Son tantos los olores y sabores que te ofrece la vida a lo largo de su camino, desde el plato casero al más puro estilo de mi abuela, hasta el repugnante sabor a pipa podrida cuando tienes la mala suerte de llevártela a la boca sin darte cuenta. Pero hubo uno en especial que me sorprendió, ¡Tienes que probar esto!, me dijo mi pareja señalando una lata de berberechos que había en una pequeña tienda cerca del paseo marítimo. – ¡Como si nunca los hubiera probado!, Le contesté. Su respuesta fue muy clara, ya que según él jamás los había probado si no lo había hecho en la orilla del mar.

– “¡Este es el auténtico sabor del mar!”, me expresó en varias ocasiones. Compramos una bolsa de patatas para acompañarlo, y una vez sentados en la orilla comenzamos a abrir nuestra recién adquirida compra. La brisa del mar rozando mi piel mojada, los sonidos de las olas y el olor a sal fueron el ingrediente secreto que al instante comprendí que hacía especial aquella comida. – ¡Sabe a mar! Respondí con unas risas al instante que probé por primera vez aquella combinación, y acto seguido le di un beso. Desde entonces siempre que voy a bañarme en la playa nunca falta esa lata “con sabor a mar” que tanto me sorprendió, pero lo que descubrí después fue que no únicamente sabía a eso, también se podía degustar en esos momentos el sabor a vacaciones, el sabor de un beso de amor, de rayos de sol y recuerdos únicos, de nuevos descubrimientos, de momentos vividos a su lado, y lo más importante… El sabor de la felicidad.

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