La cocina de mi casa

La cocina de mi casa

No puedo recordar por qué paseaba por esa calle, pero sé que un impulso inconsciente me llevó a entrar en ese viejo bar, siguiendo el rastro del aroma tan característico a café -recién hecho- con huevo y canela, el mismo que guarda la esencia de la casa donde crecí, de mi infancia… de mi madre. No había vuelto a olerlo desde que ella murió.

Sin darme cuenta me encontré paralizada en mitad de ese bar, mientras las lágrimas resbalaban en silencio por mis mejillas ante la atónita mirada de los clientes, que no sabían si ofrecerme agua, preguntar por el motivo de mi llanto o contemplar la escena hasta que no quedara una sola gota en mi rostro.

Y allí estaba ella -incluso pude verla- de pié, en la reluciente cocina de mi casa. Tan guapa como siempre, con su pelo recogido en un moño y su impecable delantal blanco atado a la cintura, sirviendo su especial café con huevo y canela a todo el que «osaba» a cruzar esa puerta.

La vi acercarse a mí para abrazarme y darme un beso, como hacía cada mañana antes de regañarme por querer ir al colegio sin desayunar. La vi de nuevo al volver de la escuela, esta vez con el puchero preparado a fuego lento durante toda la mañana en esa cocina, la misma en la que planchaba por la tarde, mientras mis hermanos y yo hacíamos los deberes entre risas y peleas cada día, en la mesa cuadrada debajo del ventanal.

No sé si hice lo correcto. Sólo sé que en ese instante decidí regresar a la vieja casa de mi madre, abandonada hacía veinte años. Busqué la llave y llegué hasta ella. Abrí su puerta lentamente, sintiendo una mezcla de miedo y alivio, sabiendo que aquella decisión de enfrentarme a mi dolor marcaría para siempre el resto de mi vida.

Casi sin respirar me dirigí a buscar los recuerdos de mi infancia, que se volvieron nítidos al instante. Y es que la cocina de mi casa entraña tanta historia que casi tiene vida propia. No es la más grande ni la más bonita, pero nunca encontré otra más acogedora. Guarda infinidad de secretos que ha escuchado. En ella se han sentado muchos amigos y otros tantos han aguardado de pié a que la cocinera apagara los fogones para llevar los platos bien servidos a la mesa. Ha visto «empujones» entre hermanos y pequeñas quemaduras accidentales. Huele a bizcocho compartido entre amigas, a alguna que otra lágrima y a cigarrillos fumados a escondidas apenas cumplidos los 15 años. Sabe a la primera cerveza y a la mejor copa de tinto. Ha sido testigo de riñas y besos robados, de grandes noticias, también desengaños. Es tanta la vida que en ella ha quedado que sólo puedo dar las gracias por haber «tropezado» sin saber por qué con ese viejo café, que me trajo de vuelta a mis recuerdos olvidados.

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