Bailarina en su cocina, sazonaba con alegría, sin que la cuchara rozara nunca sus labios, un fallo según los entendidos, pero ella tenía un don del que no presumía, era tan sincera su modestia, tan critica con sus platos. Fue aprendiz de niña en la cocina, recordaba los grandes desayunos que se preparaban para los señores de la casa: la jarra de leche, la de zumo, los cereales, los huevos pasados por agua o revueltos, las tostadas, el beicon, las salchichas, las piezas de fruta, la miel, mermelada y mantequilla colocados con gracia sobre la gran mesa. Adoraba las vacaciones del colegió, los fines de semana, cuando la hija de los señores pasaba tiempo en la casa y el desayuno se llenaba de las cosas favoritas de ésta. Un día, su madre, introdujo una bola de una pasta, que ya había preparado, en la sandwichera de pequeños cuadrados. Al cerrarla la cocina se inundo de ese olor, uno que no olvidaría y por mas sitios que visitara, no sería el mismo. Se le hacía la boca agua, por fin la luz cambió de color y su madre saco aquella especie de galleta blanda.
No era la primera vez que se sentaba con ellos en la mesa, a pesar del rol de la casa, la trataban como otra hija mas. Ese día corrió la mesa, sin preocuparse de los modales, olvidando su timidez. La niña de los señores, con una gran sonrisa de complicidad cogió el azúcar glasé y se lo espolvoreo en la suya y después en la de ella. Sus ojos tenían un brillo especial, se olvido de coger los cubiertos, estaba realmente caliente y soplo provocando una nube blanca y las carcajadas de los presentes. Se intimido, pidiendo disculpas, estaba apunto de depositar la galleta sobre el plato cuando él padre de la niña, un hombre de los que inspiraban respecto, la animo a darle el primer bocado. Era tan esponjoso en su mano y en su boca, percibió la suavidad, como se deslizo, endulzando su garganta. Los siguientes bocados fue intentando adivinar los ingredientes, siempre con sus ansias de saber. No sabía que era el centro de atención de aquella habitación, siempre había sido tan expresiva, tan adorable y graciosa con sus comentarios, que quisieron saber. Con sus labios blancos por el azúcar y sus mofletes llenos de aquel delicioso manjar, respondió :
– Es magia mami! Has hecho una galleta como las nubes. Olí la vainilla, el azúcar quemándose, como cuando me haces caramelo y no ha desaparecido, cruje. Mira aquí hay granizo de azúcar ¿ Lo ves?- Todos rieron, las dos niñas se miraron sin comprender, para ellas tenía sentido, quizás solo para una.
En la vida también saboreó lo amargo, un trágico accidente le robo una vida con su madre, pero no le arrebataron la magia que había endulzado los desayunos de su infancia. Una magia reflejada en los platos que sirvió en la mesa. Sentados y ansiosos, esperaban los pequeños de su casa.
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