Del gusto a la memoria, un exquisito recuerdo

Del gusto a la memoria, un exquisito recuerdo

Un pequeño cuarto de paredes forradas en latas, piso de tierra y pies descalzos, cerca de amapolas al frente, un árbol de almendras que nos regalaba cada verano una preciada sombra que refrescaba el ardiente calor del sol. Esa es la descripción del humilde hogar en el que transcurrió mi niñez junto a mis padres y a mi hermano mayor. A pesar de todo, puedo decir con orgullo que tuve una infancia maravillosa.

Yo era un niño delgado, flaco, o más bien, desnutrido y enfermizo. Recuerdo con añoranza, las batallas que le daba a mi hermosa madre intentando lograr que yo comiera, ensaladas, frutas o vegetales. Pero lo cierto es que la mayoría los niños, sino es que todos, prefieren los dulces y hacen lo que sea para conseguirlos. Así pues, de niños nos ofrecen chocolates, confites y postres para hacer que comamos algo.

Transcurren ahora las vacaciones de verano, el sol comienza a calentar nuestra humilde casa, se escucha el sonido del agua cayendo en el colador del café y llega el olor de unas ricas tostadas, ligeramente embarradas de mantequilla y un poco de miel. Ya con hambre, me levanto atraído por ese exquisito

olor, aunque como es mi costumbre, al momento de desayunar solo me como cuatro migajas. Pasa el tiempo y se acerca la hora del almuerzo, se siente un olor que no había sentido nunca antes, es delicioso, pero no sé qué es.

Mami, que es eso que huele? le pregunto algo desconcertado a mi bella madre.

Es doña Bettina, que está cocinando picadillo de papaya me contesta, notando en mi el deseo de saber que era ese platillo para probarlo.

Al cabo de un rato se escucha un llamado en la casa:

Cele es la vecina que llama a mi mamá, desde el límite del patio — Cele.

Ahí voy le contesta ella. — Si doña Betty, dígame.

Es que aquí le traigo este picadillo de papaya que hice ahora le dice nuestra vecina, a la vez que le da una taza llena del delicioso y desmenuzado manjar.

Ahora pone mi mamá unas cuantas tortillas a calentar en uno de los discos de la cocina y al terminar, me sirve tres tortillas con el delicioso relleno de papaya y un vaso de fresco natural.

mmmm, qué rico exclamo, mientras literalmente devoro las tortillas que junto con el divino relleno, son una delicia, algo exquisito, un sabor que no había sentido nunca antes y que a partir de ahora quedaría guardado para siempre en mi memoria, anhelando con ansias cada vez que mi vecina doña Bettina hacía el sabroso «picadillo de papaya».

Y del gusto a la memoria, ese es mi más exquisito recuerdo, que atesoro de los maravillosos años de mi infancia.

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