Tengo un cúmulo de recuerdos de ver cómo cocinaba, desafortunadamente yo nunca fui buena en eso. A mayor edad más le costaba. Con sus manos mágicas, ya desgastadas, siguen poniéndole la misma pasión. Esos «panetes» y «rollos manchegos» en Semana Santa, el momento de dulzor con olor a naranja y canela que embriagaban el ambiente.
Su “comida de cuchara” elaborada trabajosa y lentamente en la olla en el frió invierno que nos calentaba el corazón. Sus sopas y ensaladas veraniegas refrescantes. Sus remedios caseros, un repertorio inmenso, oasis del alivio natural. Infinitas horas de trajín para deleitar a su familia, amigos o conocidos. Tantas merenderas y tuppers mellados del uso, para desayunos, picnics o viajes, para grandes y pequeños. Cientos de menús a lo largo de los años cambiando la monotonía de todos. Esa improvisación infinita, capaz de sorprender a cualquiera. Con el paso de los años recetas quedan atrás para renovar con otras, sin embargo algunas de ellas perduran magistrales siendo inigualables.
Ninguna persona puede cocinar igual que otra, cada uno se puede desenvolver de forma distinta o al uso de técnicas diferentes,dulces o saladas, y poner su propio toque mágico, ¿quizá este sea un secreto que las abuelas tienen y nunca confiesan? Pero el caso es ese, algo lo hace especial y es ese punto que nos regalan, que forma parte de ellas y dejan en nuestro recuerdo. Espero algún día unirme a esa lista de maestras.
OPINIONES Y COMENTARIOS