La montaña de sal

La montaña de sal

Eva Fernández

26/05/2017

Recorría incansable los metros que había desde el lugar de juegos hasta la panadería de mis tías, atajando por la angosto callejón que colindaba con su casa y en el que ya se apreciaba el aroma a pan recién hecho. Ambas se afanaban por atender a los clientes que a diario, acudían para comprar algunos de sus exquisitos productos.

Me ubicaba tras el mostrador bajo la mirada curiosa de los que se encontraban al otro lado.

– ¡Es la chica de mi Juanito!

Comentaba una de mis tías orgullosa, y tras escuchar los comentarios cariñosos sobre mi persona, me resguardaba en la trastienda, lejos de miradas extrañas.

Aquella enorme montaña blanca, ubicada en un rincón del obrador, siempre llamaba mi atención. Tras asegurarme que nadie miraba, introducía la mano en ella, captando de inmediato su humedad y frescura para deshacer entre mis dedos, los trozos apelmazados de sal. A veces, introducía uno de esos pedruscos en mi boca haciéndome entornar los ojos mientras saboreaba aquel intenso sabor.

– ¡Niña!

Me reprochaba mi tía.

-No hagas eso que te vas a poner mala.

Me escoltaba hasta la puerta no sin antes ofrecerme una de las deliciosas tortas de chocolate que aún caliente, saboreaba despacio mientras recorría de nuevo el camino a la inversa hasta mis compañeros de juego. El bollo compacto a la vez que esponjoso, se había impregnado del aroma de su equilibrado corazón de chocolate, que se mostraba cremoso al contacto con mi boca. La fina capa de azúcar que cubría su cara superior te obligaba a deslizar la mano ocasionalmente bajo tu nariz para desprender los diminutos granos que se adherían al leve vello facial. Seleccionaba con mimo el tamaño de los bocados, a la vez que reducía la marcha con tal de disfrutar el mayor tiempo posible de aquél placer divino que, desgraciadamente, solo estaba al alcance de mi mano, los días de verano que pasaba en el pueblo de mi abuela paterna.

A día de hoy, es habitual escuchar entre mis hermanos la misma muletilla que surge a raíz de probar cualquier torta de chocolate, transportándome de nuevo a tan grato recuerdo.

-Está rica, pero como las que hacían las titas… ninguna.

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