Plácido y Nico

Plácido y Nico

alexita

05/03/2021

Plácido se encontraba en una antigua finca en el pico de una montaña, y continuamente miraba el alba, esperando al rayo de sol que iluminaba sus resplandecientes ojos (como auténticas chispas). Sus cabellos destellaban y sus canas florecían; su voz era muy débil y sus rodillas gastadas tal como una hoja que se dobla al más mínimo movimiento.

Corría el año de 1950. Nico, su hijo, un joven apuesto de gran energía, vigoroso, se encontraba estudiando una licenciatura. Sin embargo para aquel tiempo estaba junto a Plácido, su padre.

Esa mañana siguió a su padre y allí estaba sentado, sus ojos abiertos y fijos en el alba buscando los primeros rayos de sol.

Nico en su deseo de buscarle conversación, le decía:

—Padre, te admiro mucho, son tantos años de experiencia y de virtud que me pregunto ¿Cuándo podré alcanzarte? Mira estas tierras, la forma en que las has cultivado con tanta destreza, y están llenos de sus mejores productos… del fruto de tu trabajo.

Plácido, complacido le respondió:

—Hijo, eso es lo que hace el amor. Aún recuerdo cuando naciste, llenaste de alegría nuestro hogar; tus primeros pasos fueron en este lugar, y corrías como una cabra saltando entre grandes despeñaderos. Yo estaba joven, lleno de mucha vitalidad, y así me tocara hacer muchos esfuerzos mi cuerpo lo soportaba, pues en ese tiempo no tenía nada. La clave, hijo, está en la constancia y en la disciplina, aunque el motor principal es el amor. Ver sonreír a tu hermosa madre y a ti, encontrar ese grande abrazo que me llenaba de calor, era mi mejor recompensa y me ayudaba a seguir día tras día.

Muy emocionado, Nico continuó la conversación:

—Algún día papá, seré como tú. Siempre he admirado tu excelente actitud, perseverante ante las dificultades; tu amabilidad: todos los vecinos te quieren mucho. Yo he estudiado, quizás la vida en la ciudad es confortable, pero no encuentro lo que veo acá.

—Nico, debes saber que la vida está llena de desavenencias, que no importa el lugar donde vivas, lo más importante es ser bueno con los demás, interesarte en otros porque tú nunca sabes cuándo necesitarás a otras personas.

—Querido padre, pienso, sé lo que nos pasa en la vida pero, a veces se torna rutinaria, y… desilusionante. Imagínate que conocí una chica, alta de piel trigueña, todos los chicos la seguían, pero para ella era y soy inexistente; creo ser el más juicioso y tengo un trabajo, ella ni voltea a mirarme. Yo pienso que soy muy feo, bueno tal vez, o quizás lo mío no es conquistar chicas.

—Hijo ¿quién dice que el amor es fácil? Recuerda cómo conocí a tu madre. Cuando la vi por primera vez, ni siquiera me contestó el saludo, pero nunca olvidé su sonrisa, como la primavera; sus cabellos largos oscuros, su piel como porcelana blanca. Ella vivía en la finca de doña Josefa, la vecina, y su padre era el dueño de muchas tierras: lo primero que pensé es cómo podía conquistar a esa joven, fuera que su papá era muy celoso.

Nico, presuroso, le preguntó:

— ¿Qué hiciste en ese momento?

—En ese momento estaba con mi madre Mauricia: siempre fue conocida como una gran señora, su reputación corría a oídos de todo el pueblo. Lo único que se me ocurrió fue pedirle que fuera hasta la casa de la vecina y que se hiciera su amiga. Y así lo hizo, por diez días estuvo en la finca vecina. Algunas veces tomaban chocolate y sus conversaciones duraron horas. En un día viernes, mi madre se enteró que el padre de Cristina, tu abuelo, estaba buscando un trabajador que cosechara la tierra.

Y como joven galante y simpático, me ofrecí de una, hablé con tu abuelo y me dio el trabajo.

