Ruta mediterránea

Ruta mediterránea

Pepe Benitez

05/05/2017

En ruta, conversábamos entre salteado de arroz, que se haría a diario por oficio en aquel tailandés de factoría, lejos de la comida casera en zona cinegética. Lejos de aquel sabor entre aromas del chivo con almendras al amor, en la receta de la abuela, imposible igualar tal manjar.

Asíduos al restaurante por aquello del mundo laboral; en aquel hotel y paraje a pie de playa, una larga fila entre los caminillos de piedra y cesped (plato en mano), en dirección hacia el director que aguardaba repartiendo con una larga pinza a nivel de experto, la cena a discreción.

El hombre de peso, corpulento, campechano y rostro cilíndrico de aspecto, ofrecía pollo bien hecho, chuletas vuelta y vuelta, medallón en su punto, le añadía dos salchichas, una patata asada de complemento en aquel menú de servicio al turista.

Los martes en faena, y la esperada cena, propia de cocinero sin que faltara la diatriba por norma, por interacción en su locución, aún estando sólo; entre chasquido de los fritos, el alcance de la mata la uva y especies de condimento, pimiento morrón, aceite, sal. Nos tomábamos la retahíla como meros espectadores estando justo al lado, separados por un telón negro en parte trasera de la cocina, a la vez que cortina del escenario. Los pedidos y comandas eran constantes, el olor intenso inundaba de condimentos entre melodías y sopas bien amenizada, orquestada en aquellas cenas espectaculares de Costa Natura en un mar de luna llena .

Una tortilla española, cautivó el sabor que conserva mi memoria, nunca jamás una tortilla y cosa igual aquella en la cantina de la facultad pasó por tanto gusto de bocadillo exquisito.

Palabras mayores para el aspecto de las sardinas en la Malagueta, el pescado en espeto, a carbón y en orígen entre los sabores irresistibles.

Una manzanilla y aquellos langostinos, aquella ración de gamba blanca. El jamón en el propio Jabugo, un cordero en La mancha; en tierra del vino y la excelencia del queso, no va más sabor como aquel de en geografía «in situ».

La casualidad levantó los celos gastronómicos de nuestro representante. La culpa, un bufet en aquel enmarco de aquella terraza, inmerso en el intenso verde; flora y plantas, de palmeras ornamentales. En un lugar exótico con cientos de tenedores bien dispuestos en la cubertería de un atractivo self service de gran hotel.

Entre surtidos, el colorido de las ensaladas, lunch y bandejas. Langostas que sobresalían: anaranjadas y rosáceas. La estrella de aquel bufet nos acompañaba en regocijo de las pápilas gustativas, después de la cata de vino servida a manos del veneciador, entre copas de mesa y postre en copa de balón.

Una cena amiga en la mesa de salón, cubiertos bien puestos, mantel y copas con la vajilla de gala. En buena compañía conversábamos, y preguntado a un chef prestigioso por un plato con arte. Sin dudarlo respondió:

En el mundo de la gastronomía, un huevo frito.de por sí, es todo un arte.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS