Hablando de dudas,
¿por dónde te quedaste?
Ah, sí.
Te reclinaste.
Pretendías cazar, y acabaste muriendo.
Aquí me hallo,
inventándote,
mientras pienso:
ojalá y te estuviera bebiendo.
Una pena que no se pueda ahora mismo.
De ser así,
te iba a faltar líquido para darme.
Líquido que derrame las inseguridades,
las calamidades,
de una cabeza enamorada de la serendipia,
de lo sempiterno.
Te revivo.
Te quito lo poco malo que te queda
para masticarlo,
tragarlo.
Lamerlo.
Aunque es difícil lamer el humo,
el que no deja ver
la capa de mordiscos
que me quedan por darle
a tu piel.
Podría acabar aquí y suicidarme,
pero… duele pensar lo que me voy a perder.
Perderme en esos ojos idiotas.
Esa boca chulesca.
Ese cuello del que quisiera tirar
y no dejar ni respirar.
Ni pensar en tus lunares,
aquellos que se esconden de tu corazón.
Algo saben para no querer estar cerca.
Algo desconocen para no abrazar su verja.
Hoy traigo pinzas, como he dicho,
para arrancar lo malo que tengas.
Y así va a estar Granada,
rogando,
llorando,
gritando,
hasta
que
tú
vengas.
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