Los primeros meses, lo que sembraba no parecía dar fruto pero con el transcurrir de un tiempo, todo fue mejorando, había grandes cosechas de trigo. El abuelo, todas las tardes y después del trabajo acostumbraba jugar ajedrez, y siempre me dejaba ganar para conquistar al suegro, jeje, lo recuerdo como si fuera ayer. Claro, aprovechaba yo para conversar con su madre, una alegre señora, así que a veces me iba a la cocina sabía que en ese lugar encontraría a Cristina, quien siempre estaba ayudando a su madre y hacía un delicioso café que desde afuera se sentía su aroma, sin embargo ella nunca me hablaba. Siempre preparaba nuevas comidas.

Pero hijo, hay que creer, lo que va a ser de uno, nadie se lo quita, te cuento lo que pasó después. Cristina se enfermó, se puso una noche muy grave: su temperatura era muy alta, y en ese momento no se sabía quién estaba más asustado si yo o sus padres, así que corrí, raudo, inmediatamente hacia el médico más cercano al pueblo. Era ya muy pasada la noche, cogí un caballo y me vine lo más rápido posible, el médico no se encontraba en el pueblo me dijeron que se encontraba en una villa a 30 kilómetros, así que fui hasta allí.

–Y, ¿luego papá? —, dijo Nico

–Luego de llegar el médico, revisó a Cristina y notó que tenía una grave neumonía. El humo de la cocina le había hecho daño, así que le aplicó unos antibióticos fuertes y le prohibió volver a entrar en la cocina. Parecía como si la vida de Cristina se hubiera derrumbado. Su hermosa sonrisa había desaparecido de sus labios como si el viento se la hubiera llevado. Así que comencé a comprarle libros para que leyera y se distrajera, a veces yo mismo le leía, le contaba chistes. En ese momento me contó su secreto profundo. 

—Nico ¡un secreto de mamá!: Hace años conocí al mayordomo de mi padre, fui novia de él a escondidas pero él se fue y nunca más regreso, mis días se volvieron grises. Solo me queda esta flor que tengo en uno de los libros. –

Así que de inmediato le pregunté cómo era ese mayordomo. Simplemente me respondió que era muy dulce con ella siempre le llevaba flores y que nunca había podido olvidarlo, agregó que deseaba no le contara nada a su padre.

Por tanto guardé su secreto, pero comencé a llevarle flores, rosas, claveles y Cristina comenzó de nuevo a sonreír. Ahora me miraba con cierto candor, se veía en sus ojos que había comenzado a sentir algo especial por mí. Ya para aquel tiempo había empezado a mejorar su salud. Un día su padre hizo una magistral fiesta con todos los vecinos de todas las fincas y villas, personas de todo el pueblo.

Ese día, Cristina se arregló tan hermosa que parecía una reina, tan pronto la vi caí deslumbrado: su vestido era de velo rosado. Fue así que bailé con ella, mis manos cogieron a las suyas, el corazón me palpitaba, después de bailar varias piezas le declare mi amor, claro mis manos estaban sudorosas y Cristina me aceptó pero dijo que temía a su papá y yo le dije: “tranquila Cristina lo solucionaremos no te preocupes por nada.” Y esa misma noche le di un beso.

Al otro día fui hablar con su padre, él ya me había cogido mucho aprecio y más porque había salvado la vida de Cristina con el médico. Tan pronto le dije que estaba interesado en Cristina, parecía una chimenea a punto de estallar.

—Y… ¿Qué hiciste papá? —, replicó Nico.

–Lo miré a los ojos y le hable a él, desde el fondo de mi corazón y de una vez le dije: mi propósito es serio, y le expresé mi deseo de hacer de Cristina mi esposa. 

Su padre con voz gruesa dijo: “Y ¿qué piensa Cristina de esto?”

Yo le dije: “ella me ama y yo a ella”.

