La voz de mi madre me despertó. Huele a crisantemo. ¡Qué horror, olor a muerto! -pensé. Cuando era niña solía ver esta flor en cada velatorio.
Decidí volver a cerrar los ojos, a pesar del miedo, no quería verla de nuevo allí, inmóvil por siempre. Ojalá pudiera salvarle. Sí, aún la extraño demasiado… Y, repentinamente, al cabo de minutos desperté, tampoco sé qué fue real y qué no, pero jamás olvidaré el aroma a jazmín que pude sentir.
Solo para sonreír, en ese momento, me acordé de Kafka.
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