesta y cantada por ella, mientras mecía mi cuna:

Cierra los ojitos
amor de mi vida
cierra los ojitos
ciérralos ya.
Apaga los foquitos
mi niña divina
apaga los ojitos
que vamos a dormir.
Sueña con estrellas
con el firmamento
que es por un momento
que vas a descansar.
Duérmete mi niña
brinca por el aire
juega con mariposas
mientras tú reposas.
Cierra los ojitos
sueña con estrellas
apaga los ojitos
que vas a descansar
que vas a descansar, que vas a descansar.

FIN

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS