Me voy alejando poco a poco y por mi mente a gran velocidad pasan tantos recuerdos. Qué nostalgia siento!…No me quiero ir…En silencio sigo el viaje de regreso, me estoy yendo de mi casa, la que considero mi casa donde nací, crecí y donde aún viven mis padres. Quisiera por un instante poder devolver el tiempo y volver a ser la niña que aquí corría.
Atrás queda la plaza arenosa con la iglesia antigua y deteriorada, rodeada de los tradicionales árboles de guayacán y su particular flor, la que sin duda identifica y ratifica la esencia de los hijos de esta tierra.
Me alejo del pueblo a otro sitio donde ha quedado mi juventud… Me voy de aquel pueblo donde mi niñez se quedó…Donde quedó la niñez de quienes eran mis amigos, y que ahora foráneos de otros pueblos y ciudades han sido adoptados, pero con la seguridad de que no olvidan esas navidades y lo felices que fueron en su pueblo natal.
Mi abuela Hilda con sus incomparables galletas horneadas y sus bollos de auyama repletos de su dedicación y paciencia con el delicioso sabor a la inmensa ternura que nos profesaba; elaborados con amor y evocando en su preparación a su suegra Dolores, impregnándolos de su profundo cariño por ella de quien aprendió hábilmente la receta.
Mi madrina con sus dulces de coco en triángulos:¡ Qué cocadas! ¡Uhmm!… rellenas de su templanza, empuje y de su espíritu luchador que la impulsaba a hacer ricuras como bollo limpio, avenas, chicha de maíz, bolas de tamarindo y confite de coco.
Por las noches esperábamos a Lira, aquella mujer que caminaba las calles ofreciendo sus turrones con ralladura de limón, los famosos arrancamuelas, envueltos en papel kraf, eran exquisitos y una tradición hermosa que se perdió: ¡Cuántos niños la esperábamos para comprar esa golosina nocturna que nos enloquecía!
Era lo más cercano al paraíso, disfrutar en las mañanas de esa yuca blandita recién arrancada por las manos rudas del campesino, con esa ese puré de berenjena llamada típicamente como ensalada de berenjena es un sueño.
Ese olor a berenjena asada en las brasas del fogón en el que cocina la esperanza de un futuro mejor, sigue siendo la invitación a deleitarse en esta tierra y a quedarse.
Infortunadamente toca irse motivados por las pocas oportunidades de trabajo y de desarrollo de este Flor del Monte que para mí es el cielo mismo, las palabras no fluyen incluso hasta después de llegar a mi destino.
Y continúo el recorrido impávida, observando el paisaje y con lágrimas a punto de brotar; mi esposo antes preguntaba: ¡Qué te pasa?, ya no lo hace, ya sabe que lo tengo es nostalgia por los sabores a flor de guayacán….
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