Su padre no habló, me miraba fijamente, pero después de un rato respondió con un grueso “Tú eres para mí como un hijo. Cristina, no puede estar en mejores manos, que en las tuyas.»

—Hijo ¿qué posibilidades tenía yo, un joven pobre, de conquistar a Cristina?

—Ninguna, nadie puede ser como mamá. Es única.

Plácido, complacido por la atención puesta por su hijo, siguió su narración:

—Para alcanzar lo que quieres, debes luchar hijo, y si esa persona es la indicada para ti, harás lo posible por conquistarla pero, si no es esa persona para tí, tampoco debes forzar las cosas. 

—Padre aun amas mucho a mamá, ¿verdad?:

—Si Nico, ella sigue siendo mi novia amada, así los dos estemos de edad, nunca olvido lo que ella era, quizás sus ojos no brillan como antes, y su sonrisa se haya esfumado, pero es mi compañera y la amo, la amo con todo el corazón y lo mejor que me dio eres tú, hijo. 

En ese momento Plácido y Nico lloraron, luego se abrazaron:

—Papá aunque estuve varios años en la ciudad nunca había disfrutado de tan buena compañía; tú eres mi padre y mi mejor amigo, quien pudiera entenderme mejor que tu papá. De ti he aprendido lo mejor que es ser un hombre responsable, a ser trabajador a no conformarme con pequeñas cosas, y me sigues enseñando el valor de ayudar a los demás y de luchar por el amor. Quizás papá no tengas las fuerzas de antes, pero realmente tu compañía es un tesoro. 

Plácido soltó nuevamente unas lágrimas y le dijo

– Para mí, tú eres un regalo de Dios, porque aún sigues al lado de este viejo, gracias hijo me siento estimado y valorado. Ven hijo te mostraré algo…

Sabes que la vida es como hierba seca se marchita y se va, por eso quiero que si algún día llego a faltar cuides a tu madre y cuides todo lo que he conseguido, nunca olvides lo que hizo tu madre cuando estabas pequeño: como se desvelaba cuando te ponías a llorar, pero siempre estaba allí, no solo dándote el tetero, sino también arrullándote, cuidándote, dándote tus medicinas cuando te enfermabas. Que nunca la vida de la ciudad cambie la bonita persona que eres, una persona llena de valores y virtudes, que lo que hace grande a alguien no es tener si no la grandeza del corazón, pero cuida este legado de tierras que te estoy dejando. En cualquier momento no seré más, pero quedarás tú y sé qué harás lo mejor, no te preocupes cuando las cosas no tengan solución siempre sigue adelante, tal vez el mayor obstáculo sea nosotros mismos y nuestras barreras mentales, pero sé que alcanzarás todo lo que te propongas.

Sé siempre fuerte, pero a la vez una persona con mucha sensibilidad, la vida pasa pero hijos como tú hace que la vida sea feliz. –

Nico, conmovido por las palabras de su padre, nunca le había hablado así, repuso:

—Seguiré tus consejos, padre, nunca los olvidaré, pero deseo tenerte padre, muchos años más, para seguir llenando de amor y de todo lo que tú mereces. Te quiero mucho papá. 

—Yo también hijo, somos una familia feliz. Ahora vamos donde tu madre a esta ahora ya nos tiene un delicioso desayuno y no le gusta que la hagamos esperar. 

En ese momento los dos se sonrieron, y se fueron juntos:

Cuando llegaron estaba Cristina esperándolos con una taza de leche caliente, pan queso, y huevos

Y les dijo:

–Se me estaban demorando para el desayuno. 

Padre e hijo se sonrieron a carcajadas y Plácido le dijo a Nico:

– ¿Qué te dije yo hijo? –

En ese momento Cristina sonrió también y los abrazó a los dos: Y Nico dijo:

–Mis más grandes tesoros. 

En todas las fincas se escuchaba la felicidad que reinaba en la hermosa familia.

                                                 

     

      

       

     

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