Saboreando con plena consciencia

Saboreando con plena consciencia

Cualquier cosa que Elvira decidía hacer en su vida, lo hacía poniendo toda su atención en ello. Lo cual implicaba estar completamente presente en cada una de sus acciones, sin dejarse llevar por sus pensamientos. Aquella mañana, Elvira sintió la imperiosa necesidad de crear un delicioso postre, uno que jamás antes había sido elaborado por nadie, o al menos, no de la forma en que ella procedía en su hacer. Decidida, se dirigió al jardín de su casa dónde unas brillantes y rojas fresas asomaban como si de pequeños destellos de luz sutil se tratasen. Elvira, primero, una a una, las fue observando e intuitivamente cogió la que más le llamó la atención, una de forma cónica. La tomó en sus manos mientras cerraba los ojos y se dejaba mecer por su respiración. Palpó con sus largos y finos dedos la fresa sintiendo la piel tersa y fresca de ésta. Se tomaba su tiempo, respirando profundamente. Posteriormente, se la acercó a la nariz. El olor que desprendía aquella fragaria era intenso y dulce y Elvira, casi podía oler el color de aquel manjar en cada inhalación. A continuación se la acercó a su boca, dejándose acariciar sus labios, pudiendo prácticamente saborearla. Sin vacilar, se la metió en la boca dejándola reposar, por algunos instantes, sobre su lengua antes de dar de forma enérgica el primer bocado a la suculenta frutilla. El intenso sabor de aquella delicia se expandió por todo su paladar y Elvira quedó extasiada con aquella explosión de sabor y aroma. Lentamente, abrió los ojos y sonriente fue cogiendo una a una las fresas que ya habían adquirido su característico color rojo intenso. Al mismo tiempo que llenaba su cesta, Elvira creaba pensamientos de gratitud.

Inspirada, se dirigió con paso firme a la cocina, lavó la cosecha de ese día con agua fresca y la troceó con presencia, para después dejarla remojada en licor mientras batía los huevos con azúcar moreno y aromática canela en polvo. Una vez que hubo terminado, añadió las fresas, colocó la mezcla en un molde y la horneó por diez minutos. Antes de que estuviese listo, el hogar de Elvira se había impregnado de aquel majestuoso aroma, invitando a los niños a sentarse a compartir aquel exquisito dulce. Como de costumbre, antes del primer bocado, cada uno de los presentes cerraba los ojos y se dejaba balancear por su respiración. Agradecidos, tomaron una cucharada y en silencio saborearon aquel exquisito suflé.

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