Apenas llegamos, nos asaltaron los fantasmas. Esas paredes , ahora deterioradas por la humedad, muebles abandonados llenos de polvo y silencio, telarañas añosas y ese aroma inconfundible a soledad, era todo lo que quedaba de la casa de la abuela.
Después de años, por fin un comprador. A revisar la casa para ver si podíamos rescatar algo que aún nos sirviera. Seguramente, todo sería demolido muy pronto y ya no quedarían rastros de lo que una vez fue.
A medida que recorríamos los rincones, aparecían los recuerdos. Momentos de infancia, corridas por los pasillos, la voz de padres y abuelos gritando que no ensuciemos ese piso, que tuvo sus días brillantes y que ahora el polvo tapaba su color.
Pero a mí, lo que más me impactó fue entrar a la cocina. Todavía me parecía ver a la abuela saludándome con una sonrisa. Felicidad de ver llegar a sus nietos. Casi como un ritual, te ofrecía algo para comer. No podías decir que no. Sacaba unas grandes tazas en las que nos servía el café con leche, aún podía sentir su aroma. No era igual al que tomábamos en casa. NO. Sin dudas, la abuela conseguía ese toque especial, aún sin definir qué, pero su sabor era diferente. Lo mismo ocurría con el pan, al que había que ponerle manteca o dulce. La abuela no entendía que no tuviéramos hambre al llegar. Yo hacía el esfuerzo por terminar todo lo que contenía la taza, sólo para darle el gusto. Lo peor era que, después de hacerlo, no faltaba mucho tiempo para el almuerzo ¡ Uf, había que comer! Pensándolo bien, quizás el ofrecernos la comida ,era para ella, la forma de abrir su corazón. Todo el amor del mundo en una taza de leche. Tal vez, rechazarla significaría despreciar su amor. Esos códigos familiares que todo el mundo conoce, pero que nadie expresa conscientemente.
Empecé a mover cosas. Tal vez allí estarían las tazas. Bichos de humedad protestaron por mi invasión. El polvo despertaba mi alergia y me hacía toser. De pronto, uno de mis hermanos me llama desde otra habitación. Acudo casi distraída y al hacerlo tropiezo con una caja. La corro del camino, y escucho dentro de ella el ruido inconfundible de la vajilla. Olvidé el llamado de mi hermano. Abrí la caja. El amor de la abuela apareció allí.
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